Alejandro Encinas Rodríguez
El mito del candidato invencible y del resultado predeterminado se derrumbó. Bastó que el candidato mediático saliera del manto protector que le cobijó durante su virreinato en el Estado de México y se expusiera al escrutinio público, para que el mito construido por el dinero, la publicidad y las televisoras colapsara.
La irrupción de los jóvenes en la vida pública ha traído consigo una inflexión en el proceso electoral y ésta se ha extendido a todo el país, con manifestaciones de solidaridad en el ámbito internacional, y ha permitido que amplios sectores de la sociedad cuestionen la manipulación informativa, el desempeño de las instituciones públicas, de los partidos políticos y de los órganos de representación.
Por igual, sectores medios que abarrotan la Macroplaza de Monterrey y plazas públicas en el Norte, empresarios desencantados con PRI y PAN, que jóvenes universitarios del #YoSoy132 irrumpen en redes sociales y salen a las calles con creatividad e imaginación, derrumban la pretensión de avanzar a una tersa restauración del autoritarismo, que los viejos del “nuevo PRI” no alcanzan a entender. Como tampoco han podido asimilar porqué una protesta estudiantil logró tal influencia y ha cambiado el tablero electoral ni porqué su partido no ha podido construir una base social de jóvenes críticos.
De ahí la respuesta desesperada, a la vieja usanza, del priísmo autoritario, la de la otra red, la que representa el candidato del PRI y su familia de origen (el Grupo Atlacomulco), profesional del arte de medrar. La red de intereses, complicidades y negocios al amparo del poder. La que todo lo corrompe, la que amenaza, descalifica protestas, contrata jóvenes para conformar un movimiento juvenil ficticio o brigadas de paz que tocan tambores de guerra. La que vende protección a personajes del panismo a cambio de declaraciones de apoyo, compra conciencias o coopta a ex militantes de izquierda caídos en desgracia.
Es el verdadero rostro del PRI, que no entiende que la inflexión que vive el proceso electoral es resultado del agotamiento del sistema de reproducción cultural, lo que Bourdieu llamara la violencia simbólica: “La imposición de un sistema de símbolos y significados sobre clases o grupos que se concibe como legítima”, y que esa pérdida de legitimidad ha puesto en evidencia el vacío de significados del gobierno y sus instituciones, de partidos políticos y medios de comunicación.
No es casual que esta irrupción se haya constituido en redes sociales, en el espacio donde los jóvenes interactúan con millones de internautas en el mundo, donde intercambian ideas, imágenes, humor. Donde lo personal se vuelve público y se reinventan significados simbólicos de las nuevas generaciones.
Las sociedades red han generado un proceso de reestructuración en formas de participación política, que se manifiesta en flexibilización de relaciones entre la sociedad, que articulan, en tiempo real, desde una protesta cibernética hasta la manifestación callejera.
Estas nuevas modalidades de participación muestran la capacidad de las sociedades para adaptarse a las nuevas tecnologías que antes se concentraron en sectores de alto poder adquisitivo. La socialización de las redes cibernéticas se ha vuelto espacio de deliberación pública y ha permitido a sectores sociales heterogéneos acceder y difundir la información que le es negada por los medios, erigidos en instrumento de reproducción de las relaciones de poder y relaciones simbólicas de exclusión y manifestación de la pobreza cultural del grupo dominante, que busca enajenar la conciencia y conducta de los individuos.
En ello reside la mayor aportación de los movimientos de resistencia social, como el #YoSoy132, que ha convertido a los jóvenes en los nuevos sujetos del cambio social: “Somos los que no encontraron la salida y se perdieron en las escaleras de emergencia. Somos el México que despertó”.
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