11/05/2013

Murió Margarita



Tomás Mojarro

            Y murió según lo marcaron sus propios merecimientos: a lo subrepticio, sin hacer ruido y sin que a nadie, o casi nadie, importara su muerte.  Esto, cuando en vida tanta estridencia provocó durante sus seis años de gloria efímera, los del gobierno de su hermano, experto en las artes del nepotismo, López Portillo. Por cuanto a las depredaciones que perpetró al arrimo del tal hermano, Margarita se nos escapó (a mi, a ustedes, a la justicia); logró huir sin pagar su deuda porque vivió atejonada tras unas instancias justicieras alcahuetas y logró una muerte oportuna, tan inoportuna. Margarita dejó de existir hace lustros, por más que hace pocos años falleció, con tanto que nos quedó a deber. Clamaba López Portillo cuando candidato del Tricolor a la presidencia del país:

            ¡Arrojen del PRI a los pillos! ¡El Partido no es cueva de ladrones! ¡Denúncienlos! ¡El PRI no es pantalla de pillos! ¡Las causas del PRI no son ni los prófugos ni los aprovechados! ¡No a los que sólo se escudan en el Partido del pueblo para enriquecerse y robar impunemente!

            Todo esto lo traigo a cuento (a remembranza), porque ahora comienza noviembre, mes de los muertos, algunos de la talla de esa Margarita que al arrimo de JLP robó y se enriqueció a lo delirante, sin percatarse de que, como el propio consanguíneo,  era ya una difunta en vida. Mis valedores:

            Yo conocí a Margarita. La visité en su casa de la Colonia del Valle y   bebí la taza de infusión de manzanilla que me ofertaba. Modestas, clase media baja las tres: la infusión, la casa, la Margarita. Pero  de pronto vino el remolino y nos alevantó. Margarita, la recuerdo.

            La conocí en 1968. Por aquel entonces ella era, y no más,  una señora de clase media de mediano pasar. La conocí por culpa de un cierto trabajo mío, literario, que se publicó en la revista Rehilete de la que ella formaba parte en el consejo de redacción. Entonces, y en calidad de entrevistadora, la susodicha me entregó un cuestionario que, una vez contestado, se publicaría al final de mi contribución literaria. En vez de la entrevista apareció el texto siguiente:

            “Margarita López Portillo a Tomás Mojarro.  A la presentación de un cuestionario extenso, qué opina de la tentación, qué pecado no tolera en el prójimo, cuál es su concepto del pecado, etc., que quiere del escritor una respuesta festiva, grave, sincera  y coherente con el contexto general de este número al que el propio escritor ha contribuido a dar cuerpo, Tomás Mojarro se entera del mismo cuestionario y responde en forma escueta que habiendo leído todas las preguntas se rehúsa a contestarlas”. Sin más.

            Margarita era una mujer tímida que a la hora de las confianzas me reveló cómo solía  escribir guiones para Televisa,  que el monopolio siempre le rechazaba. “Mi sueño dorado es que algún día me acepten una telenovela”. Me reveló su seudónimo: Sibila. “Una diosa, o algo así”. Le expliqué todo lo referente al personaje mitológico y, porque la vida nos apartaba la dejé de ver. Cuándo íbamos a imaginarnos, ella y yo mismo, que la Moira estaba por maltratarla tan rudamente. Y fue entonces.

            Entonces fue. Yo, atónito y aturdido ante la metamorfosis de aquella tímida Margarita que se producía ante las de mis ojos,  mis niñas,  me senté ante la máquina de escribir y redacté el texto siguiente una tarde de 1983:

            "Y de repente se soltó el ciclón, y observé la transfiguración de una mujercilla que en todo había sido apenitas en el símbolo rutilante de un sexenio que fue de alucinación, despilfarro, frivolidad". (Sigo después.)

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