7/12/2010

Revisión a las elecciones pasadas....

Pragmatismo político

León Bendesky

Las elecciones del pasado 4 de julio han provocado diversas apreciaciones sobre las condiciones políticas del país y los escenarios para 2012.

Son una muestra del tipo de democracia que se ha ido construyendo y que algunos ubican como su punto definitorio en 2000. Esos mismos y por diversas razones están más satisfechos con este proceso. Ven en esto buenas noticias que proclamar, muy al estilo oficial.

Otros no están satisfechos y no comparten ese optimismo; quieren más de la democracia tal y como se practica al modo mexicano. No les parece claro que esto pueda conseguirse en el marco institucional que prevalece todavía en el país.

La democracia tiene referencias esenciales sobre el papel y en el pensamiento de los teóricos de la política. Pero debajo de la mesa se forja de maneras muy distintas.

Se pueden hacer algunas breves observaciones generales:

1. La gente fue a votar y legitimó los resultados de la convocatoria para elegir gobernantes.

2. Las alianzas funcionaron efectivamente como estrategia eminentemente electoral.

3. El voto de castigo parece un motivo clave para emitir el voto.

4. El PRI no ha resurgido como una fuerza predominante de control político.

5. La organización del gobierno a escala nacional, estatal y municipal requiere mucho trabajo todavía para conformar una forma republicana eficaz.

Los ciudadanos votan y afirman así que encuentran todavía en esa vía una forma de manifestar sus deseos y preferencias para ser gobernados. No se sabe si lo que predomina es una forma de la segunda mejor solución o, tal vez, una tercera o cuarta mejor solución, lo que calificaría toda esta experiencia.

Los partidos tienen aún capacidad de convocatoria. Esto tiene diversos recovecos que se advierten, por ejemplo, en la selección de los candidatos y en el transfuguismo descarado y que replantea las expresiones del quehacer político. En cierta medida se diluye en efecto la práctica de la democracia. Se hace un revoltijo y queda mucho del ejercicio del poder en el terreno de la impunidad y la falta de rendición de cuentas.

El fenómeno se manifiesta en alguna medida en el famoso gatopardismo para convertirse en algo parecido a una agencia de empleos y un mecanismo de preservación de las grandes rentas que se generan del ejercicio del poder político en el país.

De ideologías y de principios es cada vez menos lo que se puede encontrar y decir. Este aspecto se vincula al voto de castigo, que es el que parece marcar las preferencias electorales, se aprecia de modo definitorio en los casos de Puebla y Oaxaca.

A esto se añade el hecho de que no hay todavía evidencia clara de que se anime un sistema en que se premie al mejor por lo que ha mostrado ser capaz de hacer. La continuidad en el poder basada en buenas prácticas de gobierno es una rareza, como se ve ahora en el vuelco en Zacatecas.

El voto útil tiene un efecto de muy corto plazo, para alcanzar un resultado electoral. Pero se convierte en una distorsión del ejercicio político, ese sí con efectos de más largo plazo. Al final, con los acomodos partidistas, tal vez sirva para no cambiar la estructura de poder. Tanto del poder político que va a las urnas, como del que opera desde otros frentes que suelen ser más relevantes.

Las alianzas demuestran su efectividad electoral, pero esto no debe confundirse con la capacidad para gobernar mejor o para romper las líneas más autoritarias del ejercicio de la política.

Los acuerdos entre partidos de la derecha e izquierda pueden ser una deformación más y no, como algunos quieren ver, una muestra de las tendencias centristas de la política en México.

En las alianzas puede verse a una derecha muy desgastada y torpe, y una izquierda quebrada y sin capacidad alguna de formular ideas y pensamientos rescatables. De ese cóctel no parece que puedan salir nada más que desperdicios.

Es bueno comprobar que el PRI no es inamovible y que su poder de resucitación es restringido. Sería mejor que tuviera enfrente fuerzas más consistentes. El entorno indica que las cosas serán más sosas y quién sabe si dañinas.

La falta de liderazgo político, tanto de quienes ejercen ahora el poder de manera oficial en el gobierno o en los partidos es notorio. No es este un asunto menor en las condiciones actuales y en las venideras. Ya todo apunta a las presidenciales de 2012.

Las muestras de que el proceso democrático tiene alguna forma de convocatoria según se ve en las urnas no tiene correspondencia en la práctica política de la gran mayoría de los individuos que la ejercen, de los partidos que la organizan y de las organizaciones sociales que tienen gran capacidad de control.

Hay un nuevo pragmatismo político y de esta forma de democracia no va a surgir necesariamente un mejor de gobierno, tampoco un modo de coexistencia social más llevadero.


