Es un error evadir, desde la izquierda, la situación de Cuba y los derechos humanos. Discutámosla sin propaganda o maniqueísmos; negarla y evadirla tiene costos muy altos.
Orlando Zapata era un albañil negro que murió después de 85 días de estar en huelga de hambre, en protesta por la situación de los derechos humanos en la isla. Ha resultado imposible ignorar su muerte porque un hecho tan grave coincidió con la reunión de los jefes de Estado latinoamericanos en Cancún; porque en estos momentos otro huelguista está en agonía (Guillermo Fariñas) y porque ambos casos ya fueron metidos en la antigua confrontación Cuba-Estados Unidos.
Es cierto que la potencia tiene medio siglo queriendo destruir una Revolución que tiene enormes logros y que ha ejercido el soberano derecho de construir un modelo diferente. Es igualmente cierto que la agresividad de la derecha reaccionaria y la estridencia de quienes defienden al castrismo han provocado el silencio de la mayor parte de América Latina ante situaciones como la actual.
Es posible criticar algunas políticas del régimen cubano sin que tengan la mano metida Washington o Miami. Cuando Fidel Castro le aplaudió a Carlos Salinas, en 1988, empecé a hacer una revisión de las relaciones entre la izquierda mexicana y Cuba; encontré una inequidad ofensiva. Tomo como ejemplo las vidas de dos veracruzanos que nacieron con un año de diferencia y respaldaron, cada uno a su manera, a la Revolución cubana. Heberto Castillo lo hizo desde la izquierda y el régimen mexicano se lo cobró de múltiples formas. Cuando murió en 1997 ninguna condolencia o mensaje, privado o público, salió de la isla. Fernando Gutiérrez Barrios, el represor, respaldó a los cubanos desde el autoritarismo, y cuando murió, en 2000, Fidel Castro se deshizo en elogios públicos hacia el "caballero".
Pese al historial de desaires, la izquierda sigue justificando los excesos del régimen cubano. Doña Rosario Ibarra preside la Comisión de Derechos Humanos del Senado y su biografía son un paradigma de dignidad y compromiso. Por eso y porque estuvo siete veces en huelga de hambre resulta incomprensible e inaceptable su frase de que Orlando Zapata "murió porque quiso". Su descalificación al difunto se debe a que ella no va a "criticar al gobierno cubano porque es un gobierno que ha sufrido mucho, es un pueblo que ha sufrido mucho por los bloqueos de Estados Unidos" (nota de Elizabeth Machuca, La Razón, 5 de marzo de 2010).
Nuestra izquierda es prisionera de la geopolítica. Somos vecinos terrestres de Estados Unidos, la potencia capitalista que nos arrebató por la fuerza la mitad del territorio y que sigue influyendo de mil formas en nuestro presente. La estrategia de la izquierda frente al vecino del norte oscila entre la descalificación y el pragmatismo. Para algunos émulos de Vicente Lombardo Toledano la solución está en responsabilizar al imperialismo. Fórmula insuficiente para una realidad compleja; la gobernadora Amalia García es de izquierda pero tiene que entrevistarse con gobernadores de ese país porque la mitad de los zacatecanos vive en Estados Unidos. Falta una elaboración conceptual sobre la estrategia de la izquierda partidista hacia Estados Unidos.
Al no tener resuelto el crucigrama estadounidense, una parte de la izquierda utiliza a Cuba para demostrarse a sí misma su compromiso revolucionario y su vocación antiimperialista. Se comportan como esos políticos que resuelven la brecha entre sus ideales de juventud y su cotidianidad bautizando a un hijo como Emiliano, poniendo en lugar prominente un póster del Che o, mejor todavía, presumiendo la foto donde aparecen saludando a Fidel. Denuncian a la derecha "cavernaria" que mantiene un bloqueo absurdo contra la isla, para no reconocer que el régimen cubano sí viola los derechos humanos.
Orlando Zapata no era el preso común que describe La Habana. Amnistía Internacional lo había adoptado como "preso de conciencia" y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) lo tenía en la lista de los 70 presos a los que se violó el debido proceso. Los juicios de todos ellos "no duraron más de un día, realizados a puertas cerradas, impidiendo la entrada a reporteros, diplomáticos y público en general" (CIDH, Comunicado, 26 de febrero del 2010). Si en México combatimos el delito de disolución social del Código Penal, no veo por qué tengamos que condonar que su equivalente sea utilizado en la isla.
La izquierda no debería ignorar tan groseramente el asunto porque está constantemente invocando la universalidad de los derechos humanos, y porque si desea convertirse en una alternativa de poder, tiene que demostrar su capacidad para resolver pendientes como su propuesta de relaciones con el exterior. Alcanzar la madurez supone enfrentar lo complejo. La situación de los derechos humanos en Cuba no se resuelve con propaganda o silencios que sacan a la luz las miserias intelectuales, éticas y políticas.
