4/12/2010


Horizonte político
José Antonio Crespo
¡Cuidado con el Ejército!

Lo ocurrido con los dos estudiantes asesinados en el Tec de Monterrey —asunto aún no aclarado— y con las familias Almanza y Rangel en Tamaulipas se agrega a previos atropellos y errores del Ejército contra ciudadanos inocentes. El rector del Tec, Rafael Rangel Sostmann, dijo haber entregado los videos al Ejército dándole un voto de confianza, como institución prestigiada que es, para después reconocer que se equivocó, que pecó de ingenuo. Ante la indignación ciudadana que provocó ese incidente, el comandante de la IV Región Militar, Guillermo Moreno, aseguró, para deslindar al Ejército de toda responsabilidad: “Seríamos una horda de salvajes si disparáramos a lo que se mueva; por eso tenemos disciplina, Entrenamiento, adiestramiento, leyes, y un código militar… Estamos conscientes que no puede haber una bala perdida” (25/III/10). A los pocos días de esa declaración, las familias Almanza y Rangel fueron atacadas por soldados en un retén, cerca de Matamoros, a las seis de la tarde del sábado 3 de abril, cuando se dirigían tranquilamente a la playa Bagdad (nombre premonitorio de lo que les sucedería). Murieron dos niños, de 7 y 9 años, en tanto que los demás, heridos, huyeron como pudieron. Para quitar responsabilidad al Ejército, la Secretaría de Gobernación afirma que esas familias se metieron en medio de un ataque de sicarios a los soldados del lugar. Sólo que las víctimas del “fuego cruzado” aseguran que no había nada de eso, que no vieron sicarios ni oyeron disparos antes de ser ametrallados, ellos mismos, por los militares.
Los sobrevivientes del ataque recurrieron a la Comisión de Derechos Humanos de Nuevo Laredo. Ahí declaró CynthiaSalazar (28 años y madre de los niños asesinados): “Los soldados no pueden decir que nos confundieron, porque todavía no era de noche… había suficiente luz del sol. No entiendo por qué nos dispararon por la espalda y nos cazaron como animales… Mis otras niñas todavía están traumadas, tienen en su cuerpo las esquirlas de las granadas o de las balas que nos dispararon”. Dijo Carlos Alfredo Rangel (20 años): “A mí me hirieron en las piernas y no podía bajar para correr hacia el monte, como lo hicieron los demás… Varios soldados se acercaron… uno de ellos le dijo al otro ‘mátalo, al cabo que ya se va a morir’. Y entonces le cortó cartucho a su rifle y me apuntó a la cabeza, pero luego otro, que parecía el mando, les ordenó que no me hicieran nada, y se fueron sin prestarme auxilio”. Que se pretenda disimular y justificar los errores o los abusos del Ejército con coartadas falsas confirma una pauta de comportamiento oficial: se intenta hacer pasar a las víctimas civiles por pandilleros (igual que a los jóvenes de Ciudad Juárez) o se les presenta como sicarios (por ejemplo a los estudiantes del Tec) o se les ubica en medio de un “fuego cruzado” (como en el caso de las familias Almanza y Rangel). Es por tanto atendible lo dicho por el rector Rangel Sostmann: “Ahora me estoy dando cuenta de que a un ciudadano común y corriente en la calle lo borran y dicen que era un gatillero” (28/III/10).

Cynthia Salazar agrega en su declaración: “Yo quisiera decirle al presidente Calderón que sepa lo que está pasando con los militares”. Lo más grave sería que Felipe tuviera ya claro lo que sucede con los militares y, en consecuencia, hubiera decidido una política de distorsión de los hechos, para proteger sus abusos. El Ejército, que fue incorporado en esta lucha como parte de la solución, se convierte cada vez más en un problema que se suma al anterior, sin haberlo resuelto. Y es que primero disparan y después “viriguan”. Dijo el secretario de la Defensa, apenas en febrero: “Nadie desea que esta lucha se prolongue indefinidamente. A nadie le conviene. Si se alarga el trayecto de la confrontación, no sólo se incrementará el número de víctimas inocentes, también se causará un daño adicional a la población”. Ahora asegura que el Ejército debe permanecer en las calles de cinco a diez años, por lo menos. Palos de ciego. Los ciudadanos tenemos ahora que cuidarnos, no sólo de los narcos y las policías que trabajan para los cárteles (y de las que no, también), sino incluso de los militares. Conviene evitar acercarnos siquiera a donde haya soldados. En lugar de su protección, se corre el riesgo de recibir una ráfaga de metralla.

MUESTRARIO. El hecho de que, en el melodrama mediático sobre Paulette, se insinúe o infiera la culpabilidad de su madre por el hecho de no llorar, me recuerda la novela El extranjero, de Albert Camus, donde su protagonista es condenado a muerte por no haber llorado en el sepelio de su madre.

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