Al menos 162 mineros
murieron sepultados por un torrente de barro a causa de las fuertes
lluvias en el norte de Myanmar. El número total de fallecidos se
desconoce, pues en la inundación de la mina de jade a cielo abierto en
la que trabajaban sólo fue posible rescatar los cuerpos que salieron a
flote. El accidente cobró notoriedad internacional por la gran cantidad
de víctimas, pero dista de ser un evento excepcional en la minería del
jade en la zona de Hpakant: apenas el año pasado, 50 personas murieron
en un alud de tierra, y durante 2015 más de 100 perdieron la vida en
incidentes de este tipo.
El denominador común entre los trabajadores que extraen esta piedra
semipreciosa es ser migrantes de comunidades étnicas marginadas, quienes
reciben pagas miserables por ejercer su labor en condiciones de
semiclandestinidad. La situación de vulnerabilidad delos trabajadores
queda ilustrada por el hecho de que se vieron obligados a continuar sus
la-bores, pese a las advertencias de las autorida-des locales con
respecto a las lluvias. Esta pre-cariedad contrasta con las fabulosas
ganancias que se embolsan quienes controlan el negocio de miles de
millones de dólares del tráfico de jade.
Como se ha dado cuenta en este espacio, lo dicho sobre la minería en
la nación del sudeste asiático se replica en todas las latitudes donde
tiene lugar esta actividad extractiva, y de manera notoria en México. En
efecto, históricamente la minería se ha caracterizado por ser un
negocio en el que los extremos de la miseria, la explotación y el
sufrimiento humano producen cantidades desmesuradas de riqueza a las
personas o corporaciones que ejercen el usufructo sobre los minerales
arrancados del suelo.
Desde las minas de cobre en Chile o en Cananea, Sonora; las de plata y
estaño en Bolivia; las de diamantes en la República Democrática del
Congo, hasta las de simple carbón en Pasta de Conchos, Coahuila, la
desmedida sed de ganancias de las compañías mineras devasta el medio
ambiente y, en razón de una negligencia criminal de los más elementales
requisitos de seguridad, genera recurrentes tragedias humanas de las que
Myanmar es el ejemplo más actual.
Lo anterior no pretende cuestionar la importancia de la minería para
el desarrollo de las actividades humanas, pues resulta evidente que la
vida contemporánea sería inimaginable sin los insumos provistos por la
extracción y transformación de minerales. Pero debe remarcarse la
urgencia de que este negocio sea objeto de una estricta regulación tanto
a nivel de las prácticas aceptadas por la comunidad internacional como
en las respectivas legislaciones nacionales. Una de las tareas
primordiales de ese esfuerzo regulatorio debe ser sin duda la abolición
efectiva del trabajo infantil, al cual se recurre bajo la racionalidad
perversa de que los niños pueden circular con mayor facilidad por los
estrechos socavones de los tiros mineros, además de que están dispuestos
a realizar trabajos extenuantes por una paga menor que los adultos.
En suma, si la minería es una industria imprescindible, es imperativo
encontrar un modelo sustentable, que minimice hasta donde sea posible
los impactos sociales y los daños ambientales, al mismo tiempo que
garantice la seguridad y una justa retribución a los trabajadores.
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