Sara Sefchovich
Pleitos en la cúpula
Ha vuelto el lamentable espectáculo de los poderosos atacándose y culpándose de las desgracias nacionales, ahora que el ex presidente Salinas se lanzó (otra vez, pero de manera más decidida) contra su sucesor Ernesto Zedillo.
Acusar en voz alta al antecesor es relativamente nuevo en la política mexicana. Antes no era así. Cuando terminó su presidencia Calles siguió siendo el mandamás aunque había otros que tenían la titularidad del cargo. Hasta se decía “Aquí vive el Presidente —cuando alguien pasaba frente al castillo de Chapultepec— pero el que manda vive enfrente”, pues la casa del jefe máximo estaba en lo que hoy es la colonia Anzures. Como Cárdenas no quería eso, pues sacó a Calles del país. Sin palabras, sólo con hechos. Ávila Camacho no habló mal de su antecesor, al contrario, le dio cargos importantes. Miguel Alemán tampoco, mejor se creó su propia comisión de turismo y durante años, aun cuando ya existía la institución oficial encargada de eso, lo dejaron hacer. Ruiz Cortines se retiró a Veracruz a jugar dominó. Y López Mateos tampoco se metió con su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz, quién sabe si porque era un hombre de su confianza o porque pronto se convirtió en vegetal.
El primer pleito público, por extraño que parezca, fue entre primeras damas. Guadalupe Borja de Díaz Ordaz detestaba a Eva Sámano de López Mateos porque quería seguir manejando el Instituto Nacional de Protección a la Infancia aún después de que terminó el sexenio de su marido. Entonces nunca volvió a invitarla a ningún acto oficial (aunque asistieran otras ex primeras damas) y cuando la encontraba en algún lugar subía la voz pidiendo que la sacaran. Y hasta creó la Institución Mexicana de Asistencia a la Niñez, cuyas tareas eran idénticas a las del INPI, con tal de que nadie la recordara como fundadora. Durísimo debe haber sido el pleito para que el presidente autorizara un organismo innecesario con tal de sacar del mapa a aquella mujer.
Esta fue la señal de que los tiempos estaban cambiando. En su novela El primer día, Luis Spota da por hecho que el nuevo Presidente siempre le da una “patada” al anterior.
Y sí, Luis Echeverría se la dio a Díaz Ordaz, pues aun cuando aquél era el secretario de Gobernación cuando los hechos del 68, apenas llegó al poder hizo cuanto estuvo de su parte por reconciliarse con los intelectuales y dejó que su antecesor soportara solo los reclamos.
Pero la subida de tono se dio entre Luis Echeverría y José López Portillo. Eran tan amigos que aquél lo nombró secretario de Hacienda aun cuando éste no tenía idea del asunto y, como dice Jonathan Heath, a partir de ese momento “despegó el gasto, aumentó significativamente el déficit público, empezó a incrementarse rápidamente la deuda y entramos de lleno a la época moderna de inflación”. Cuando lo sucedió en el cargo, a JLP no le gustó que se siguiera metiendo y mejor lo mandó de embajador al otro extremo del mundo. Pero fue cuando terminó su mandato que la bronca creció tanto, que López Portillo mandó publicar un desplegado en los diarios, con solamente una frase: “¿Tú también Luis?”, parafraseando una famosa cita referida a la traición.
También Miguel de la Madrid criticó a su sucesor, aunque se tardó muchos años en hacerlo porque mientras aquél gobernaba le dio un cargo que desempeñó feliz. En 2009 lo tachó de corrupto y de permitir el enriquecimiento brutal de su familia y se declaró arrepentido de haberlo elegido.
Y ahora Salinas acusa a Zedillo de ser responsable de la crisis de 1994 y de lo que se ha dado en llamar la década perdida. Dice que le avisó a algunos empresarios de la devaluación y con ello propició una brutal fuga de capitales y dice que elevó las tasas de interés siguiendo directivas de EU, con lo cual provocó la quiebra de la banca y de muchas empresas, así como la salida de millones de personas del país.
