Chile
El Desconcierto
No se puede obviar que son las mujeres las que suelen acceder a estos trabajos poco dignos, en contextos donde no se reconocen sus derechos. No sólo los laborales. |
Una
mirada rasante de lo golpeado que ha estado el país en estos días
revela una realidad aparentemente inmutable: en Chile las mujeres
siguen siendo de segunda clase. Ya es usual que para cada catástrofe
las voces expertas y algunas autoridades salpiquen de críticas a un
sistema nacional de emergencia que se califica como desactualizado. La
magnitud de la tragedia enceguece y la acción de diversos actores
políticos, incluyendo los medios de comunicación, hacen de la
imprecisión, a veces negligente, una presa fácil.
Qué se sabe de la
situación de las mujeres en cada albergue instalado post lluvias y
aludes en el norte de Chile; qué se supo de ellas después de cada
terremoto, de sus condiciones de vida, de la ausencia o precariedad de
sus viviendas, del impacto del hacinamiento, sin acceso a agua, bienes
básicos y servicios higiénicos. Poco o nada. Porque las informaciones
que se publican, los análisis que se hacen y las acciones públicas que
se erigen en el desastre no tienen sexo ni género.
Tras el
tsunami del sudeste asiático de diciembre de 2004, que mató a más de
220 mil personas, murieron cuatro veces más mujeres que hombres tras el
maremoto que afectó a Indonesia, Sri Lanka e India. Murieron porque
estaban en sus casas en tareas domésticas, murieron porque
privilegiaron rescatar a sus hijos e hijas, murieron porque no sabían
nadar, murieron porque fracasaron en el arte de trepar árboles,
murieron presas de los estereotipos de género. Las sobrevivientes
siguieron discriminadas en los albergues, donde la violencia en su
contra se tradujo en malos tratos y abusos sexuales (Oxfam, 2004).
La
descripción de una catástrofe se agudiza cuando se lee desde las
diferencias entre los sexos y el género, cuando ellas se plasman en
condiciones de precariedad, pobreza y aislamiento. La cobertura de las
lluvias y aludes en el norte ya cumplen una semana. Poco pueden hacer
los medios y las autoridades para mitigar el drama, porque la tragedia
está ahí, impertérrita. Pero la noche del viernes 27 de marzo, algo
pasó: una nota emitida en el informativo central de TVN informó sobre
cómo la localidad de San Antonio quedó sepultada bajo el lodo. A medida
que avanzó el informe, un trabajador denunció en cámara la desaparición
de un container con mujeres que “trabajaban” en la “empresa”; todas
aparentemente “encerradas” en el contendor.
“Hay más mujeres desaparecidas que hombres”
dijo el trabajador, desesperado. La información no entró en detalles
del nombre de la empresa ni de su propiedad, no reparó en la gravedad
de las condiciones de trabajo, “de esclavitud”, que habrían condenado a
un número indeterminado de mujeres a la muerte. En las redes sociales
se instaló una suerte de horror ante la falta de mayores antecedentes y
rigor informativo. “Hay más mujeres desaparecidas que hombres” resuena.
Es muy probable que así sea.
Esta “noticia” rememora
inevitablemente el 25 de marzo de 1911, cuando más de 140 mujeres
murieron encerradas en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist (Nueva
York) producto del incendio que se generó por las condiciones inhumanas
en las que trabajaban. Hoy la incertidumbre se instala y no se sabe
dónde están las mujeres “del container” o de los “módulos habitados
como dormitorios”. Lo único que asoma con cierta claridad son las
denuncias sobre malas condiciones de trabajo, agravadas por un entorno
que ha naturalizado la ausencia de derechos a costa de la dignidad de
las mujeres.
Vía Twitter se identificó a Frutícola Atacama como
responsable del “encierro”, sus representantes han negado la versión de
los trabajadores, planteando que las mujeres no habrían estado
encerradas en el “módulo”. El candado habría sido instalado en una reja
que separa las dependencias e instalaciones entre hombres y mujeres,
dijo Horacio Parra gerente de la empresa. Separación que, en palabras
de una de las trabajadoras entrevistadas, era “por seguridad, por si
algún compañero curado se quería sobrepasar”. Una suerte de cinturón de
castidad propio de la modernidad.
Dejar bajo llave a las
mujeres para proteger la integridad de sus vidas y cuerpos es algo que
debe escandalizar a la opinión pública y a la ciudadanía. No debería
haber duda. Porque se supone que en la actualidad hay múltiples
estrategias y alternativas para proteger a las mujeres del abuso sexual
y mecanismos para hacer cumplir la ley en el caso contrario.
“Encerrar con llave” es una medida que va en contra de toda lógica de
seguridad. De esto se trata cuando se hace referencia a estar condenada
por los siglos, los signos y los estereotipos de género, y por su
naturalización aferrada a la discriminación, subordinación y la
violencia que no da tregua.
La denuncia de la desaparición de
mujeres del “módulo dormitorio” aún se está investigando. Pero
aparentemente no habría duda sobre las condiciones laborales precarias,
la condición de pobreza de esas trabajadoras y la omisión de una mirada
de género en esta tragedia. No se puede obviar que son las mujeres,
generalmente en condiciones de vulnerabilidad, las que suelen acceder a
estos trabajos poco dignos, en contextos donde no se reconocen sus
derechos. No sólo los laborales.
Este “caso” debe ser
investigado y juzgado según corresponda. También debe permitir reditar
una antigua y permanente discusión sobre los derechos de las mujeres,
exigir ser más conscientes de las condiciones todavía inhumanas en las
que viven muchos chilenos y chilenas, que los condena a ser las
víctimas más expuestas a cualquier catástrofe. Con mayor fuerza obliga
a los actores políticos y medios de comunicación a incluir –de una vez
por todas- una mirada de género en sus informaciones y análisis porque siempre puede ser cierto que existan “más mujeres desaparecidas que hombres”.
Mónica Maureira, periodista. Paula Sáez, psicóloga.
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