Impunidad en caso Ayotzinapa

Y esta es la cuestión en torno a la cual se hace urgente reflexionar.
Ayotzinapa es un crimen que involucra a la totalidad del Estado, porque
es el Estado el que suministra la trama de condiciones para la comisión
de esos delitos de lesa humanidad. En la “razón de Estado”, Ayotzinapa
es un procedimiento rutinario. Cuando ciertas organizaciones no
gubernamentales o civiles exigen “reparación de daños” o justicia al
Estado, no hacen más que refrendar la autoridad de ese Estado, y
delegar a ese centro de poder (a veces involuntariamente) la facultad
extraordinaria de juzgar sus propios actos delictuosos. Este es el
principio de la impunidad.
En el fondo de esos reclamos
persiste la idea de que una autoridad es legítima por el sólo hecho de
ser una autoridad formal. Pero esta idea se traiciona en los
contenidos. La presunta legitimidad del Estado mexicano es
esencialmente coacción revestida de simulacros de consenso pobremente
montados. Es preciso comenzar a virar la relación Estado-población con
base en ese precepto que enuncia Noam Chosmky: “El poder es siempre
ilegítimo hasta que no demuestre lo contrario”. Especialmente en un
régimen tan desquiciadamente corrupto, este es el principio que debe
guiar la acción ciudadana. Pero el problema no es de un régimen: es de
un Estado. Cabe hacer notar que en este país los últimos gobiernos han
alcanzado el mando del Estado a través de golpes de Estado
constitucionales (1988, 1994, 2006, 2012). Golpes que, por otro lado,
la intelligentsia mexicana llama elecciones democráticas. Pero
que ponen al descubierto una realidad incontrovertible: la constitutiva
ilegalidad e ilegitimidad de las instituciones de Estado.
La
corrupción, en este sentido, es un asunto de Estado, y no una anomalía.
Reclamar justicia a la fuente de corrupción es, otra vez, el principio
de la impunidad.
Con estas ideas en mente, cabe hacer una última reflexión.
La impunidad no es un signo de debilidad institucional, ni de “captura”
del Estado por parte de algún agente extraestatal. No se puede admitir
esta tesis en un país donde las máximas figuras de autoridad
contravienen sistemáticamente las leyes, e incurren en actos o
decisiones anticonstitucionales. Parece más bien que todo está
dispuesto, incluido el aparato de justicia, para imponer un orden de
excepción. Ayotzinapa es presa de esa excepcionalidad.
El
segundo ciclo de reformas neoliberales, que abarcó áreas económicas
estratégicas, es una desposesión de facto de patrimonios y derechos, y
en este sentido una profundización de la excepcionalidad.
El
uso del ejército para combatir un enemigo interno, con facultades y
prerrogativas de policía, pero con el goce de fuero militar, es una
invitación a transgredir derechos básicos e instalar un manto de
opacidad que se traduce en impunidad.
La ausencia de justicia
es una acción de Estado, no un síntoma de inoperancia. Dawn Paley,
periodista independiente, dice: “La impunidad no es el resultado de un
Estado débil o deficiente, sino que se proporciona de forma activa a la
pléyade de grupos armados que cometen crímenes y actos de terror contra
ciudadanos, migrantes y pobres. La provisión de impunidad a actores
armados que están políticamente alineados con el capitalismo es parte
de la razón de ser de un moderno Estado-nación”.
Es la impunidad la que fortalece el control estatal. Del Estado no se pude esperar justicia para Ayotzinapa.
Es la hora de la rebelión ciudadana.
Blog del autor: ladignavoz.net
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