Imaginemos: desbloquear el teléfono y leer “Puta vamos a violarte y
corregirte”. Chequear los correos y recibir “Con esa cara de mal follada
solo puedes escribir mierdas”. En la red azul y blanca un rápido
rastrillaje por los comentarios: “Pedazo de mierda vamos a matarte,
sabemos donde vives”. En la red del pajarillo una manada
detwitteros desconocidos distribuyen nuestra dirección exacta y prometen
mandarnos paquetes llenos de mierda hasta la puerta de nuestro hogar.
Todas las opciones anteriores son posibles. Y, si fuera poco, también
podemos atestiguar cómo circulan nuestras fotos, minuciosamente
editadas o con un verosímil videomontaje en el cual aparecemos
violentadas o muertas de mil y una maneras.
Todas estas son vivencias de mujeres reales, recogidas a lo largo de
los años por quienes investigamos las violencias de género en la red.
Todas tienen un efecto paralizante.
En internet la violencia contra las mujeres abarca desde el
acoso, el hostigamiento, la extorsión y las amenazas, el robo de
identidad, el doxxing*, así como la alteración y la publicación de fotos y videos sin consentimiento. Todos
estos ataques afectan de manera real la vida de las mujeres porque
generan daño a la reputación, aislamiento, alienación, movilidad
limitada, depresión, miedo, ansiedad y trastornos de sueño, entre otros.
En este contexto surgen, por un lado, reclamos de mayores sanciones,
más leyes y más control sobre lo que sucede en internet y, por el otro,
recae sobre las mujeres la responsabilidad y, a veces también, la culpa
de esas situaciones.
Los ataques en línea que colocan en la mira a las mujeres
periodistas adquieren características específicas relacionadas con el
género y tienen, en general, una naturaleza misógina y de contenido
sexualizado. En este contexto, las mujeres periodistas cargamos
una mochila más pesada: recibimos agresiones como comunicadoras y,
también, como mujeres.
Cada día más urge sopesar estos ataques que por mucho tiempo fueron
vistos como menores. “¿Te insultaron por Facebook? Despreocupate, ¿a
quién no?”. “¿Amenazas en Twitter? No pasa nada, son trolls, máquinas
automatizadas”. El peor de los sentidos comunes sobre nuestras
relaciones con las tecnologías también quita mérito a las violencias en
línea de cada día. Cuando, en realidad, cada opinión, mensaje o
toma de posición proferida en internet que recibe un ataque violento a
cambio pone en juego la pluralidad de voces fundamental a la hora de
informarnos.
El informe ‘Mujeres Periodistas: Discriminación y Violencia basada en género contra mujeres periodistas en el ejercicio de su profesión’, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) publicado en 2018, resalta que la
violencia en línea contra mujeres periodistas y comunicadoras puede, en
casos extremos, conducir a la autocensura o a que las mujeres se
retiren de la esfera pública, dejando el campo del periodismo dominado
por los hombres, restando así voces diversas a los discursos hegemónicos que dan forma a los medios de comunicación tradicionales.
El informe de este organismo, creado para promover el monitoreo y la
defensa de los Derechos Humanos, desglosa la violencia en línea como
“todo acto de violencia de género contra la mujer cometido, asistido o
agravado en parte o totalmente por el uso de las tecnologías de las
comunicaciones, Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(TIC), como teléfonos móviles y teléfonos inteligentes, internet y redes
sociales, plataformas o correo electrónico, contra una mujer porque
ella es una mujer, o afecta a las mujeres desproporcionadamente’”.
Es indiscutible: los índices de las violencias en internet dirigidas contra periodistas y comunicadoras no dejan de crecer. Así lo confirmó la Federación Internacional de Periodistas (IFJ, por sus siglas en inglés) que realizó en 2018 una encuesta con
el resultado de que casi dos tercios de las mujeres periodistas han
sido objeto de abusos en línea. En otras palabras: el 68 por ciento de
las mujeres que trabajan en periodismo han sufrido acoso digital.
