Se
nos ocurren un millar de lecciones que ilustran cómo la primacía del
interés comercial o la vulgar orientación al lucro (tan enraizada en
las sociedades contemporáneas) desvirtúa toda actividad, dominio o
proyecto donde reposa sus tentáculos. Acá quisiéramos referirnos a dos
en particular: a saber, el deporte, específicamente el futbol, y la
educación. Se podría argüir que el futbol no tiene ninguna relevancia
para la discusión de un asunto tan vital. Pero es justamente en este
ámbito –el futbolístico– donde podemos observar la dimensión del credo
lucrativo-comercial en toda su extensión, y todavía sin lamentaciones
mayúsculas, precisamente por el carácter marginal del balompié (aunque
no del deporte) para la vida pública. La alarma se enciende cuando los
mismos grupos del hampa empresarial que administran a capricho el
deporte de las patadas deciden instalarse en otros dominios de
significación primaria: por ejemplo, la educación. No es un dato menor
que los responsables del inescrupuloso aquelarre que atraviesa el
combinado nacional (léase los ratones verdes), estén también detrás de
las iniciativas de reforma en materia educativa. Preocupa más reconocer
cuán desvalidos están los poderes públicos (fácticamente privados)
frente a la camarilla de reyezuelos que se han lanzado airadamente a la
conquista de todos los bienes, patrimonios, potestades, que en la letra
constitucional figuran como propiedad-jurisdicción exclusiva del
“pueblo” (aunque se trate de una categoría puramente virtual,
sospechamos que no comprende a ese segmento de vividores que ahora se
ungen, con nulo aval ciudadano, como soberanos absolutos).
Naturalmente acá nos referimos a una (in)cultura, en general, y a un
grupúsculo empresarial, en particular. Porque señalar a un grupo no
basta. Es preciso denunciar la cultura que este grupo epitomiza, y que
tristemente ha proliferado como un epidemia hasta abarcar todo lo
orgánico e inorgánico, material e inmaterial, que concierne a nuestra
vida asociativa. Remítome al cuadro insano que prescribiéramos en la
anterior colaboración: “Hermanados por la avidez de lucro, la miopía,
la mediocridad, los dirigentes de pantalón largo e ideas cortas,
encarnan el epítome del parasitismo empresarial, el guracherismo e
incompetencia de los juniores y yuppies que por decreto o imposición se
autoconfirieron el manejo de todas las esferas gubernativas,
empresariales, artísticas, deportivas. Fueron estos hombres (de la
caverna) los que interesadamente trasladaron el honor nacional al
rectángulo verde, eviscerando de todo sentido de honor la defensa de
nuestros derechos políticos. E idiotizando a todo un pueblo con un
espectáculo circense cuyo único aspecto valioso –el deportivo– es
empecinadamente atropellado, degradado” (Ir a artículo completo http://lavoznet.blogspot.mx/2013/10/si-la-seleccion-califica-al-mundial.html).
Los turbios fondeaderos de la selección nacional
Cuatro directores técnicos diferentes al frente de la selección
nacional en un plazo de 40 días; un centenar de jugadores convocados y
desconvocados sin pena ni gloria; una cantidad obscena de infracciones
a los procedimientos intrainstitucionales que dictan los estatutos de
la Federación Mexicana de Fútbol, ahora convertida en un pusilánime
elefante blanco al servicio de los caudales dinerarios y las veleidades
de las divas de Chapultepec y del Ajusco; la ausencia de un sistema de
juego mínimamente decoroso, y un inusitado desconcierto entre los
jugadores para alcanzar los estándares básicos de rendimiento; la ilesa
bonanza financiera, que no obstante la rampante mediocridad, sigue
cosechando réditos con base en un espectáculo llanero; una afición que
ya acusa –no sin alarma– un cuadro deficitario de inteligencia,
entregada a la adoración de la vulgaridad, la mediocridad, constatando
el creciente papel de educador que desempeña la televisión –ahora
decidida a confiscar para sí la educación pública.
A la
manera de un espejo de la arena social o política, los turbios
fondeaderos de la selección nacional nos acercan a la realidad de un
país hundido eternamente en el subdesarrollo multidimensional. Acá
también los jugadores o cuerpos técnicos (como los maestros, o los
trabajadores) viven a merced de los patronos, privados de sus derechos,
degradados a entidades pasivas, en calidad de piezas reemplazables.
