A Federico Reyes Heroles
“No me haga esa pregunta porque puedo mentir,” responde locuaz el taquero de la esquina. “¿Que cómo estoy, pues bien? ¿Qué, no se ve? Y si estuviera mal, a usted, que la acabo de conocer, no se lo diría. Por tradición familiar no hablo con extraños.”

A menos que la persona se encuentre justificada y evidentemente del demonio, también por tradición a la pregunta de cortesía se responde en positivo: (“¿Cómo estás?”, “Bien, ¿y tú’”).

Interroga el encuestador: “¿Qué tal, cómo vas con tu marido, con tus hijos, con tus amigos?”

El chico de la patineta que se la pasa día y noche con sus amigos, bajo el puente del Circuito Interior, juega con la pregunta:

“¿Al chile?”
 La barbilla de quien interroga afirma en silencio.
 “Pusss bien…”, dice el muchacho.
 “¿Bien o muy bien?”, insiste el entrevistador porque necesita obtener información precisa.

El vendedor de discos pirata se esfuerza: “¿Qué quiere que le diga? El producto se vende... Del uno al 10, póngale entre un ocho y un nueve”.

Aliviado, el responsable de capturar los datos coloca un 8.5 en el cuadrito de su cuestionario.

Viene ahora la segunda interrogante: “¿Y en su trabajo? ¿Está contento?”.

El policía de crucero posa la mirada sobre el horizonte contaminado y responde: “También, bien.”

Lástima que no quepa en ese reducido espacio la decena de mentadas de madre que coleccionó durante la primera media hora de trabajo.

La persona que practica la encuesta interrumpe el tren de pensamiento de su interlocutor: “¿Y los logros en la vida?”.

“¿Logros? ¿Qué quiere decir con eso?”.

El joven del formulario se impacienta con la cajera de Walmart, que acaba de checar tarjeta, después de trabajar en pie durante muchas horas.

“¿Está contenta con lo que ha alcanzado en la vida?”, insiste.
 “Uyy, pues sí. A mis 24 años –sonríe burlona– he llegado lejos. Vengo desde el otro lado de la ciudad, dos horas hasta aquí y dos para regresar a casa”.

Revienta el de las preguntas: “¿Califique sus logros del uno al 10?”.
 “Póngale igual, entre un ocho y un nueve, no vaya a ser que la vida me cobre por ser una malagradecida”.
 “¿Y su casa? ¿Qué tal su casa? ¿Del uno al 10, cómo la calificaría?”.
 “A mis hijos y a mí nos parece bien”, afirma la trabajadora del hogar que debe dejar durante toda la jornada, sin la compañía de un adulto, a sus tres menores de edad, dentro de un cuarto que afortunadamente sí tiene baño y a veces agua caliente.

“¿Y el futuro?”.
 El obrero de la construcción responde con fe: “¡Póngale también un ocho, no sea que me quede sin trabajo ‘ora que terminemos esta obra!”.
 “El país está de la fregada y peor la inseguridad,” argumenta la señora que pasó a recoger a sus hijos a la puerta de un kínder privado.

“La seguridad, reprobada –insiste agitado el tipo de la corbata–, y el país no llega ni a siete”.
 “¿Qué me dice de la ciudad?”.
 “Aprueba de panzazo”, sentencia un profesor de deportes.

“Vale, califique con un siete a la ciudad, pero ya déjeme en paz porque voy tarde,” rezonga el agente de bienes raíces.

Una encuesta publicada en fecha reciente por el INEGI asegura que en México la satisfacción con la vida promedia poco menos de 8 sobre 10. Las personas se consideran felices en sus relaciones (8.7), están contentas con sus logros individuales (8.4) y con su vivienda (8.2). Se muestran sin embargo críticas con la seguridad (5.6), con el país (6.9) y con su ciudad (7.3).

ZOOM: El INEGI no puede hacerse cargo de la honestidad de los entrevistados, pero la ingenuidad de las preguntas sí es responsabilidad del entrevistador.