El milagro del Papa, primer largometraje documental de José Luis Valle, egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), refiere un acontecimiento sucedido en Zacatecas durante la visita que realizó a aquella entidad Juan Pablo II durante su viaje pastoral a México en 1990.
Una foto consigna el suceso maravilloso: el niño Herón Badillo, de cinco años, con un diagnóstico de leucemia y signos evidentes del desgaste físico provocado por las quimioterapias, aparece a lado del Papa quien coloca sobre él su mano y deposita sobre su frente un beso, al tiempo que el niño libera una paloma blanca que tiene entre sus manos. La imagen y el suceso se magnifican de inmediato mediáticamente. Lo que sigue es el inicio de la leyenda. Herón regresa a casa y en el camino muestra un gran apetito y una energía insospechada. Poco después gana peso, hace su vida normal, y se convierte en el niño milagro de Río Grande, su pueblo natal. Herón es, para el fervor popular, el Elegido que demuestra la existencia de Dios y la incuestionable santidad del intermediario divino.
A partir de un estupendo trabajo de investigación, que incluye entrevistas a médicos y prelados, a familiares y amigos cercanos del llamado niño milagro, el realizador se pregunta, 20 años después del suceso, cómo es la vida actual de Herón, qué ocupación tiene y de qué manera ha asimilado la extraordinaria experiencia infantil. Descubre a un hombre plácido y de buen humor, que fue alumno de desempeño muy regular y seminarista sin vocación que muy pronto abandonó la vocación sacerdotal que sus padres intentaron inculcarle. Casado ahora y muy contento con su trabajo de choricero, lo único a lo que aspira es a despojarse del aura de producto milagroso, que como conveniente franquicia aún maneja su padre, don Felipe Badillo, astuto político perredista que sabe sacar partido de todo.
El milagro del Papa recoge y contrasta las voces de la devoción y de la ciencia en torno al supuesto milagro. Donde los religiosos advierten extasiados una intervención divina, los médicos hematólogos sólo registran la evolución favorable de una leucemia linfoblástica, curable en 90 por ciento de los casos al atenderse correctamente, como al parecer fue en el organismo de Herón. Al debate se añade un elemento involuntariamente humorístico: para que el milagro pueda producirse, es preciso que haya una paloma blanca que habrá de ser liberada al momento del contacto del paciente con el máximo jerarca del Vaticano. Al no encontrar en la comarca una sola paloma blanca, el padre de Herón procedió a pintar de dicho color a un palomo, faena evidente en la foto del milagro.
La vida de Herón se ve severamente marcada por el milagro que desde niño lleva a cuestas: su conducta no corresponde a lo que todos esperan de él y jamás puede estar a la altura de su propia leyenda: el alumno problemático, tempranamente aficionado a las juergas y al consumo de cervezas (a la muerte de Juan Pablo, el joven ahoga en el alcohol su orfandad espiritual), emigra a Estados Unidos en varias ocasiones, como tantos coterráneos suyos, y siempre regresa al terruño entrañable para llevar la soñada vida ordinaria de hombre casado y bonachón, un tanto alejado ya de la aplastante identidad de niño milagro.
El milagro del Papa registra ese apacible retorno a la normalidad luego de un largo periplo por el terreno casi surrealista de una fe religiosa volcada al fanatismo, contaminada también por el cálculo mercadotécnico y político. En esta su primera incursión en el largometraje, el director elige un tono narrativo sobrio, sin partidismos fáciles, donde el filo de la ironía tiene una eficacia mayor que el alegato estéril o la improbable denuncia. Todo un acierto.
Se exhibe en la sala 6 de la Cineteca Nacional (15:30 y 17 horas) y en Cinemanía, Plaza Loreto, San Ángel (22:15 horas).
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