Pedro Miguel
Amenos de cuatro
semanas para la elección presidencial, se desvanecieron los supuestos
sobre los que se había diseñado la estrategia del PRI, que en los
comicios federales anteriores (2009) emergió como la mayor fuerza
electoral del país. El principal de ellos era que en este 2012 la
disputa presidencial podría plantearse como un referendo en torno a la
docena trágica del panismo. El segundo, que Acción Nacional no podría
salir con bien de esa prueba, habida cuenta de los saldos de catástrofe
de eso que el lapsus de alguien convirtió en
Vicente Calderón: desde la renuncia del guanajuatense a encabezar una transición democrática hasta la masacre provocada por las estrategias fallidas o perversas del michoacano, pasando por la galopante corrupción en las administraciones de ambos y el manejo económico decepcionante, por decirlo suave, en el lapso 2001-2012. El tercero, que el Revolucionario Institucional estaba lo suficientemente bien posicionado para cosechar los frutos del desencanto, tanto por la persistencia de sus aparatos corporativos en los ámbitos estatales –la madura ingeniería de la compra y coacción del voto– como por su alianza restaurada con las aplanadoras mediáticas de siempre, las mismas que se encargaron de fabricar un candidato con los mismos instrumentos publicitarios con los que se lanza un nuevo producto al mercado. Por añadidura, el priísmo calculaba (cuarto supuesto) que las izquierdas electorales no serían capaces de abandonar la zona de escasa visibilidad a la que fueron confinadas después del fraude electoral de 2006 y que no podrían, en consecuencia, ir más allá de su voto duro ni obtener beneficio electoral alguno del referendo antipanista.
Lo que el PRI no tomó en cuenta es que el referendo que perdió
el PAN ocurrió hace seis años, en 2006 (por eso es inexacto afirmar que
la campaña de la aspirante presidencial panista
se cayó: es que, simplemente, nunca
levantó), y que lo que ahora se decide es la aceptación o el rechazo del PRIAN en su conjunto. El ánimo social no va a someter a referendo a seis o 12 años de desgobierno, sino a tres décadas de declive nacional sostenido, y ante ello, la campaña priísta en curso es tan improcedente e inverosímil como si en Estados Unidos el Partido Republicano hiciera campaña con consignas pacifistas.
Sería injusto, sin embargo, atribuir únicamente al tricolor
la imprevisión y el fallo de cálculo. La verdad es que ninguna de las
fuerzas políticas con registro fue capaz de prever la emergencia de
#YoSoy132 ni la rápida e insospechada generalización de principios y
reclamos que han sido sembrados desde hace mucho tiempo por las
izquierdas que incursionaron en el escenario electoral, por los
zapatistas de Chiapas, por el movimiento lopezobradorista, por la
resistencia de los trabajadores electricistas, por las movilizaciones
magisteriales, por los comuneros de Atenco, por los deudos de los
mineros de Pasta de Conchos, de los niños muertos en la Guardería ABC,
de las víctimas inocentes de la guerra de Calderón.
Las crecientes movilizaciones sociales de última hora, representadas
en los nueve caracteres de #YoSoy132, no piden el sufragio por López
Obrador sino exigen las condiciones para emitir un voto libre,
informado, consciente y efectivo. Si esas condiciones se logran, el 1º
de julio la ciudadanía habrá de decidir entre seguir en el modelo de
país implantado desde los años 80 del siglo pasado o llevar a la nación
por un nuevo camino. Ese es el verdadero sentido del referendo que se
avecina.
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