Los límites de la alternancia

José Antonio Crespo

Un gobernante que no logra transferir el poder a su partido, en realidad pierde poco. Pierde su partido y su candidato, pero no él.

Hoy celebramos que en la mitad de los comicios para gobernador se haya dado una alternancia partidaria, señal de que la democracia electoral está viva. Tras décadas de monopolio y cerrazón priistas, la alternancia parece convertirse en un fin en sí mismo. De ahí que cuando se plantea por primera vez esa oportunidad (en 2000, a nivel nacional, hoy en varios estados), poco importan los programas contendientes: la alternancia se convierte en una expectativa razonable de cambio. Sin embargo, muchos caen en el error de confundir medios con fines. La alternancia, en el diseño democrático, está concebida como una palanca de contrapeso entre los partidos, como un mecanismo de vigilancia mutua, y un resorte para la rendición de cuentas.

Es cierto que la alternancia, ya de por sí, implica un castigo al partido gobernante, pero de quedarse ahí, aunque la ganancia sea mucha para los nuevos gobernantes y sus respectivos partidos, es mínima para los ciudadanos. De alguna manera, como lo ha escrito René Delgado, se deja a los electores hacer, con gran esfuerzo y de forma limitada, lo que la justicia no hizo previamente. Se supone que la alternancia abre la puerta para que los nuevos gobernantes revisen lo hecho por sus antecesores, y de encontrar algún abuso de poder, procedan a la sanción penal o administrativa (según el caso). La alternancia debe favorecer la rendición de cuentas o es mero artificio. Y eso, simplemente, acá no lo hemos visto. Así, un presidente o gobernador que no logra transferir el poder a su partido, en realidad pierde poco. Pierde su partido, y su candidato, pero no él. Cuando la alternancia no se traduce en rendición de cuentas, sigue imperando la impunidad, esencia del autoritarismo.

Y de ahí que la alternancia, hasta ahora, haya resultado un fiasco para los ciudadanos que, al votar y movilizarse en favor de un cambio de partido, buscan, entre otras cosas, que se llame a cuentas a los corruptos, que se sienten precedentes para que sea más riesgoso incurrir en abuso de autoridad, que quien gobierne sepa que al término de su mandato podrá ser llamado a cuentas. De ocurrir eso, se inhibirían en buena medida las conductas abusivas desde el poder. Pero eso no sucede. Vicente Fox creyó, como muchos otros, que la alternancia era un fin en sí mismo, y por eso considera que al echar al PRI de Los Pinos prestó un servicio histórico a la patria. Pero al no traducirse en rendición de cuentas ni en un nuevo paradigma para ejercer el poder, en realidad la alternancia se convierte en una ilusión óptica, una efímera válvula de escape al descontento acumulado.

¿Qué motivos tienen los nuevos presidentes o gobernadores para no llamar a cuentas a sus antecesores, aun en el caso de que éstos hayan abusado del poder?

A) Que eso implica el costo político de enfrentar a quienes, ahora en la oposición, mantienen fuerza política. Es más fácil hacer borrón y cuenta nueva y extender una carta de impunidad.

B) Que no siempre es sencillo demostrar legalmente los excesos de poder de quienes los cometieron (aunque hemos visto que ni siquiera se hace el intento aun con elementos suficientes, como en el pemexgate).

C) Que al llamar a cuentas a un antecesor se sienta un precedente muy sano para la democracia, pero quizá no tanto para quien lo ejecuta, pues cuando él mismo salga del poder podría a su vez ser llamado a cuentas. Lo cual no sería problema, si mantuviera una línea ética y democrática de gobierno, pero no conviene si se prefiere continuar por las vías del abuso y la corrupción, como en general ha sido el caso en México.

Tan es cierto que la alternancia no ha significado un cambio de fondo en México, que tres de las seis recientes alternancias se votaron en favor del PRI: Zacatecas, Aguascalientes y Tlaxcala (en este último estado ya se recorrió toda la gama partidaria para desembocar, una vez más, en el PRI). Lo que refleja que ahí las alternancias previas en realidad no significaron un cambio profundo. Así como la alternancia fue durante décadas una asignatura pendiente de nuestro sistema electoral, la rendición de cuentas lo sigue siendo en lo que hace al ejercicio de gobierno. La democratización exige romper el pacto de impunidad que impera entre los partidos: muy gallos en la disputa por el poder, pero muy amigos a la hora de exigir cuentas. Celebremos, pues, los resultados del superdomingo en lo que valen, pero no lo hagamos de más. No los minimicemos, pero tampoco los exageremos.

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