Gerardo Fernández Casanova
(especial para ARGENPRESS.info)
Estos meses de reformas e iniciativas de reformas han permitido ver, como en pantalla panorámica, de qué está hecho el empresariado mexicano o, corrijo, el empresariado en México. Corregí porque el primero parece ser especie en extinción.
En tanto que el segundo goza de cabal salud, aunque no es mexicano. La perla se la llevan los empresarios mineros, la mayoría canadienses, que pegan el grito en cielo (ojo: con apoyo de la embajada de su país) porque el gobierno pretende “estrangularlos” con un confiscatorio impuesto de 7% sobre sus míseras ganancias, logradas por la explotación de un bien nacional que les fue graciosamente obsequiado por Salinas; amenazan con sacar sus inversiones del país (¡Benditos sean!) y dejar de depredar la naturaleza con sus explotaciones a cielo abierto, tan combatidas por los ingratos mexicanos que no saben aquilatar el trabajo esclavo. El más belicoso es, casualmente, el más beneficiado: el mundialmente mal afamado Jorge Larrea, distinguido gringo nacido en México, que entregó unas cuantas cuentas de vidrio a cambio de la Minera de Cobre de Cananea, la mayor del país, el mismo de minera de Pasta de Conchos donde perdieron la vida varias decenas de mineros por negligencia patronal y corrupción de la autoridad, y que tiene entablada una lucha a muerte contra el sindicato minero y su dirigente; resulta que el prominente hombre de negocios le puso número a la casa y amenazó con retirar del país los pinches 5 mil millones de dólares que pensaba invertir el próximo año, seguramente para metérselos por donde les platiqué, ya que el amigo es repudiado en Perú, donde también depreda a sus anchas, y en Estados Unidos donde está siendo enjuiciado por estafa.
El Consejo Coordinador Empresarial (CCE), con menos estridencia pero con mayor contundencia, se defiende como gato panza arriba contra el mínimo intento de que las grandes empresas, que son las dueñas del organismo cúpula, paguen impuestos, aunque sea como si fueran pequeñas. Su chantaje es el mismo de siempre: la reforma fiscal va a provocar la fuga de capitales y el desempleo; mueven a sus cabilderos compra-votos y se rasgan la vestidura por la pobre clase media que será la más afectada, lo cual es cierto, pero sólo como estratagema para mantener los privilegios de que han gozado de atrás tiempo. México les interesa sólo en tanto que paraíso fiscal y laboral, de normatividad permisiva para acabar con la naturaleza y de muy cómoda corrupción. ¿Por qué no emplear su poder fáctico para condicionar el pago de impuestos a un verdadero combate a la corrupción? Porque no les interesa, son parte activa de la misma: para ellos la honradez es mal negocio.
Con la misma enjundia con que combaten lo fiscal, son los primeros en la línea de aplaudidores de la reforma energética, para acabar de engullirse lo que queda de bienes nacionales. Es una tragedia la ausencia de los empresarios mexicanos, que han sido los perdedores del neoliberalismo. Con todo y su conservadurismo se extraña al grupo Monterrey, otrora baluarte de nacionalismo económico; hoy sólo exigen que la reforma energética les garantice el suministro de gas natural y electricidad baratos, no importa quién se los suministre. Más aún se extraña la CANACINTRA, histórica representante de la pequeña y mediana industria hija predilecta de la política de fomento del estado mexicano, nacionalista por naturaleza; se extrañan voces como la del Dr. Santos Amaro Domínguez, que fue su presidente y un tozudo defensor de la industria mexicana, patriota de los de a de veras, que combatió contra la inversión extranjera que vino a desplazar al productor nacional. Hoy a dicha cámara sólo le preocupa que en la actividad energética se incluya un mayor contenido de partes nacionales; parece que ignoran la realidad de las petroleras transnacionales: todo lo compran a sus subsidiarias; recuerden a la empresa coreana que reconfiguró la refinería de Cadereyta, no sólo los equipos, hasta los peones y los tornillos los trajeron de Corea.
Es hora de que los empresarios mexicanos se den cuenta de que PEMEX y CFE, con todo y sus deficiencias y corruptelas, les son mayor garantía de progreso que la más bondadosa de las trasnacionales; que tienen que pintar su raya respecto de la gran empresa apátrida. Ambas empresas deben seguir siendo monopolio del estado, liberándolas de la absurda carga fiscal y de la corrupción sindical y gerencial que las agobian, para que recuperen su capacidad para provocar la reindustrialización del país.
Es hora de que todos exijamos la independencia respecto del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, para conducir el progreso conforme a los intereses de México.
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