MÉXICO, D.F., 27 de septiembre (apro).- Mientras la Secretaría de Gobernación trama cómo dejar impunes las insolencias y delitos del cardenal Juan Sandoval Iñiguez y del cura Hugo Valdemar, vocero de la arquidiócesis de la Ciudad de México, que describen como siervos del demonio a ciudadanos y autoridades que anteponen la razón a los dogmas, emerge una historia de intriga, codicia, pasión y muerte en el seno de la Iglesia católica de México.
Se trata del asesinato de monseñor Jesús Guízar Villanueva, canónigo de la Basílica de Guadalupe, cuyos familiares presumen que fue asesinado por enviar al papa Benedicto XVI información confidencial sobre los multimillonarios negocios ilícitos que se cometen en la Basílica de Guadalupe, manejada por monseñor Diego Monroy por órdenes del cardenal Norberto Rivera Carrera.
No es un asesinato menor --ninguno lo es--, pero se trata del sobrino de san Rafael Guízar y Valencia, santo desde 2006, y quien envió a Joseph Ratzinger, quien fue su profesor en Roma, varios reportes sobre las conductas de Monroy, rector del santuario que deja multimillonarias ganancias por las limosnas de los fieles.
En sus reportes, Guízar Villanueva hizo del conocimiento del pontífice el “afán desmedido por el dinero” de Monroy, quien ha logrado acumular “riquezas inexplicables”, no le paga al Episcopado mexicano los “ingresos económicos” que le corresponden del santuario y, para colmo, puso como tesorero de la Basílica a un amigo personal, el “laico Héctor Bustamante”, con quien suele realizar viajes a distintas partes del mundo.
Un ejemplo, en uno de los reportes confidenciales, fechado el 14 de junio de 2007, Guízar le advierte al cardenal Rivera que desapareció todo el “patrimonio” que Guillermo Schulenburg, antiguo abad de la Basílica, le dejó al cabildo. Eran “cuatro cuentas bancarias” depositadas en Estados Unidos y que “sumaban más de 60 millones de pesos, más un lote de joyas y 30 centenarios” que “le fueron entregados a Héctor Bustamante”, a quien Diego Monroy puso como tesorero sólo por ser su “querido”.
Tal como se describe en el reportaje de Rodrigo Vera publicado esta semana en Proceso, Guízar describía cómo la Basílica de Guadalupe se había convertido en una jugosa “empresa” alejada de sus fines pastorales y pedía al Papa en sus documentos --enviados a través del nuncio Christophe Pierre-- algo muy sencillo, pero también de consecuencias devastadoras:
“No que se me crea, sino que se me oiga y que se investigue a fondo, con auditorías o con una visita canónica, pues todos estos asuntos de injusticia, corrupción y prepotencia ya están flotando en el ambiente clerical”.
Y cuando el canónigo aguardaba una respuesta de Benedicto XVI, el 20 de enero, sus familiares lo encontraron golpeado e inconsciente en su cama. Fue llevado al hospital donde murió en circunstancias extrañas, al parecer asesinado, por lo que había logrado descubrir y de lo que había informado, también por escrito, a Norberto Rivera.
Luego de la muerte del religioso, sus parientes encontraron varias carpetas con documentación, entre ellas copias de los informes que, desde 2007, había entregado a Rivera y al Papa. El arquitecto Rafael Guízar Villanueva, hermano de la víctima, expone:
“A partir de nuestro hallazgo, las extrañas circunstancias de la muerte de mi hermano cobraron otra dimensión: los golpes que tenía; el absurdo traslado de un hospital a otro; el coma inducido que se le aplicó; los intentos de cremar su cuerpo y la súbita aparición de Diego Monroy tan pronto murió mi hermano. Él se había convertido en una piedra en el zapato que había que quitar para que ya no siguiera alebrestando”.
Gonzalo Guízar, el otro hermano, agrega: “Desde el punto de vista fisiológico, no era para que se hubiera muerto. Tenía 63 años y estaba relativamente sano. Había sufrido un infarto, pero se estaba atendiendo muy bien en el Centro Médico. Gozaba de buena salud”.
--¿Sospechan entonces que monseñor Jesús Guízar fue víctima de un homicidio?
--Sí, tenemos esa fundada sospecha. Sin embargo, al momento de su muerte no hicimos ninguna denuncia ante las autoridades judiciales pues no imaginábamos el peligro que corría.
--¿Diego Monroy pudo estar detrás de este supuesto asesinato?
--Sí, sobre todo a través del sacerdote Rafael Bustillo, representante de Fratesa, la asociación que ofrece los servicios médicos a los canónigos y sacerdotes de la Basílica. Bustillo fue quien ordenó toda la intervención médica. Él tiene mucho qué explicar.
--¿Suponen que el cardenal Norberto Rivera también está involucrado?
--Bueno, por lo menos tenía conocimiento de todo. Ahí están los informes que le entregaba mi hermano. Ambos llevaban una amistad de años, por lo menos desde que fueron profesores en la Universidad Pontificia.
Esta historia truculenta, que de no ser real podría parecer efectivamente un triller, es otra de las muchas en las que está involucrado el jerarca clerical más poderoso de México, el cardenal Norberto Rivera, y sus cómplices, entre ellos Diego Monroy y aun el amigo íntimo de éste, el laico Bustamante Rosa.
Por ejemplo, los tres están involucrados en la comercialización, en 12.5 millones de dólares, de la imagen de la Virgen de Guadalupe y de San Juan Diego, tal como documentó también Rodrigo Vera, en Proceso, y por lo cual se inició una averiguación previa en la Procuraduría General de la República (PGR), que sin embargo no ha arrojado resultados, porque sencillamente Felipe Calderón está sometido al clero…
Ese clero, por cierto, que no tiene la humildad cristiana para felicitar al obispo de Saltillo, Raúl Vera López, por haber sido premiado por la Fundación Rafto, de Noruega. ¿Por qué razón? "(Porque) es un crítico inflexible del abuso de poder y un valiente defensor de los inmigrantes, los indios, y otros grupos en riesgo en la sociedad mexicana". Por eso…
Apuntes
Habrá quienes digan que es un acto de coherencia, pero en realidad la senadora Minerva Hernández Ramos sólo hizo un mínimo esfuerzo para arrancarse la máscara. Como proclama ser “firme partidaria de las alianzas políticas”, este lunes anunció su renuncia al PRD y se sumó al PAN. Hernández Ramos, prominente integrante de la corriente Nueva Izquierda, que encabeza Jesús Ortega, fue candidata a gobernadora de Tlaxcala, pero a unas semanas de las elecciones declinó por la panista Adriana González, una alianza estéril ante el priista González Zarur, que ganó. Pues sí, ya ha comenzado el éxodo de perredistas `chuchistas` al PAN, como se los sugirió Andrés Manuel López Obrador…
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