Carlos Fazio
Desde hace un cuarto de siglo, al terminar la guerra fría, los miembros de la llamada
comunidad de inteligenciade Estados Unidos –que agrupa a 16 agencias, departamentos y servicios que dependen de la oficina del director nacional de Inteligencia, James Clapper− han dejado de ser parte de una cofradía fascinante de aristócratas aventureros que, inspirados por el sentimiento de que
nobleza obliga, cumplía atrevidas misiones clandestinas.
Hoy día, la casi totalidad de quienes se dedican de manera
profesional al espionaje está compuesta por recolectores de datos de
seguridad, analistas e inquisidores que, lejos de constituir un
conjunto de nerds informáticos o burócratas que interceptan
llamadas, cumplen una misión eminentemente militar. Y si bien personal
de la CIA, la FBI y la DEA realiza operaciones paramilitares
encubiertas, de infiltración, penetración, guerra sicológica,
propaganda y otras propias del espionaje tradicional, sus esfuerzos
−como han venido develando las filtraciones a cuentagotas del ex
analista Edward Snowden− han quedado empequeñecidos al lado de los
enormes y sofisticados programas de obtención de información por medios
técnicos, que ponen en práctica otros servicios como la Agencia de
Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), la Agencia de
Inteligencia de Defensa (DIA, del Pentágono) y la Oficina de
Reconocimiento Nacional (NRO).
Es indiscutible que por razones de seguridad nacional la obtención
de información secreta constituye una función necesaria en todo Estado
moderno. En cambio, sí son discutibles las masivas operaciones
clandestinas, ilícitas e ilegales, ejecutadas no sólo contra gobiernos
considerados enemigos, hostiles e ideológicamente adversos o personas
potencialmente peligrosas, sino contra líderes aliados y
amigos, miembros de gabinetes, altos funcionarios públicos y directores de empresas paraestatales estratégicas (como Pemex o Petrobras), políticos, militares, industriales, corporaciones empresariales y millones de ciudadanos de a pie pertenecientes a las clases medias digitales globales, bajo la pantalla de tareas de inteligencia
antiterroristas. A ello se suman los dudosos fines a los que destina esa información el gobierno de Estados Unidos, esto es, como un instrumento secreto de la Casa Blanca, de un grupo selecto de congresistas, los amos de Wall Street y personas poderosas del complejo militar-industrial-energético-mediático, que alimenta las guerras imperiales y neocoloniales por territorios y recursos geoestratégicos en curso.
Hasta ahora, el Estado policial totalitario al servicio de Barack
Obama y los grandes magnates de Estados Unidos había venido funcionando
con un alto grado de cohesión, disciplina vertical y defensa mutua, y
operaba con total impunidad gracias al aval de una red de poderosos
aliados internacionales, como la canciller alemana, Angela Merkel; el
presidente galo, François Hollande; el primer ministro italiano, Enrico
Letta; el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, y el premier
David Cameron, cuyo país, Gran Bretaña, integra junto con EU, Canadá,
Australia y Nueva Zelanda el llamado grupo
de los cinco ojos.
Las revelaciones sobre la
pinchadurade un teléfono móvil que la señora Merkel usó entre 1999 y julio de 2013, con el consiguiente acceso a los mensajes de texto y las conversaciones de la jefa del gobierno alemán, parecen haber modificado levemente su actitud contemporizadora, y acaba de señalar que
espiarse entre amigos es inaceptable. Lo que más preocupa a los socios europeos de la OTAN es que la NSA y los servicios británicos, activos colaboradores de los estadunidenses a través de su Cuartel General de Comunicaciones (GCHQ), estén utilizando el espionaje para obtener información de bases de datos financieros y bancarios, y para robar información comercial e industrial, con la consiguiente repercusión desleal en los mercados.
Evidencias sobran. La NSA y el GCHQ infiltraron en Bélgica las redes
de la compañía telefónica Belgacom, lo que les permitió acceder de
manera secreta a la base de datos SWIFT −el sistema mundial
interbancario−, bajo la excusa de combatir al terrorismo. La semana
pasada, una comisión del Parlamento Europeo pidió que se anule el
acuerdo de transferencia de datos bancarios con EU (muy sensible para
Washington) y estudia suspender otro acuerdo vigente llamado safe harbour, por el que unas 3 mil empresas estadunidenses acceden a datos de los europeos.
Otras revelaciones indican que la NSA espiaba la embajada de Francia en Washington bajo el código secreto Wabash, mientras la misión gala en la ONU era monitoreada bajo el código Blackfoot, traducción literal de la conocida expresión pied noir. Las investigaciones se centraban en las mensajerías electrónicas de cuentas de Wanadoo.fr,
antigua filial de la francesa Orange, y alcaltel.lucent.com, empresa
franco-estadunidense que desempeña un papel clave en materia de
equipamiento de redes de telecomunicación.
Italia ha sido espiada por partida doble. Por un lado, con el ya
famoso programa de vigilancia electrónica Prisma de la NSA, y también
por un programa paralelo y convergente llamado Tempora, utilizado por
los
007de Gran Bretaña para espiar los cables de fibra óptica que transportan las llamadas telefónicas, los correos electrónicos y el tráfico de Internet. El objetivo ha sido la obtención de datos sobre tecnologías avanzadas, potencialidades bélicas o negociaciones comerciales legales entre empresas italianas y países árabes.
La NSA es la punta del iceberg. Según Der Spiegel, la CIA y la NSA tenían 80 equipos de
vigilanciaen el orbe en 2010. Gracias a Snowden, Julian Assange y el soldado Manning, hoy se sabe que el espionaje masivo es una política oficial de la administración Obama, como base de un Estado policial omnipresente. No obstante, una nueva conciencia civil colectiva se abre paso y se sintetiza en el
Dejen de espiarnosque resonó con fuerza frente al Capitolio el sábado.
Enlaces:
Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks
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