Orlando Zapata era un albañil negro que murió después de 85 días de estar en huelga de hambre, en protesta por la situación de los derechos humanos en la isla. Ha resultado imposible ignorar su muerte porque un hecho tan grave coincidió con la reunión de los jefes de Estado latinoamericanos en Cancún; porque en estos momentos otro huelguista está en agonía (Guillermo Fariñas) y porque ambos casos ya fueron metidos en la antigua confrontación Cuba-Estados Unidos.
Es cierto que la potencia tiene medio siglo queriendo destruir una Revolución que tiene enormes logros y que ha ejercido el soberano derecho de construir un modelo diferente. Es igualmente cierto que la agresividad de la derecha reaccionaria y la estridencia de quienes defienden al castrismo han provocado el silencio de la mayor parte de América Latina ante situaciones como la actual.
Es posible criticar algunas políticas del régimen cubano sin que tengan la mano metida Washington o Miami. Cuando Fidel Castro le aplaudió a Carlos Salinas, en 1988, empecé a hacer una revisión de las relaciones entre la izquierda mexicana y Cuba; encontré una inequidad ofensiva. Tomo como ejemplo las vidas de dos veracruzanos que nacieron con un año de diferencia y respaldaron, cada uno a su manera, a la Revolución cubana. Heberto Castillo lo hizo desde la izquierda y el régimen mexicano se lo cobró de múltiples formas. Cuando murió en 1997 ninguna condolencia o mensaje, privado o público, salió de la isla. Fernando Gutiérrez Barrios, el represor, respaldó a los cubanos desde el autoritarismo, y cuando murió, en 2000, Fidel Castro se deshizo en elogios públicos hacia el "caballero".
Pese al historial de desaires, la izquierda sigue justificando los excesos del régimen cubano. Doña Rosario Ibarra preside la Comisión de Derechos Humanos del Senado y su biografía son un paradigma de dignidad y compromiso. Por eso y porque estuvo siete veces en huelga de hambre resulta incomprensible e inaceptable su frase de que Orlando Zapata "murió porque quiso". Su descalificación al difunto se debe a que ella no va a "criticar al gobierno cubano porque es un gobierno que ha sufrido mucho, es un pueblo que ha sufrido mucho por los bloqueos de Estados Unidos" (nota de Elizabeth Machuca, La Razón, 5 de marzo de 2010).
Nuestra izquierda es prisionera de la geopolítica. Somos vecinos terrestres de Estados Unidos, la potencia capitalista que nos arrebató por la fuerza la mitad del territorio y que sigue influyendo de mil formas en nuestro presente. La estrategia de la izquierda frente al vecino del norte oscila entre la descalificación y el pragmatismo. Para algunos émulos de Vicente Lombardo Toledano la solución está en responsabilizar al imperialismo. Fórmula insuficiente para una realidad compleja; la gobernadora Amalia García es de izquierda pero tiene que entrevistarse con gobernadores de ese país porque la mitad de los zacatecanos vive en Estados Unidos. Falta una elaboración conceptual sobre la estrategia de la izquierda partidista hacia Estados Unidos.
Al no tener resuelto el crucigrama estadounidense, una parte de la izquierda utiliza a Cuba para demostrarse a sí misma su compromiso revolucionario y su vocación antiimperialista. Se comportan como esos políticos que resuelven la brecha entre sus ideales de juventud y su cotidianidad bautizando a un hijo como Emiliano, poniendo en lugar prominente un póster del Che o, mejor todavía, presumiendo la foto donde aparecen saludando a Fidel. Denuncian a la derecha "cavernaria" que mantiene un bloqueo absurdo contra la isla, para no reconocer que el régimen cubano sí viola los derechos humanos.
Orlando Zapata no era el preso común que describe La Habana. Amnistía Internacional lo había adoptado como "preso de conciencia" y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) lo tenía en la lista de los 70 presos a los que se violó el debido proceso. Los juicios de todos ellos "no duraron más de un día, realizados a puertas cerradas, impidiendo la entrada a reporteros, diplomáticos y público en general" (CIDH, Comunicado, 26 de febrero del 2010). Si en México combatimos el delito de disolución social del Código Penal, no veo por qué tengamos que condonar que su equivalente sea utilizado en la isla.
La izquierda no debería ignorar tan groseramente el asunto porque está constantemente invocando la universalidad de los derechos humanos, y porque si desea convertirse en una alternativa de poder, tiene que demostrar su capacidad para resolver pendientes como su propuesta de relaciones con el exterior. Alcanzar la madurez supone enfrentar lo complejo. La situación de los derechos humanos en Cuba no se resuelve con propaganda o silencios que sacan a la luz las miserias intelectuales, éticas y políticas.
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