8/06/2017

La miseria en México



Elena Poniatowska
La Jornada 
Foto
Con esta fotografía Marco Antonio Cruz ganó un concurso auspiciado por la revista Así es, en julio de 1984; la tomó en una cárcel indígena en Acatlán, Puebla, su estado natal, a la que entré con Arnoldo Martínez Verdugo, quien visitaba a los presos; me premiaron Lola Álvarez Bravo, Héctor García, Ricardo Pozas y Felipe Ehrenberg, afirma el fotoperiodista. Ese trabajo se incluye en su exposición Relatos y posicionamientos/ 1977-2017, que se puede visitar en el Centro de la Imagen (Plaza de la Ciudadela 2, Centro Histórico), de 10 a 18 horas, de lunes a viernes. Entrada libre

Sería bueno advertir a los visitantes del Centro de la Imagen en la Ciudadela que al entrar a la gran exposición de Marco Antonio Cruz dejen afuera toda esperanza, olviden quiénes son y se vacíen de sí mismos para ver cada fotografía con ojos desnudos y bien abiertos. Caerse de vergüenza ante cada toma es la reacción inmediata. El fotógrafo golpea al corazón con la miseria de nuestro país, las tragedias del terremoto de 1985, las huelgas de hambre de doña Rosario Ibarra de Piedra y las madres de los desaparecidos, las marchas de protesta al Zócalo, los encarcelamientos, los hombres y las mujeres que atraviesan el día sin saber si van a lograrlo, los niños abusados, los ciegos, los tristes. Se ve a leguas que Marco Antonio es un fotógrafo dispuesto al sacrificio, su cámara lo jala hacia todo lo que duele.
Quién sabe qué imagen tenga de sí mismo Marco Antonio, quien de chavo vino de Puebla a México, a los 17 años, con una mano adelante y otra atrás, como especifica su mujer (también fotógrafa) Ángeles Torrejón, y recurrió a los más compasivos (que tampoco lo fueron mucho) el escultor Erzua y el fotógrafo Héctor García para que le permitieran dormir en el piso de su estudio y le pagaran algo para que pudiera comer al menos una vez al día.
Es imposible no salir con la tristeza atónita de Fadanelli de la exposición de Marco Antonio Cruz y no sentirse atravesado por los olvidados que también impactaron a Luis Buñuel.
Nacido en Puebla en 1957, Marco Antonio vino a la ciudad de México sin conocer a nadie y logró entrar a la Escuela Popular de Arte. Ahí, desde 1978 se hizo dibujante y fotógrafo y como a él le tocó la calle, retrató todo lo que encontraba a su paso; cantinas, pulquerías, barrios, estaciones del Metro, puentes, aceras, papeleritos bajo las marquesinas, intemperies, bosques de cables eléctricos, quesadillas a flor de banqueta, café con piquete, trenes, pasos a desnivel, catástrofes, marchas de protesta. Su lente –certero como pocos– logró imágenes que enseñan al mundo el México de los pobres.
El Centro de la Imagen en la Plaza de la Ciudadela lo expone hasta el 24 de septiembre y visitar esta exposición es una lección de vida. (Y de muerte). El drama de sus imágenes abarca cuatro décadas. Los curadores Alberto del Castillo, Laura González y Alfonso Morales, quienes lo acompañan y ahora me despiden en la puerta, tienen ojos tristes. No es fácil recorrer esta muestra; cada fotografía es una bofetada.
Desde su primera foto (El árbol de la Noche Triste, en Popotla) Marco Antonio supo que lo suyo era documentar el lado oscuro de nuestra luna, la historia de los condenados, la historia con minúscula, la de millones de mexicanos excluidos: la ancianita de rebozo, los niños malabaristas en el semáforo, los peregrinos arrodillados en la Basílica, el aficionado al futbol que se desahoga a grito pelón en El Ángel, las mujeres que reclaman su derecho al aborto, los campesinos descalzos y los migrantes que sufren un infierno en su camino a Estados Unidos o en su tarea en las haciendas cafetaleras de Soconusco, Chiapas.
El árbol de la Noche Triste abrió a Cruz el acceso a la revista Sucesos en la que –además de material fotográfico– le dieron papel y lápiz. Su primera caricatura política se publicó en Así es y con ella inició en 1979 su incendiaria militancia comunista. De ahí su gran amistad con Arnoldo Martínez Verdugo, a quien también quise y admiré.
