Rosario Ibarra
“¿Para que sirve la autoridad?”
No, no se trata aquí de ser exégeta del famoso artículo de Ricardo Flores Magón, el enorme revolucionario, que ha sido al correr del tiempo relegado casi al olvido, junto al grupo de compañeros que unidos luchaban con el ímpetu que les daban sus convicciones, por cambiar la situación terrible de miseria y de injusticia en la que vivía la mayor parte del pueblo de México.
Conocí, siendo apenas una niña de siete años, el famoso periódico Regeneración, que coleccionaba desde hacía mucho tiempo mi hermosa abuela Adelaida y que, para protegerlo, guardaba detrás del piano que estaba en un rincón de la espaciosa sala de su casa, lugar maravilloso para mi corta edad y para mi mente fantasiosa, rebosante de curiosidad.
De poco peso y estatura, como he sido siempre y sobre todo en aquella edad, un día logré pasar entre el piano y la pared a tratar de desentrañar el misterio del celo de mi queridísima abuela, por proteger lo que allí atesoraba... Salí asombrada por lo que había encontrado... un enorme rimero de libros y periódicos, todos cuidadosamente acomodados, pero, eso sí, con una pátina de polvo que ya debería de ser añeja, como era de esperarse.
Sacar cuidadosamente un ejemplar y correr con él como trofeo para enseñárselo a mi padre fue todo uno, pero me sentí mal cuando fui amonestada por haber tomado sin pedirlo aquel periódico que mi padre dobló cuidadosamente y me obligó a dejarlo de nuevo en su sitio, sin siquiera leer su nombre, y también me indicó que fuera a ver a mi abuela para contarle lo que había hecho y a pedirle que me perdonara la osadía.
Mi abuela me escuchó complacida (podía verse en su rostro la satisfacción que sentía). Me dijo que podía tomar el periódico de nuevo, si es que quería conocer su contenido, que se lo leyera a don Valdemar (mi padre, su yerno, por el que sentía un inmenso cariño y admiración, porque conocía su bondad y porque tuvo la paciencia de enseñarme a leer a los cuatro años).
Lo tengo grabado en la memoria como si se tratara de tinta indeleble. Era el artículo o cuento que había sido publicado en el periódico Regeneración número 83, que tenía en mis minúsculas manos, con fecha 30 de marzo de 1912. Las seis partes de que consta el citado escrito, por decisión paterna, las fuimos leyendo “una y una”. Al terminar, y ante mi cauda de preguntas de todo lo que no entendía, nos fuimos ambos a lo que el viejo tío de mi hermoso padre llamaba el “tumbaburros”, en referencia al diccionario. Las dudas se eclipsaron y me sentí feliz de haber leído aquellas palabras que no alcanzaba a comprender en toda su dimensión, pero que dejaban en mi “alma párvula” algo como una luz de esperanza y de dicha que yo sentía que debería de llegar a todos los rincones de la patria.
Hoy no me llena la alegría de aquellos remotos años; muy al contrario, me corroe la tristeza de lo que veo, escucho y me entero de todo lo que acontece día a día en esta patria entristecida, que no tiene nada de “suave”, sino que sufre los rigores de la fuerza represiva con la que los distintos gobiernos han ido llenando todos los rumbos de la patria, que se ha tornado dura, cruel, inmisericorde para los que con su trabajo forjan la riqueza que se embolsan los ricos y los poderosos, y hoy la casualidad trajo a mis manos un libro maravilloso, un ejemplar que recoge todos o casi todos los artículos sencillos y emotivos que escribió Ricardo Flores Magón para el periódico Regeneración.
Literatura y ser humano que es preciso rescatar y colocar en la dimensión gloriosa —sí, gloriosa— que merecen él y todos los que como él lucharon... y ante tantos testimonios y ante todas las quejas que se reciben, de violaciones terribles a las leyes y a los derechos humanos, hoy (¡triste, dolorosa realidad!) veo y vemos con profunda tristeza el que el título de estas líneas se acopla de manera incontrovertible a la dolorosa realidad que vivimos los mexicanos: ¿Para qué sirve la autoridad?
