Sara Sefchovich
El discurso negador
En días pasados recibí un correo electrónico de una persona a quien no conozco: “Antier un comando armado entró a este municipio de Valle Hermoso, Tamaulipas, y calle por calle fueron asaltando, golpeando y disparando a cuanto ciudadano encontraron, mataron a los policías colgándolos de los semáforos y destruyeron todo a su paso. Por mas de 36 horas no sabíamos si ya podíamos salir de nuestras casas o no, no entraba ni un auto ni podía salir, no hubo gasolina ni abastos ni tampoco bancos. No apareció nada en las noticias a excepción de un periódico de otro estado, que abrió un espacio para que la gente que tuviera noticias de acá las mandara informar. Hace unos momentos están llegando helicópteros y soldados, parece zona de guerra”.
El mismo día, encontré en un diario de la capital el siguiente relato de un ama de casa también de la misma localidad: “Estamos peor que en Afganistán o Irak. Los plomazos se escuchan por todos lados. Las escuelas, bancos y tiendas están cerradas. El centro está despoblado, dicen que ya no hay gasolina ni víveres. Tenemos miedo de salir a ver qué sucede. Y no se ven policías ni autoridades y al parecer la presencia del Ejército desapareció. Nadie sabe a ciencia cierta qué sucede porque los medios locales no dicen nada”.
Otro residente del lugar abundó: “Nadie sabe a ciencia cierta qué está pasando. Nadie reporta nada. Durante toda la noche se escucharon balaceras, la alcaldía y negocios alrededor amanecieron baleados”.
Sin embargo, según el gobernador de Tamaulipas, “no pasa nada” y todo lo que se dice son “rumores”. Y según la Procuraduría estatal, “los hechos de violencia no sucedieron y son puros rumores”.
Negar se ha convertido en la manera que nuestros gobernantes han decidido enfrentar los problemas que no saben cómo resolver. Y digo nuestros gobernantes en plural, porque eso se está convirtiendo en la tónica. Cuando la responsable de la seguridad interior de Estados Unidos afirmó hace unas semanas que no hay estado de derecho en Juárez, que es lo mismo que sostienen sus habitantes, el gobernador de Chihuahua respondió: “No estamos de acuerdo con esa afirmación”. Como si fuera un asunto para estar o no de acuerdo, cuando todos sabemos lo que pasa. En la mismísima capital de ese estado han matado en el lapso de un mes a tres policías municipales.
Parece como si desde el Presidente de la República para abajo, los funcionarios tuvieran la obsesión por negar la realidad de la violencia e inseguridad. Pero paradójicamente, ha resultado que conforme más crece el discurso negador, más va aumentando la violencia. Y al revés.
Pero ellos no están dispuestos a reconocerlo y prefieren decir que “existe inseguridad pero también quienes magnifican el problema”.
No sé a quiénes se refiere el presidente Calderón cuando dice esto. ¿Será a los ciudadanos encerrados a piedra y lodo en sus hogares? ¿Son ellos los que están magnificando los hechos? ¿Será a las familias de los policías colgados en los semáforos? ¿Son ellos los que están inventando? ¿Será a los que hablamos de esto y no nos dejamos convencer por las autoridades de que es mentira? ¿Somos nosotros los responsables del rumor? ¿Será a los que no hablan del tema pero sus acciones dicen más que mil palabras, como la alcaldesa de un municipio de Nuevo León que mandó clausurar con bloques de cemento los ventanales de su oficina que dan a la calle, después de que se habían perpetrado ataques con granadas a sedes policiacas municipales en la zona conurbada de Monterrey?
La lectora que me mandó el correo arriba citado lo termina diciendo: “Ver al presidente Calderón decir que no caigamos en paranoias y que nada malo sucede por estas tierras fue bastante irritante”.
Y cómo no. En lugar de reconocer lo que se está viviendo, prefieren el silencio y si no pueden, entonces de plano la mentira. Y eso hace que no podamos confiarles, pues como dice el editorial de EL UNIVERSAL del pasado 1 de marzo: “La congruencia entre palabras y acciones ganaría de forma sólida y constante el apoyo ciudadano”.
El mismo día, encontré en un diario de la capital el siguiente relato de un ama de casa también de la misma localidad: “Estamos peor que en Afganistán o Irak. Los plomazos se escuchan por todos lados. Las escuelas, bancos y tiendas están cerradas. El centro está despoblado, dicen que ya no hay gasolina ni víveres. Tenemos miedo de salir a ver qué sucede. Y no se ven policías ni autoridades y al parecer la presencia del Ejército desapareció. Nadie sabe a ciencia cierta qué sucede porque los medios locales no dicen nada”.
Otro residente del lugar abundó: “Nadie sabe a ciencia cierta qué está pasando. Nadie reporta nada. Durante toda la noche se escucharon balaceras, la alcaldía y negocios alrededor amanecieron baleados”.
Sin embargo, según el gobernador de Tamaulipas, “no pasa nada” y todo lo que se dice son “rumores”. Y según la Procuraduría estatal, “los hechos de violencia no sucedieron y son puros rumores”.
Negar se ha convertido en la manera que nuestros gobernantes han decidido enfrentar los problemas que no saben cómo resolver. Y digo nuestros gobernantes en plural, porque eso se está convirtiendo en la tónica. Cuando la responsable de la seguridad interior de Estados Unidos afirmó hace unas semanas que no hay estado de derecho en Juárez, que es lo mismo que sostienen sus habitantes, el gobernador de Chihuahua respondió: “No estamos de acuerdo con esa afirmación”. Como si fuera un asunto para estar o no de acuerdo, cuando todos sabemos lo que pasa. En la mismísima capital de ese estado han matado en el lapso de un mes a tres policías municipales.
Parece como si desde el Presidente de la República para abajo, los funcionarios tuvieran la obsesión por negar la realidad de la violencia e inseguridad. Pero paradójicamente, ha resultado que conforme más crece el discurso negador, más va aumentando la violencia. Y al revés.
Pero ellos no están dispuestos a reconocerlo y prefieren decir que “existe inseguridad pero también quienes magnifican el problema”.
No sé a quiénes se refiere el presidente Calderón cuando dice esto. ¿Será a los ciudadanos encerrados a piedra y lodo en sus hogares? ¿Son ellos los que están magnificando los hechos? ¿Será a las familias de los policías colgados en los semáforos? ¿Son ellos los que están inventando? ¿Será a los que hablamos de esto y no nos dejamos convencer por las autoridades de que es mentira? ¿Somos nosotros los responsables del rumor? ¿Será a los que no hablan del tema pero sus acciones dicen más que mil palabras, como la alcaldesa de un municipio de Nuevo León que mandó clausurar con bloques de cemento los ventanales de su oficina que dan a la calle, después de que se habían perpetrado ataques con granadas a sedes policiacas municipales en la zona conurbada de Monterrey?
La lectora que me mandó el correo arriba citado lo termina diciendo: “Ver al presidente Calderón decir que no caigamos en paranoias y que nada malo sucede por estas tierras fue bastante irritante”.
Y cómo no. En lugar de reconocer lo que se está viviendo, prefieren el silencio y si no pueden, entonces de plano la mentira. Y eso hace que no podamos confiarles, pues como dice el editorial de EL UNIVERSAL del pasado 1 de marzo: “La congruencia entre palabras y acciones ganaría de forma sólida y constante el apoyo ciudadano”.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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