Después de 127 días, los maestros que ocupaban el Zócalo fueron desalojados por las fuerzas federales. Ahora todo está listo para la celebración del 15 de septiembre
Sábado 14 de septiembre de 2013
Un intenso martilleo se escuchó. El golpe de cientos de escudos al unísono confirmaron la guerra…
–“¡No se abran cabrones! …aquí los vamos a esperar” gritaba el espigado joven de rostro cubierto. Sí, aquel que amagaba una y otra vez con arrojar una piedra a los uniformados.
Hombres y mujeres, jóvenes y adultos atendieron el llamado. Se tomaron del brazo formando una cadena humana. El nerviosismo los hizo apretarse con fuerza y lanzar un sin fin de injurias.
El avance de la Policía Federal continuaba. “Es inminente (el desalojo)” decían los principales noticieros del país, mientras que un uniformado con megáfono en mano, advertía a los maestros que se debían retirar.
Los docentes de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) y sus aliados rompieron formación, uno pidió que se armaran con palos y piedras; ellos obedecieron…
–“¡Sobre ellos!” exclamó con ahínco y hasta desgarrarse un diminuto y regordete profesor, uno que fruncía el ceño minutos antes de lanzar la primera roca. Ese proyectil que dio origen al disturbio.
¡Boom! …cayó un petardo; los policías se replegaron, pero sólo para tomar impulso.
–“¡Avancen!”, dio la orden el comandante; el martilleo de las botas se intensificó. Los escudos y toletes chocaban entre si, como si se tratara de un cocinero afilando sus cuchillos.
El sonido del viento cortado por las hélices de media docena de helicópteros generó más confusión. “Mira que bajo vuelan” decían los manifestantes menos agresivos en tono de preocupación.
Toda clase de objetos volaba de lado a lado. De la plancha del Zócalo hacia los accesos principales. Del centro del campamento a los vehículos de la Policía que estaba a punto de ingresar.
Así fue. Entraron y comenzaron a dispersarlos. Por primera vez se utilizaron tanquetas. Los chorros de agua y gas pimienta se convirtieron en el arma principal de los uniformados.
Los maestros, anarquistas y demás simpatizantes comenzaron a reagruparse en 20 de noviembre, Pino Suárez, Madero, 16 de septiembre y por último en Izazaga y Eje Central.
Los mandos policiacos dieron ordenes de perseguirlos. Las tanquetas se trasladaron siete cuadras. La orden: hacerlos correr. Pero el contingente sólo se fortaleció.
Las grescas volvieron a surgir. Hubo momentos donde los manifestantes desalojados se empoderaban y aquel policía que caía en sus manos se convertía en el festín de los disidentes.
El mismo caso aplicaba para los jóvenes capturados por las células de la fuerza pública.
–“¡No se abran cabrones! …aquí los vamos a esperar” gritaba el espigado joven de rostro cubierto. Sí, aquel que amagaba una y otra vez con arrojar una piedra a los uniformados.
Hombres y mujeres, jóvenes y adultos atendieron el llamado. Se tomaron del brazo formando una cadena humana. El nerviosismo los hizo apretarse con fuerza y lanzar un sin fin de injurias.
El avance de la Policía Federal continuaba. “Es inminente (el desalojo)” decían los principales noticieros del país, mientras que un uniformado con megáfono en mano, advertía a los maestros que se debían retirar.
Los docentes de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) y sus aliados rompieron formación, uno pidió que se armaran con palos y piedras; ellos obedecieron…
–“¡Sobre ellos!” exclamó con ahínco y hasta desgarrarse un diminuto y regordete profesor, uno que fruncía el ceño minutos antes de lanzar la primera roca. Ese proyectil que dio origen al disturbio.
¡Boom! …cayó un petardo; los policías se replegaron, pero sólo para tomar impulso.
–“¡Avancen!”, dio la orden el comandante; el martilleo de las botas se intensificó. Los escudos y toletes chocaban entre si, como si se tratara de un cocinero afilando sus cuchillos.
El sonido del viento cortado por las hélices de media docena de helicópteros generó más confusión. “Mira que bajo vuelan” decían los manifestantes menos agresivos en tono de preocupación.
Toda clase de objetos volaba de lado a lado. De la plancha del Zócalo hacia los accesos principales. Del centro del campamento a los vehículos de la Policía que estaba a punto de ingresar.
Así fue. Entraron y comenzaron a dispersarlos. Por primera vez se utilizaron tanquetas. Los chorros de agua y gas pimienta se convirtieron en el arma principal de los uniformados.
Los maestros, anarquistas y demás simpatizantes comenzaron a reagruparse en 20 de noviembre, Pino Suárez, Madero, 16 de septiembre y por último en Izazaga y Eje Central.
Los mandos policiacos dieron ordenes de perseguirlos. Las tanquetas se trasladaron siete cuadras. La orden: hacerlos correr. Pero el contingente sólo se fortaleció.
Las grescas volvieron a surgir. Hubo momentos donde los manifestantes desalojados se empoderaban y aquel policía que caía en sus manos se convertía en el festín de los disidentes.
El mismo caso aplicaba para los jóvenes capturados por las células de la fuerza pública.
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