Tomás Mojarro
¿Por qué no "pudimos" ganar? ¿Por qué no "logramos" definir, por qué "se nos" negó el gol? ¿No "tuvimos" actitud, no "estuvimos" motivados? ¿En el repechaje "podremos" ganar? ¿"Nos" ganarán? ¿No "tenemos" Guadalupana?
Así me habría dirigido a ustedes para enajenarlos un poco más y tornarlos aún más dependientes de once alquilones del futbol y reforzarles su actitud pasiva de héroes por delegación en provecho de mercachifles que mueven masas como marionetas. Pero no. Una moral personal, una ética periodística me impide inferirles un agravio de ese tamaño.
Yo fui un manipulado más. A mí también me devoró el Tigre Azcárraga de aquellos tiempos. Sin nunca hasta entonces haber tocado un balón y a dos nalgas frente al cinescopio, me posesioné de las hazañas deportivas del equipo de mis amores, y con las hazañas de los alquilones, mentecato de miércoles, fui héroe a trasmano, como tantos de hoy. Yo fui uno más, pero de esa la mugre me lavé a tiempo como también del licor, el cigarrito y el clásico pasecito a la red en plan de mirón. Y a vivir.
Hoy, ante el espectáculo de unas masas sociales a las que duopolio y demás mercachifles me lo traen a estas horas como agua en batea, he vuelto a pensar en los tiempos, qué tiempos aquellos, en que fui uno más dentro de ese escalofriante negocio. Yo, fanático del futbol. Qué tiempos...
Hoy mismo, al filo de la nostalgia, me he puesto a rememorar el perfil de las campeonísimas Chivas de los 60s, cuando no había en todo sol general un más delirante fanático, ni un más gritón ni un más alborotero, en la zurda el cigarrito y en la diestra en lúpulo. ¡Y salú por "mis" Chivas! Lóbrego.
El Guadalajara, mis valedores, aquel rebaño sagrado de las fragorosas contiendas contra los margaritones del Atlas, los mulos del Oro o el aborrecible América. Presentes tengo en la mente a los once símbolos del chiverío de mis amores, de mis amores de la primera juventud (hoy vivo la 5a., pero a todo pulmón). Aquellos mis héroes tenían los tamaños de un Héctor Hernández, canela pura, goleador de veras. Ah, driblador de prosapia; aquella su suavidad para manejar el esférico, burlar al contrario y lanzar el trallazo que va a tronar en el mero corazón del marcador. ¡Héctor Hernández, me estoy poniendo de pie!
Recuerdo a "mi" Chava Reyes, el cabeza de melón: fino a la hora de esconder el esférico, pasarlo, desmarcarse, recibir como mandan los cánones, fusilar y ¡el Guadalajara se trepa en el marcador! "Mis" chivas...
Bujía del equipo, batallador incansable, te recuerdo ahora, Chololo Díaz; largos calzones guangoches y esa tu marunga que hoy apodan chanfle, y que en las manos del guardameta rival fue brasa y pólvora, para enseguida...¡gol! Isidoro Díaz. El Chololo...
Fino porte, señorío, verticalidad; chiva por antonomasia, el capi Jaso postulaba en cada disparo al arco su filosofía futbolera: fuerte, raso y colocado. ¡El capi Jaso toma el esférico, se pica por el área central, dribla a un contrario, dribla a dos, dispara y ...¡gol de la chiva contra los Cremas de Televicentro!
A ti te miro en mi mente, Chuco Ponce mentado, constructor de juego y habilitador de unos pases en profundidad que se encargaba de convertir en anotaciones aquel afamado Mellone Gutiérrez. Y quién no se alza escuchando tu nombre, pasta de inmortal Mellone, que burilaste aquel gol que te iba a convertir en ídolo de todo San Juan de Dios y anexas, gol anotado de nalga; la zurda, para más mérito. Mellone Gutiérrez y... ¡Goool! (Gañote enronquecido, sigo mañana.)
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