Destaca el informe de CIDH que el analizar en detalle las temáticas
que las periodistas abordan da una pauta de qué es lo que puede desatar
un mayor caudal de ataques. Son esos temas históricamente “vedados” para
las mujeres en el periodismo: “La política, el derecho, la economía, el
deporte y los derechos de la mujer, el género y el feminismo, aumenta
la probabilidad de ser agredidas en línea.
También se comprueba que los ataques son frecuentes cuando
desenvuelven materiales relacionados a derechos de las mujeres y/o de la
comunidad LGTBI y cuando se manifiestan para denunciar la
discriminación por motivos de género”.
En resumen, las consecuencias de los ataques hacia mujeres
periodistas redundan en la falta de perspectivas y voces femeninas en
los medios de comunicación. El déficit de estas voces impacta de manera
grave en la libertad y la pluralidad de la información hoy producida. En
internet hay un continuum que perpetúa los escollos que las periodistas encontramos a lo largo de nuestros proyectos profesionales por fuera de internet.
Periodistas ocupadas en sus cuidados digitales
Latinoamérica es un territorio especialmente hostil para las mujeres comunicadoras.
En este horizonte, a las tradicionales formas de la represión, se suma
el ingrediente de la persecución en espacios digitales y los ataques
organizados por enjambres digitales que los grupos antiderechos
encabezan como forma de amedrentamiento a la libertad de expresión en
internet. En ese contexto les periodistas se debaten entre la
autocensura y los riesgos físicos, psicológicos y las campañas de
difamación orquestadas por grandes empresas y gobiernos.
Tal vez una de las lecciones más frustrantes en este horizonte es
que, en el ámbito periodístico, las medidas de seguridad o cuidados
digitales se toman cuando el daño ya fue causado. En otros términos, se
confirma la temeraria premisa de que somos “hijes del rigor”. Se
confirma, en la experiencia de las capacitadoras en cuidados digitales,
que si las individualidades de la comunidad periodística no sienten que
hay una imposición, una obligación, una sanción o una amenaza concreta
las medidas de seguridad no se hacen efectivas. “Las personas que sí
llevan adelante estas estrategias suelen ser personas que ya han sido
amenazadas o acosadas. Después de un ataque, una amenaza o un acoso,
empiezan a poner en práctica estrategias en seguridad digital y cambian
hábitos”, explica desde la colectiva Ciberfeministas Guatemala, March.
No existen recetas para comenzar a aprender y aplicar medidas seguridad digital. Las
medidas de cuidados para aplicar no son infalibles, así como tampoco lo
son las tecnologías que usamos. Por eso la forma de abordar este tema
debería ser holística: desde una mirada que considera también a la
seguridad en una tríada física, psico-emocional, y de la gestión de los
datos y comunicaciones.
A primera vista, la reacción ante el convite para comenzar a
aplicar cuidados digitales oscila entre la fobia, la pereza, y la
sensación de pérdida de tiempo: parece complicado, espinoso y
ajeno. La buena noticia es que cuando la idea de comunicaciones más
seguras nos paraliza el mejor camino es hacernos preguntas.
Mirar entre nuestras manos a esa mascota digital multicolor, ruidosa y
vibrante (siempre ansiosa de datos) y preguntarnos: ¿es esta la
herramienta que más me ayuda en mis comunicaciones?, ¿desde que tengo un
celular trabajo más o trabajo menos?, ¿estar más tiempo conectada me
trae más estrés o mayor relax?, ¿cuánta información personal guardo en
este dispositivo? Y, ¿cuánta información privada tienen las empresas
telefónicas cada vez que usamos el servicio?
Trabajar en periodismo teniendo en cuenta la sensibilidad de nuestra
labor nos exige hacer un cambio: posicionarnos desde una actitud
preventiva y ya no reactiva. Pues como sabemos, en muchos casos
los ataques a la labor informativa ponen en riesgo ni más ni menos que
la vida, así como debilita los ecosistemas informativos en nuestras
comunidades. Veamos entonces de qué manera comenzar a cambiar
la actitud a partir de algunas buenas prácticas de periodistas que
trabajan en los territorios de mayor peligrosidad, como México y
Centroamérica.
