1/25/2010


El negocio ideal

León Bendesky
El negocio ideal de los bancos sería generar dinero sólo a partir del dinero, es decir, de modo directo y sin ninguna intermediación que tenga que ver con producir algo, crear empleo o pagar impuestos. Los bancos crean dinero, ese es el punto clave, y el medio esencial para las transacciones en el mercado.

Los bancos están en el centro del sistema financiero, con que opera el capitalismo cada vez más desarrollado y globalizado, y en torno a éste se forman un entramado de empresas e instrumentos para mover el dinero y recrearlo.

En la primera década de este siglo, sólo para concentrar nuestra atención, los bancos y esas otras empresas financieras se han aproximado al ideal de pasar del dinero a más dinero con los menores obstáculos. Dos crisis se han sucedido: una en 2001, que fue sólo una preparación, y otra en 2008, de gran envergadura.

El financiamiento debe, en principio, acomodar la discrepancia en el tiempo que ocurre entre el proceso de producir y de vender, o bien, de consumir y tener el dinero para pagar mientras se trabaja. La disponibilidad de fondos y el tiempo que transcurre componen la base del costo del crédito, otro factor, por supuesto, es el riesgo de no cobrar.

La especulación alrededor de las empresas de tecnología llevó a que el precio de las acciones se fuera muy por encima del valor real que tenían. La especulación hipotecaria provocó no sólo el alza del precio de las casas, sino la formación de toda una estructura de endeudamiento sustentada en transacciones financieras de gran sofisticación. Mediante ellas se suponía que se reducían efectivamente los riesgos y se podría reproducir el dinero prácticamente de modo ilimitado.

Muchas compañías financieras creaban productos cada vez más alejados de la actividad de la construcción, que amparaban las hipotecas originales, y la llamada burbuja crecía de modo imparable. Hay límites para crear dinero sólo del dinero, para la alquimia financiera.

En el proceso pasan muchas cosas: crece el número y el valor de las transacciones, se desarrollan nuevos instrumentos, se acomodan las prácticas de regulación y supervisión, así como el armazón institucional (los bancos centrales), y se formulan teorías cada vez más adaptadas a las nuevas situaciones. Sobre todo, se generan expectativas de ganancia sobrevaloradas que finalmente se pinchan como un globo lleno de aire.

Algunas empresas financieras se volvieron muy grandes para quebrar y los gobiernos de Estados Unidos y varios países de Europa intervinieron para rescatarlos y limitar las repercusiones de la crisis sobre la economía. Aun así, el daño ha sido muy grande.

Los rescates se cargan al fisco, o sea que los costos se socializan, mas no así los beneficios. Lo que ahora ocurre es que quienes recibieron el dinero del salvamento hicieron otra vez grandes ganancias, que sobrepasan el valor de lo que recibieron.

La mayoría ha devuelto lo que les dieron. Pero lo ganado, que es mucho, se lo quieren repartir, mientras el gobierno de Barack Obama quiere más de regreso, lo que en términos financieros está más que justificado y tiene todo el sentido y políticamente también.

La intervención estatal en el sistema financiero no debería acabar siendo un premio para quienes promovieron la especulación y se crearon quimeras acerca de un permanente aumento de los precios de los bienes raíces, de la infalibilidad de las innovaciones financieras y de la capacidad de controlar los riesgos mediante sofisticados esquemas de formación de los precios de títulos que amparaban deudas cada vez más grandes.

El negocio ideal no fue posible. Al final habrá que reconocer que la centralidad del dinero y del crédito dependen de la creación de riqueza, por más que se estire la cuerda y que todas las desviaciones que se dan de modo periódico tienen ahí su límite. Unos pueden ganar más en el proceso que otros, pero el ardid de pasar directa y duraderamente de dinero a más dinero no es infinito en términos sociales y pone en jaque las posibilidades mismas de la reproducción.

Obama quiere poner un impuesto a las ganancias de los grandes bancos como compensación del salvamento ejecutado con fondos públicos y con cargo al erario. La resistencia es grande. Si la iniciativa prospera no podrá reducirse a un solo país. Ese es un aspecto de la globalidad centrada en las finanzas.

La presión global ejercida por las transacciones financieras fue decisiva en el cambio reglamentario en Estados Unidos (fin de la Ley Glass-Steagall en 1999). La internacionalización de las finanzas hizo evidente la advertencia de Keynes sobre los riesgos que eso entrañaba.

La reforma financiera se ha ido quedando corta, ante la magnitud de la crisis de los últimos dos años. Las tensiones que de ahí se desprenden se van extendiendo a todas partes como divisiones entre grupos sociales, mayor desigualdad y exclusión. Este proceso de reforma apenas empieza, junto con la cuenta para la siguiente crisis.

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