(“No podemos decir nada, solamente acatamos ordenes, no tenemos voz ni
voto… Siempre aquí en México la opinión del futbolista es lo último que
está, casi no se toma en cuenta…” –Rafael Márquez). Un día son el
empleado del mes, y al otro, objeto de escarnio público (Chicharito).
Las instituciones formales (Femexfut) operan con base en la misma
lógica: no gobiernan ni arbitran, sólo acatan instrucciones del
proxeneta en turno (aunque acá es vitalicio). Lo que concierne al fondo
vital –el futbol–, carece de orden, forma, sentido. Prima el caos, y la
ruindad deportiva. Allí donde se ancla el señorío de los dueños del
futbol, el futbol mismo se desvanece. Nada se mide con la vara de lo
que uno asume fundamental; todo se decide en función de una sola
variable, la única que figura en el acotado universo de
representaciones simbólicas que orienta a los fácticos poderes: el
dinero, la utilidad, la ganancia.
Pocas veces se escucha
una crítica atinada e incisiva de una figura pública con autoridad,
máxime en el tenor de una truculenta trama donde se mezclan intereses
públicamente inconfesables e inconfesablemente públicos . Cedámosle el
micrófono al injustamente malquerido “niño de oro”: “A los que más les
interesa estar (en Brasil), por las grandes pérdidas económicas que
esto (la descalificación) supondría, es a los dueños y federativos del
futbol mexicano, porque se ha ganado una buena cantidad de dinero con
este juguete llamado Tri, que funcionaba sin rezongar. Pero no se sabe
si el juguete... ya lo descompusieron… Lo más triste de toda esta
historia… es que la gente no se da cuenta y siguen siendo manipulados y
condicionados para creer que los jugadores y los técnicos tienen la
culpa de esta crisis… Están completamente equivocados… Si México
califica al Mundial, no van a tapar con un dedo todas las malas
decisiones y gestiones. Se tiene que cambiar, se clasifique o no se
clasifique. No hay más remedio que cambiar el rumbo de la manera en que
están manejando al futbol en México” (Hugo Sánchez, El Universal).
Acá no se sobredimensiona el tema del futbol. Por un lado, sirve
perfectamente para el fin trazado: evidenciar el fiasco del lucro como
incentivo a la calidad (premisa tácita en el discurso neoliberal), y su
infecciosa influencia para el desarrollo de cualquier actividad humana,
llámese deportiva, artística, e incluso productiva. Y por otro, se
arroja luz sobre la situación actual del futbol, que a juicio de muchos
no se puede obviar más: a saber, que “el fútbol se ha convertido en
algo lo suficientemente importante como para exigirle un poco de
responsabilidad social” (Jorge Valdano).
Educación: al borde de una gripe aviar
En lo que toca a la educación, se ha acordado barrer con todo valor de
referencia que no redunde en subdesarrollo educativo e interés
lucrativo –ingrata dupla referencial que rige los accidentados destinos
de una sociedad al borde de la autodestrucción. Acá también, en los
reinos de la educación, amenaza “el nido” con ensanchar su potestad, y
el águila (no el de la insignia nacional, sino el del amarillo canario
de Coapa) enseña a todos las uñas en señal de ofensiva. Escondido tras
el disfraz organizacional de Mexicanos Primero, Grupo Televisa,
el patrono vitalicio de esta asociación, busca instaurar la misma
fórmula de subdesarrollo e interés lucrativo (que tiene hundido al
deporte nacional) en el ámbito educacional. Es el otorgamiento
definitivo de uno de los rubros más cruciales a nuestros conocidos
fracasados. El título de esta triste trama versaría así: “El
encumbramiento del fracaso y su hambrienta horda de regentes”.
Pero a diferencia del futbol –relativamente marginal–, acá la
lamentación –la nocividad– sí sería mayúscula. La incursión del lucro
en la educación, y la consiguiente desnaturalización, acarrearía el
fracaso imperativo de la instrucción. La inquietud ya ronda, a modo de
susurro, en los cadalsos donde la educación, forzada al
apoltronamiento, espera la orden de muerte: “¡México es el país donde
los pobres se vuelven más pobres, los ricos más ricos, los maestros
delincuentes y los burros presidentes!”
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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