March, quien también es parte de la red de cuidados digitales latinoamericana Ciberseguras,
nos comparte algunas medidas básicas, no por ello menos importantes,
que han relevado en los trabajos de acompañamiento a las comunicadoras
comunitarias y periodistas de la región mesoamericana. Entre algunos
buenos hábitos, destaca el de usar los teléfonos móviles de manera
segura, “porque los celulares son lo que más utilizan en terreno”. Las
estrategias de cuidado mas observadas en periodistas son:
- uso de contraseñas seguras en celulares
- respaldo de información guardada en celulares, computadoras, memorias externas
- armado de estrategias para contacto de las fuentes (evitar realizar una conversación completa en Whatsapp o vía mensaje de texto)
- diseño de estrategias mixtas: iniciar contactos con las personas vía digital y luego seguir de manera presencial (en la medida de lo posible)
- activación de redes de apoyo local (no hay como una manada para sentirse protegida): resultan fundamentales las redes de amigas y de amigos, así como de colegas periodistas porque dan acompañamiento y ayudan a la estabilidad emocional
- manutención de perfiles diferenciados en redes sociales; después de revisar detalladamente las configuraciones de seguridad en Facebook, Twitter, Instagram, entre otras, la invitación es a manejar dos o más perfiles: uno personal y otro del medio al que representan (hay periodistas que cuentan un perfil de activista/periodista y un perfil personal en la que se contactan con amigas o familia)
- informar la geolocalización o ubicación: diseñar un protocolo en caso de viajes frecuentes para que las personas de la red de confianza estén al tanto de la ubicación e vayan monitoreando cada punto de partida y de llegada.
En este contexto, hay que tener cuenta que las prácticas y nuevos
hábitos requieren tiempo, desafíos que se suman a las extensas jornadas
que delinean el paisaje del trabajo periodístico. Esto exige, a decir de
March, que “en tu labor como periodista tengas que tomarte un tiempo
para adquirir estas prácticas más seguras”.
Señala la defensora e investigadora guatemalteca que las estrategias
que requieren un nivel un poco más alto de conocimiento técnico no
siempre están tan presentes, como por ejemplo: tener una VPN*, instalar
un KeepassX* o usar Tor*. El interés sobre aprender a usarlas se percibe
en aumento, no obstante, para quienes precisan resguardar sus
identidades al momento de hacer una investigación y tener más seguridad
en sus cuentas.
Falta mucho por recorrer en el ámbito de los cuidados digitales para periodistas, pero
el aumento de los ataques digitales está haciendo reaccionar. Otra vez
“el rigor” lleva a quienes trabajan como periodistas a prestar mayor
atención y, en el mejor de los casos, a ponerse manos a la obra. “Los
cuidados digitales se adaptan al momento y al estilo de vida, no siempre
son un panfleto a seguir. Entonces cada quien utiliza lo que necesita
según su contexto”, señala March. Y amplía: “Otra estrategia que es muy controvertida es la de alejarse de los espacios digitales. Una
periodista contaba que decidió alejarse de los espacios digitales
porque no podía más y esa fue su estrategia de cuidado en ese momento,
optó por quedarse solo usando las plataformas digitales de los medios
para los que trabaja”.
Los ataques en internet son un fenómeno diario que afectan y limitan
las labores de un periodismo plural, diverso y democrático. Las amenazas
implican cuestiones de seguridad y promueven la autocensura que, entre
otros fenómenos impactan, y precarizan la profesión.
No todo está perdido: la demanda de conocer más y desarrollar un
espíritu crítico hacia las tecnologías crece en la comunidad
periodística. Hay luz en el horizonte cuando la comunidad periodística
espabila, no espera a que la ataquen, e inicia un proceso de autocuidado
en el ámbito de las comunicaciones digitales.
* Este artículo fue retomado del portal pikaramagazine.com
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