Mexico
D.F., 30 oct. 13. AmecoPress.- Cientos de mujeres en Guadalajara,
Jalisco. En un hotel de cinco estrellas enorme y con todos los
servicios. Empoderadas y campantes, caminaron de un salón a otro
durante tres días, discutiendo el futuro de México con las mujeres en
el centro. Casi nada indica que se tratara de las antiguas, de las de
la tercera ola que comenzaron como contestatarias.
Mujeres
indígenas que venden sus productos y duermen en el suelo, venidas de
las montañas y zonas de refugio del occidente del país; una orquesta
maravillosa de Santa María Tlahuitoltepec con jóvenes de 10 años a 21,
orquesta llamada Mujeres del Viento Florido, que estremece nuestros
sentidos, ellas si empoderadas por el arte; jóvenes rebeldes y
contestatarias, más preocupadas por la consigna que por el feminismo,
en fin, una diáspora tan enorme, que en los 80 hubiéramos dicho: no es
feminismo, es movimiento amplio de mujeres.
Acudieron
mujeres de organizaciones sociales, alumnas de estudios de género,
estudiantes de todas las universidades, trabajadoras y dirigentes de
los institutos de las mujeres y otras instituciones oficiales y
particulares. Mujeres mayores recién llegadas al feminismo.
Lo que más me
llamó la atención es que la palabra, feminismo, no ahuyentó a nadie,
más bien convocó a cientos de mujeres que por jóvenes, muy jóvenes
quieren saber por qué su cuerpo está encapsulado por el poder y mujeres
de mediana edad que no se asustan con la denominación de feministas y
quieren saber de qué se trata.
Todas
confluyen en una cuestión fundamental: reconocer que a pesar de todo,
los años, las leyes, los discursos, los miles y miles de debates,
talleres y seminarios sobre la condición social de las mujeres, aún se
vive discriminación, injusticia y sobre todo violencia, esa que se
práctica dentro de la casa y aquella que ejerce el patriarcado, en
todos los espacios.
Llama la
atención que a estas cientos de mujeres de todo el país, no las limita
nada. Dentro de la reunión usan y ejercen su libertad. Bailan, se
reúnen en la piscina a discutir su autocuidado, disfrutan y se
sorprenden de lo que muchas personas dan por sentado: que las mujeres
caminan por un espacio seguro y al éxito. Nada de eso.
También en
este encuentro, el Noveno desde que en los años 80 se reunieron en
Acapulco, reveló que estamos, otra vez, en dos grandes y abultadas
corrientes. Las empoderadas, sus organizaciones no gubernamentales, sus
proyectos que ya no tienen necesidad de discutir nada ni de encontrarse
y esas miles de mujeres levantadas en pueblos y comunidades; que
organizan asociaciones sociales y se preocupan al mismo tiempo por su
pueblo, el hambre y todo lo que difunden los hombres, pero empiezan a
verse a sí mismas.
En ese
comienzo muchas quedarán por el camino, otras no. Vi, ahí a las mujeres
del sindicato de costureras que en 1985 sólo buscaban mejorar su
trabajo y ahora encabezan una organización o un grupo de conciencia
feminista.
Dirían las
expertas: es que ya cundió la cultura feminista y es imposible que las
mujeres, al menos esas, politizadas, organizadas, rebeldes, no sepan
que tienen derechos. A veces no lo saben con certeza, no han leído ni
reflexionado, pero tienen la piel sensible y saben que algo anda mal.
Ahí, en Guadalajara estuvieron. Son esa masa inmensa que se ha ido
multiplicando con los años.
Lo que
preocupa, en todo caso, es que de ellas, tan diversas, una nueva fuerza
necesita convicciones y un piso básico de conocimientos, inquietudes y
claridad. El feminismo atenta contra las instituciones patriarcales; no
se refiere sólo a temas o asuntos, sino que propone otro tipo de
sociedad, con otras coordenadas y nuevos principios. Donde es verdad
que se pelea por el respeto a los Derechos Humanos, pero no se queda
ahí, busca las libertades fundamentales y amplias de las mujeres; pone
en jaque a la familia tradicional y patriarcal; sospecha que la
esclavitud de las mujeres comienza con el matrimonio y ha hecho crítica
profunda a lo que se llama amor romántico; pone en crisis la maternidad
tradicional que no se reduce al pago de alimentos, y no es sólo
autoestima, es recuperación de la libertad.
Bueno todo ese
titipuchal de transformaciones traíamos en la bolsa las de los años 70.
Lo traen un montón de jóvenes universitarias y contestatarias -por
suerte-, pero hay muchas mujeres que se confunden entre sí mismas y
como siempre, las penalidades de otras y otros; los pescadores, el
abuso de las compañías mineras en campos y desiertos; los presos de
todas las luchas, sus esposos, hijos, maridos, pero también integrantes
de sus organizaciones, donde ellas son excluidas en la práctica.
Es este el
nudo, el principal nudo para construir una fuerza. A nosotras, las de
antes, que fuimos descubriendo la subordinación femenina, nuestra
fuerza venía de ahí, del cuerpo y la urgencia de nuestra libertad.
Venía del significado de un sistema de poderes jerarquizado. Algunas
por eso están conformes con avances sustantivos; otras sospechan de sus
límites; algunas mas no creen en nada de eso. Y como en una rueca
permanente, hay que volver al principio, cuando una escucha, mil veces
repetidos, los temas sociales de siempre, la injusticia y el mal
gobierno, sin las mujeres en el centro. Y vuelta a empezar. Nadie está
en contra de la defensa de todas y de todos, pero la cosa es dónde
estamos nosotras, nuestra vida.
El Noveno
Encuentro Nacional Feminista ha dejado este hecho al descubierto. Hoy
no se habla de nuestro cuerpo sino como protegerlo de la inseguridad
social, pero no de la inseguridad de todos los días, de esa que se vive
en el noviazgo, en la pareja juvenil; ya no se habla de la carga
injusta de los hijos e hijas; ni de la libertad y la autonomía, sino de
la pobreza extrema, cierta y lacerante, pero donde las mujeres se
quedan hambreadas por dar a sus hijos; no se habla de la emancipación
milenaria de la opresión, sino de la injusticia y la violencia que nos
oscurece al mundo, pero donde no se ve ahí, en el centro, especialmente
a las mujeres; hoy se victimiza demasiado, por cierto, sin duda, de la
desigualdad social, pero a un lado está la desigualdad profunda entre
hombres y mujeres.
Eso preocupa.
Quizá porque ha rebasado la desgracia nacional y ahora lo que urge, más
que nuestros derechos, es horadar al sistema. Quizá, pero urge conectar
con el sistema patriarcal al feminicidio y no solamente con el mal
gobierno. La pobreza al patriarcado y no sólo a lo que conocemos y
decimos como sistema; a la subordinación con la corrupción, aún dentro
del propio movimiento; al desconocimiento milenario con el tema de la
clase, donde las mujeres somos las más pobres, no sólo por la cuestión
económica, sino por la exclusión patriarcal.
De eso se
trata. Si no son los asuntos de cada una, en su pueblo y su espacio,
pudiéramos construir una fuerza, nacida, otra vez, de la rebeldía.
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