n policía sicótico, incontinente sexual y cocainómano, promovido pri-mero a teniente y luego a capitán, por una acción heroica y la captura de un capo del narcotráfico.
La propuesta parece descabellada en una nación democrática, aunque apenas sorprendente en un Estado corrupto o fallido. No es otro, sin embargo, el planteamiento central del guión que William Finkelstein escribe para el cineasta alemán Werner Herzog, Enemigo interno (Bad lieutenant: port of call-New Orleans).
El arranque de la trama apenas podría ser más convencional. Luego de una breve vacilación, el oficial Terence McDo- naugh (Nicolas Cage), acompañado de su pareja Stevie Pruit (Val Kilmer), decide rescatar a un joven latino atrapado en el drenaje durante la devastación provocada por el huracán Katrina en la ciudad de Nueva Orleáns. La acción le provoca daño permanente en la columna vertebral y le vale su primera condecoración. Los dolores intensos que habrán de acompañarle el resto de su vida, afectando no sólo su modo de caminar, sino algunos rasgos de su conducta, requieren del uso de drogas fuertes como paliativos, lo que da paso a una fuerte adicción a la cocaína. Esta paulatina transformación del policía común en un ser cínico, amoral y alucinado, es lo que parece interesar a Herzog, probado retratista de personajes esquizofrénicos y megalómanos como el conquistador español don Lope en Aguirre, la ira de Dios (1972), cuando no de monstruos bebedores de sangre como en Nosferatu, el vampiro (1978), cintas interpretadas por el no menos delirante Klaus Kinski.
A más de tres décadas de aquellas cintas emblemáticas de Herzog, y luego de recientes incursiones desiguales en el terreno del documental, Enemigo interno marca su regreso a la ficción y particularmente al cine de género, con un thriller neo-noir donde la trama es un mero pretexto para la exploración del desequilibrio mental de su protagonista. Los personajes que rodean a McDonaugh apenas tienen relevancia dramática (un Val Kilmer desdibujado, una Eva Mendez como imperturbable carnalidad latina) y su misión policiaca consiste tan sólo en identificar y atrapar al responsable de la masacre de cinco jóvenes inmigrantes nigerianos, posiblemente el temible narcotraficante Big Fate (el rapero Xzibit). Herzog captura con acierto la atmósfera de una ciudad devastada por la tragedia natural, y más aún por la inacción gubernamental y la corrupción generalizada. De Nueva Orleáns se verán sólo algunas calles desoladas y pocas tomas generales; lo esencial de la trama transcurre en un clima de decadencia urbana, donde la violencia y el consumo de droga sugieren el territorio sin ley en que por un tiempo se convirtió la ciudad sureña.
No es azar que en el título original de la cinta aparezcan reunidos el policía y la urbe, ni tampoco que McDonaugh se aparte por momentos de toda racionalidad y naufrague en desvaríos mentales que son no sólo producto de la droga, sino del estado alterado que le provocan el dolor físico y la sensación de vacío total en el desempeño de su trabajo como guardián del orden, en una ciudad donde dicha noción ha dejado de tener sentido.
El cinismo y la amoralidad desplazan aquí toda idea de responsabilidad civil, y el policía se libra a cualquier tipo de arbitrariedades, como detener a una pareja a la salida de una discoteca, culparlos de posesión de droga y consumirla frente a ellos, abusando de paso sexualmente de la novia a los ojos del joven sometido
Hay que aclarar que a pesar del título original de la cinta, ésta poco o nada tiene que ver en su trama con la formidable película de Abel Ferrara, Corrupción judicial (Bad lieutenant, 1992), en la que Harvey Keitel ofrece a su vez un notable retrato de desajuste emocional. Nicolas Cage conduce la esquizofrenia a extremos delirantes, que mucho tienen de humor negro, pero también de humor involuntario. Herzog se libra fascinado a la contemplación de reptiles en primer plano y al efecto que estos producen en su protagonista alucinado.
Las ratas de Nosferatu, las alimañas de Fitzcarraldo, la naturaleza hostil en Aguirre, todo desemboca en el bestiario de una Nueva Orleáns arrasada por los vientos, sumergida en el fango y asediada por víboras y reptiles. En el contexto del cine estadunidense, Herzog impone con facilidad y desmesura, apenas menor que la de su protagonista, sus propias obsesiones de viejo autor europeo. El resultado es desigual: por momentos genial y muy a menudo incoherente. El director alemán y Nicolas Cage parecen disfrutar de manera similar la gran broma de tomarle el pelo a Hollywood y salir medianamente airosos de la travesura ociosa.
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