Más tarde Cruz haría lo mismo en Oposición cubriendo –con su cámara– movimientos sociales: feministas, homosexuales, maestros, socialistas, zapatistas con fotos tan sensacionales que hasta el subcomandante Marcos –tan despreciativo– se dignó escribirle: “Como quiera te reitero nuestro agradecimiento por la mirada, por la memoria y por participar. Salud y que la lente enfoque bien el mañana. Desde las montañas del sureste mexicano, subcomandante Marcos”.
Después vendrían sus fotos de Geraldine Chaplin, cuando era joven, especifica Marco Antonio; Gabriel García Márquez, Valentín Campa, Vicente Leñero disfrazado de hippie o de penitente; Julio Scherer, Nacho López (su maestro), Carlos Hank González, Luis Donaldo Colosio, Miguel de la Madrid, José López Portillo, Fidel Velázquez, Luis Echeverría Álvarez, Manuel Clouthier, Heberto Castillo, Carlos Salinas de Gortari, Cuauhtémoc Cárdenas y muchas otras estrellas de nuestro firmamento.
–Mis influencias fueron Helio Flores y Naranjo, su cercanía me motivo a dibujar. Me decidí por la fotografía en la que ya tenía un camino hecho. En la revista Así es, de julio del 84, gané un concurso con una foto de una cárcel indígena en Acatlán, Puebla, a la que entré con Arnoldo Martínez Verdugo, quien visitaba a los presos. Me premiaron Lola Álvarez Bravo, Héctor García, Ricardo Pozas y Felipe Ehrenberg. Y de ahí para el real hasta la muy famosa foto del edificio Nuevo León en el terremoto del 19 de septiembre de 1985, que publicó la revista Life a doble página y republicaron miles de otros medios…
–¿Cómo pudiste hacerla?
–Subí a la azotea de un edificio en contraesquina al Nuevo León y, aunque una reja impedía pasar, la salté. Creo que hay pocas fotos como ésa, porque pocos se atrevieron a desafiar la altura. El Nuevo León constaba de tres módulos, cayeron dos y luego lo demolieron. Tomé a toda la gente encima –como hormigas– tratando de rescatar a los suyos…
–Otra foto muy reproducida es la de Judas con sus pies colgando en la representación del Viernes Santo en Iztapalapa…
–Sí, todos lo tomaban de cuerpo completo y tomé sólo los pies balanceándose en el cerro de la Estrella en 1990. Se publicó en The Independent y en Between Worlds Contemporary Images of Mexico y también se presentó en Impressions Gallery de Bradford, Inglaterra… He expuesto en casi todas las galerías de Europa y América Latina. De 2010 a la fecha, mi exposición de fotos de ciegos ha recorrido 10 países. Dediqué 17 años a retratar la ceguera en la Ciudad de México porque siempre me pareció lo más vulnerable. Además de no ver, la gran mayoría de ciegos vive en condiciones deplorables. Me apasionó tanto el tema que hasta hice una foto del interior del ojo de un invidente con una cámara científica prestada por el hospital de Nutrición. Te vas metiendo, metiendo hasta que llegas al fondo del ojo. También me impresionó fotografiar una marcha de ciegos y tengo muchas fotos de la Escuela Nacional para Ciegos Licenciado Ignacio Trigueros, que es muy antigua; fíjate, la fundó Benito Juárez.
“En Nayarit, una comisión de médicos operó a 150 ciegos en tres días y todos convalecieron tirados en el suelo. A un joven que creyeron ciego le hicieron una cirugía para quitarle una bolsa de gusanos en la cabeza. Esos gusanos –oncocercosis– provocan ceguera y en México hay cerca de 800 mil personas ciegas por enfermedades que provienen de la pobreza y tienen sobre todo indígenas y campesinos…”
La exposición de fotografías de Marco Antonio Cruz es la de un México que nos lastima y a ella deberían asistir los candidatos de los partidos, los funcionarios que se jactan de conocer los problemas del país, los senadores y diputados que jamás promulgan leyes para cuestiones de diabetes o retinosis pigmentaria, la principal causa de ceguera en Yucatán.
Quien sabe qué diga el subcomandante Marcos de las fotografías de Ángeles Torrejón, quien en 1994 tomó las mejores fotos de mujeres, niños y niñas tojolabales que todavía no cumplen 13 años y ya son padres de familia. Esta exposición también nos remit
e al precioso texto de Guillermo Fadanelli, quien informa que no recuerda haber sufrido la pobreza porque no la comprendía. Ojalá y muchos la entendieran como Marco Antonio Cruz y su mujer Ángeles Torrejón en sus fotos memorables.

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