Si me gano el avión
Violeta Vázquez-Rojas
Para cuando lean estas líneas, seguramente ya estaremos hartos de reírnos de los memes y los chistes sobre la rifa del avión presidencial. Y ya atemperados los ánimos sobre el tema, es buen momento para pensar por qué esta propuesta a primera vista tan disparatada es una joya de la comunicación política y no, como muchos ven, una mera puntada en la lista de ocurrencias chuscas del presidente. Tampoco es, como ve The Guardian, “un intento desesperado” de parte de AMLO en su obstinación por cumplir una promesa de campaña.
La propuesta de rifar el avión presidencial lanza un fuerte mensaje con dos contenidos: por un lado, que lo verdaderamente ridículo y digno de escarnio es la ostentación y el despilfarro que representa ese aparato; y, por otro, que una vez más, la gente tiene la capacidad de involucrarse en una decisión política y salir en desagravio de la nación mediante una acción colectiva.
La propuesta de la rifa fue una de entre cinco posibilidades, que el presidente puso a consideración del público en su conferencia del 17 de enero. Las propuestas se fueron presentando en orden, de la más sensata a la más absurda. Porque, en efecto, la rifa de un Boeing 787 es un disparate, pero ese es el mensaje de AMLO: no es más ridícula que el hecho mismo de haberlo comprado.
A medida que se presentaron las cinco
propuestas, se explicaba por qué no eran del todo viables: ya fuera que se ofreciera a un solo comprador, al gobierno de Estados Unidos a cambio de equipo médico, a una sociedad de empresas, o que se rentara por hora, el problema de fondo es que nadie quiere usar un artefacto tan groseramente dispendioso. Los empresarios recalcan que usarlo les daría vergüenza y hasta las personas más ricas del mundo prefieren rentar espacios de lujo en vuelos comerciales que poseer un armatoste así, nos cuenta el presidente.
Entonces viene la propuesta de la rifa: 6 millones de cachitos de 500 pesos. La audiencia deja escapar risas, piensan que AMLO está bromeando. Pero la idea se instaura pronto en la conversación pública y los de a pie nos empezamos a imaginar qué haríamos si nos llevamos el boleto ganador. Como ya lo cantaba Chava Flores, nada le es más fácil a un mexicano que soñar que se saca la lotería. ¿Qué haríamos usted o yo con un avión así? Una fiesta, desde luego. Los quince años de la sobrina. Un viaje a Acapulco. Y cuando termine el año de operación que vendría incluido, nos desharíamos de él, claro… ¿pero cómo? El sueño se acaba exactamente en la pesadilla actual del Presidente, nos pone en sus zapatos: tratando de deshacernos de un palacio del aire que no necesitamos, ni nosotros ni ningún mortal, y que nadie quiere adquirir porque su existencia misma es un insulto.
Lo que logra AMLO con la idea de la rifa es, figurativamente, poner el problema del avión en nuestro patio, y a nosotros en la piel del presidente. A la vez, nos llama a involucrarnos de la mejor manera que sabemos: riéndonos y soñando situaciones improbables, pero que nos ayudan a apreciar la dimensión enorme del problema. También, sutilmente, nos invita a plantearnos una posibilidad: ¿se imaginan qué habría pasado si, antes de hacer este gasto delirante, Felipe Calderón lo hubiera sometido a la consulta pública ? No sabemos. Podemos imaginar cosas absurdas como ganarnos un Boeing 787 en una rifa, pero no tan descabelladas como que los gobiernos anteriores hubieran tenido la ética de consultar sus decisiones con la gente.
Violeta Vázquez-Rojas. Lingüista. Estudia la gramática del purépecha y del español. Interesada en divulgar la ciencia del lenguaje y en desterrar algunos mitos y prejuicios acerca de las lenguas, de las palabras y de sus usos.
@violetavr
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