Aquí los tenemos: diciendo siempre yo no tengo la culpa, la tiene el otro; lo que yo hice fue correcto, los errores los cometió el sucesor. Y mientras, nosotros pagando los platos rotos.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
Acusar en voz alta al antecesor es relativamente nuevo en la política mexicana. Antes no era así. Cuando terminó su presidencia Calles siguió siendo el mandamás aunque había otros que tenían la titularidad del cargo. Hasta se decía “Aquí vive el Presidente —cuando alguien pasaba frente al castillo de Chapultepec— pero el que manda vive enfrente”, pues la casa del jefe máximo estaba en lo que hoy es la colonia Anzures. Como Cárdenas no quería eso, pues sacó a Calles del país. Sin palabras, sólo con hechos. Ávila Camacho no habló mal de su antecesor, al contrario, le dio cargos importantes. Miguel Alemán tampoco, mejor se creó su propia comisión de turismo y durante años, aun cuando ya existía la institución oficial encargada de eso, lo dejaron hacer. Ruiz Cortines se retiró a Veracruz a jugar dominó. Y López Mateos tampoco se metió con su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz, quién sabe si porque era un hombre de su confianza o porque pronto se convirtió en vegetal.
El primer pleito público, por extraño que parezca, fue entre primeras damas. Guadalupe Borja de Díaz Ordaz detestaba a Eva Sámano de López Mateos porque quería seguir manejando el Instituto Nacional de Protección a la Infancia aún después de que terminó el sexenio de su marido. Entonces nunca volvió a invitarla a ningún acto oficial (aunque asistieran otras ex primeras damas) y cuando la encontraba en algún lugar subía la voz pidiendo que la sacaran. Y hasta creó la Institución Mexicana de Asistencia a la Niñez, cuyas tareas eran idénticas a las del INPI, con tal de que nadie la recordara como fundadora. Durísimo debe haber sido el pleito para que el presidente autorizara un organismo innecesario con tal de sacar del mapa a aquella mujer.
Esta fue la señal de que los tiempos estaban cambiando. En su novela El primer día, Luis Spota da por hecho que el nuevo Presidente siempre le da una “patada” al anterior.
Y sí, Luis Echeverría se la dio a Díaz Ordaz, pues aun cuando aquél era el secretario de Gobernación cuando los hechos del 68, apenas llegó al poder hizo cuanto estuvo de su parte por reconciliarse con los intelectuales y dejó que su antecesor soportara solo los reclamos.
Pero la subida de tono se dio entre Luis Echeverría y José López Portillo. Eran tan amigos que aquél lo nombró secretario de Hacienda aun cuando éste no tenía idea del asunto y, como dice Jonathan Heath, a partir de ese momento “despegó el gasto, aumentó significativamente el déficit público, empezó a incrementarse rápidamente la deuda y entramos de lleno a la época moderna de inflación”. Cuando lo sucedió en el cargo, a JLP no le gustó que se siguiera metiendo y mejor lo mandó de embajador al otro extremo del mundo. Pero fue cuando terminó su mandato que la bronca creció tanto, que López Portillo mandó publicar un desplegado en los diarios, con solamente una frase: “¿Tú también Luis?”, parafraseando una famosa cita referida a la traición.
También Miguel de la Madrid criticó a su sucesor, aunque se tardó muchos años en hacerlo porque mientras aquél gobernaba le dio un cargo que desempeñó feliz. En 2009 lo tachó de corrupto y de permitir el enriquecimiento brutal de su familia y se declaró arrepentido de haberlo elegido.
Y ahora Salinas acusa a Zedillo de ser responsable de la crisis de 1994 y de lo que se ha dado en llamar la década perdida. Dice que le avisó a algunos empresarios de la devaluación y con ello propició una brutal fuga de capitales y dice que elevó las tasas de interés siguiendo directivas de EU, con lo cual provocó la quiebra de la banca y de muchas empresas, así como la salida de millones de personas del país.
Aquí los tenemos: diciendo siempre yo no tengo la culpa, la tiene el otro; lo que yo hice fue correcto, los errores los cometió el sucesor. Y mientras, nosotros pagando los platos rotos.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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