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La mujer es una fuerza laboral de primer orden en el mundo y el movimiento internacional de mujeres introduce el mensaje de que es posible rebelarse contra las condiciones de opresión y explotación laboral. |
Nunca
en la historia del capitalismo la clase trabajadora ha estado tan
feminizada como ahora. Si a las cifras de la fuerza laboral global se
suma el trabajo sumergido y el trabajo de cuidados en los hogares, se
puede afirmar que la mayoría de las personas que trabajan son mujeres.
“Si
nosotras paramos, se para el mundo”: la huelga global del pasado 8M
expresó esta profunda transformación, así como la potencialidad de un
movimiento de mujeres que actúa como catalizador de las luchas contra la
violencia patriarcal, la precariedad capitalista, la opresión racial y
sexual.
Las
mujeres trabajadoras son hoy nada menos que el 40% de la fuerza laboral
del planeta, según estimaciones de la Organización Mundial del Trabajo.
Esta cifra contiene importantes desigualdades por regiones: mientras en
la zona euro y en Norteamérica está en torno al 46%, en Latinoamérica y
el caribe y en regiones como China por encima del 41%, cae al 20% en
regiones como Medio Oriente y norte de África, y vuelve a rozar el 50%
en países de África subsahariana. Los datos consideran tan solo a
personas que trabajan a cambio de una remuneración o que buscan
activamente trabajo. Pero no incluyen la gran masa de trabajo
“invisible” realizado por mujeres en los hogares: el cuidado de niños,
enfermos y personas dependientes, la preparación de alimentos, lavado y
arreglo de ropa, limpieza, etc.
Tomado
de conjunto, el siglo XX muestra una línea ascendente de la
participación femenina en el mercado laboral, pero ésta pega un salto
notable desde 1970, llevando la curva a sus niveles más altos. En
Estados Unidos, las mujeres eran 22.8% de la fuerza laboral en 1910,
casi el doble en 1960, y un 56.8% en 2016. En España fue más lento, la
fuerza de trabajo femenina se mantuvo por debajo del 15% desde 1910
hasta 1970 cuando comenzó un ciclo creciente hasta alcanzar más del 46%
en 2017.
El
auge neoliberal implicó la expansión del trabajo industrial y de
servicios en nuevas regiones del planeta hasta entonces
predominantemente rurales. También implicó la multiplicación de formas
de subcontratación, trabajo parcial, externalizaciones y trabajo
precario, ocupado en gran parte por mujeres. En los países más pobres,
la feminización del trabajo es especialmente alta, siendo mayoritario
entre las mujeres el trabajo informal –86% en la India y por encima del
70% en países como Bolivia, Perú, Pakistán o Indonesia–.
Las
tareas que realizan las mujeres en millones de hogares son invisibles
para las estadísticas laborales, pero, como explican las feministas
desde la Teoría de la Reproducción Social, el capital necesita la
reproducción de la fuerza de trabajo: para que los trabajadores puedan
volver cada día a la fábrica o la oficina, tienen que comer, vestirse y
descansar. Los recortes y privatizaciones neoliberales en la educación
pública, los servicios sociales y la sanidad, recargan aún más la doble
jornada laboral femenina. El tiempo dedicado por las mujeres a los
cuidados es mucho mayor que el que ocupan los hombres en esas tareas.
Mientras en Francia les consume el doble de tiempo a ellas que a los
hombres, en países como España o Argentina las mujeres trabajan tres
veces más que ellos en las actividades domésticas no remuneradas. En
países como la India la proporción es de 10 a 1.
Cuando una mujer avanza
En
los últimos años, colectivos de mujeres han tomado protagonismo al
frente de luchas laborales. “Si se puede, si se puede, si una mujer
avanza, ningún hombre retrocede”: es el canto de las trabajadoras de
Coca Cola. Las “Espartanas” son un símbolo de las luchas obreras en
España. Son trabajadoras, madres, hijas y esposas de trabajadores que
enfrentan a la multinacional.
“Mujer
es femenino, y número plural: estamos hasta el coño de violencia
laboral”: así lo expresaban las camareras de piso agrupadas en Las
Kellys durante una concentración del 8M. También se han hecho escuchar
las trabajadoras del centro logístico de HM en Madrid con una huelga
indefinida, las empleadas de residencias de Bizkaia, las teleoperadoras
del servicio 016 contra la violencia de género, los colectivos de
trabajo doméstico o las temporeras de la fresa en Huelva. Un fenómeno
que se replica a nivel internacional con la gran huelga de las maestras
de West Virgina y las trabajadoras de hoteles Hilton de Stamford en
Estados Unidos, las inmigrantes limpiadoras de estaciones de trenes en
París, o las enfermeras en huelga en los hospitales de la India.
La
dinámica del movimiento feminista internacional parece estar
estimulando a las mujeres trabajadoras, precarias y mal pagadas,
renovando su confianza para convertirse en avanzada de las luchas
laborales. Se contagia entre las mujeres la idea de que es posible
rebelarse contra las condiciones de opresión y explotación laboral.
Percibir esta dinámica es necesario para evitar un doble error. Por un
lado, considerar a la clase obrera como un sujeto abstracto, sin género
-lo que convierte al masculino en “universal” mientras se invisibilizan
las reivindicaciones de las mujeres-. Pero también el simétrico opuesto:
construir un sujeto femenino indefinido, sin clase, dejando de lado el
hecho de que la mayoría de las mujeres son trabajadoras, precarias,
inmigrantes y pobres.
International Labour Organization, ILOSTAT database. Noviembre 2017.
Working women: Key facts and trends in female labor force participation, Our World in Data, 2017.
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