Dirigente del comité ¡Eureka!
Conocí, siendo apenas una niña de siete años, el famoso periódico Regeneración, que coleccionaba desde hacía mucho tiempo mi hermosa abuela Adelaida y que, para protegerlo, guardaba detrás del piano que estaba en un rincón de la espaciosa sala de su casa, lugar maravilloso para mi corta edad y para mi mente fantasiosa, rebosante de curiosidad.
De poco peso y estatura, como he sido siempre y sobre todo en aquella edad, un día logré pasar entre el piano y la pared a tratar de desentrañar el misterio del celo de mi queridísima abuela, por proteger lo que allí atesoraba... Salí asombrada por lo que había encontrado... un enorme rimero de libros y periódicos, todos cuidadosamente acomodados, pero, eso sí, con una pátina de polvo que ya debería de ser añeja, como era de esperarse.
Sacar cuidadosamente un ejemplar y correr con él como trofeo para enseñárselo a mi padre fue todo uno, pero me sentí mal cuando fui amonestada por haber tomado sin pedirlo aquel periódico que mi padre dobló cuidadosamente y me obligó a dejarlo de nuevo en su sitio, sin siquiera leer su nombre, y también me indicó que fuera a ver a mi abuela para contarle lo que había hecho y a pedirle que me perdonara la osadía.
Mi abuela me escuchó complacida (podía verse en su rostro la satisfacción que sentía). Me dijo que podía tomar el periódico de nuevo, si es que quería conocer su contenido, que se lo leyera a don Valdemar (mi padre, su yerno, por el que sentía un inmenso cariño y admiración, porque conocía su bondad y porque tuvo la paciencia de enseñarme a leer a los cuatro años).
Lo tengo grabado en la memoria como si se tratara de tinta indeleble. Era el artículo o cuento que había sido publicado en el periódico Regeneración número 83, que tenía en mis minúsculas manos, con fecha 30 de marzo de 1912. Las seis partes de que consta el citado escrito, por decisión paterna, las fuimos leyendo “una y una”. Al terminar, y ante mi cauda de preguntas de todo lo que no entendía, nos fuimos ambos a lo que el viejo tío de mi hermoso padre llamaba el “tumbaburros”, en referencia al diccionario. Las dudas se eclipsaron y me sentí feliz de haber leído aquellas palabras que no alcanzaba a comprender en toda su dimensión, pero que dejaban en mi “alma párvula” algo como una luz de esperanza y de dicha que yo sentía que debería de llegar a todos los rincones de la patria.
Hoy no me llena la alegría de aquellos remotos años; muy al contrario, me corroe la tristeza de lo que veo, escucho y me entero de todo lo que acontece día a día en esta patria entristecida, que no tiene nada de “suave”, sino que sufre los rigores de la fuerza represiva con la que los distintos gobiernos han ido llenando todos los rumbos de la patria, que se ha tornado dura, cruel, inmisericorde para los que con su trabajo forjan la riqueza que se embolsan los ricos y los poderosos, y hoy la casualidad trajo a mis manos un libro maravilloso, un ejemplar que recoge todos o casi todos los artículos sencillos y emotivos que escribió Ricardo Flores Magón para el periódico Regeneración.
Literatura y ser humano que es preciso rescatar y colocar en la dimensión gloriosa —sí, gloriosa— que merecen él y todos los que como él lucharon... y ante tantos testimonios y ante todas las quejas que se reciben, de violaciones terribles a las leyes y a los derechos humanos, hoy (¡triste, dolorosa realidad!) veo y vemos con profunda tristeza el que el título de estas líneas se acopla de manera incontrovertible a la dolorosa realidad que vivimos los mexicanos: ¿Para qué sirve la autoridad?
Dirigente del comité ¡Eureka!
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