Primeros zapatos
Mete bien el pie, niña, y ahora vete en el espejo, dice la vendedora arrodillada frente a ella. Cada 28 de enero, desde 1930, Margo Glantz estrena zapatos, porque desde la punta del pie hasta el último de sus cabellos hace de su vida una experiencia estética de placeres inéditos.
Segundos zapatos
¿Habrá zapatos judíos? ¿Con qué zapatos vinieron de Ucrania sus padres? ¿Serían botas para la nieve? Seguro los zapatos de Jacobo Glantz, su padre, el poeta y pintor, eran pequeñísimos, porque él era del tamaño de dos manzanas encimadas, pero de su madre, Elizabeth Shapiro, Margo heredó la altura, el perfil y el tamaño del pie. En la huella de los zapatos de Margo se estampa su condición de judía, como lo afirma en su libro Genealogías, en el que busca su identidad, y en Síndrome de naufragios, en el cual vuelve a los mitos de la religión judeo-cristiana. Nunca he oído a una judía escribir tanto de Jesucristo y de la Virgen María como Margo Glantz. Bueno, quizá le gane la filósofa Simone Weil, pero ella era una escritora sufriente, y Margo es una escritora gozosa.
Terceros zapatos
Margo es malísima para los deportes y, por tanto, sus zapatos son intelectuales, elaborados y un poco inmorales. Eso sí, usa zapatos planos para caminar y para mudarse, porque los Glantz se cambian de casa con frecuencia y llevan sus libros en hombros. También el piano, pero primero son los libros. Jacobo Glantz, su padre, no controla las lecturas de su hija y la quinceañera lee desde Shakespeare hasta M. Delly, que la hace llorar más que Macbeth y Hamlet. Como buena eslava, los idiomas le bailan en la punta de la lengua: inglés, francés, alemán, italiano y portugués. Lee a los autores en su lengua original. En los cursos que mejor funciona Margo es en los de literatura y de gramática española y vocabulario. Creo que nunca, en toda mi vida, he hecho una falta de ortografía
–presume.
Cuartos zapatos
Aún no tienen tacón alto, Margo asiste a la Preparatoria número 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Su maestro es Agustín Yáñez, y su vocación, la literatura. A Yáñez le gustan los zapatos de la jovencita Margo, tienen un aire de extranjería, de niña que vive en medio de libros. Yáñez conoce Carmel Art, de Jacobo Glantz y adivina que la vida de esta joven retraída será la de las letras y que quizá las cubrirá con su propia piel. En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los maestros de Margo serán Alfonso Reyes, Julio Torri, Rodolfo Usigli, Samuel Ramos y Leopoldo Zea, y los cinco la ayudan a abolir esquemas, pero nadie le dará mejores lecciones que su propio corazón, audaz y seguro de su valía.
Quintos zapatos
Zapatos de tacones de 13 centímetros de altura en los que encajan muy bien sus pies y las piernas, que van subiendo como dos torres gemelas. Después de la UNAM, en México, en 1953, Margo se doctora en letras hispánicas en la Universidad de la Sorbona. De regreso al país, la Facultad de Filosofía y Letras le abre los brazos, mientras Alina, su primera hija, abre sus ojos en 1959, y Margo le pone sus primeras botitas de estambre. Así, maternal, funda la revista Punto de partida, para los nuevos escritores universitarios. En 1971 nace su segunda hija, Renata, y ya para entonces Margo se ha inclinado hacia la literatura de los jóvenes y publica Onda y escritura en México, jóvenes de 20 a 33, en Siglo XXI Editores, la de sus amigos Arnaldo Orfila Reynal y Laurette Séjourné, e incluye a José Agustín, Gustavo Sáinz, Parménides García Saldaña y a otros que ahora son abuelitos o se piraron de un pasón.
Sextos zapatos
Los zapatos se dan a luz unos a otros hasta llenar tres roperos y cuatro cómodas que Margo, la melómana, hace cantar cada vez que abre un cajón. A su lado, Imelda Marcos palidece. Para hacer juego con los zapatos, usa vestidos que también son una fijación y un deleite. Margo se gusta, se mira en el espejo y vuelve a gustarse. Dalí le hubiera confeccionado un sombrero en forma de zapato, como lo hizo para Schiaparelli y Jacques Fath; le habría cortado una capa suntuosa cubierta de cibelinas. En México, la familia de Margo tiene que ver con Kamchatka, que vende abrigos de piel.
Séptimos zapatos
Hablan solos, hablan con seguridad, hablan en público, opinan con autoridad, saben hacia dónde se dirigen. Ningún mal paso. Caminan hacia el lenguaje, y Margo vuelve memorable lo que por costumbre sólo aparece en revistas especializadas, la vida secreta del cuerpo o lo que es aparentemente banal, como peinarse, lo que hasta antes de ella se creía reservado al mundo de las mujeres, al de la moda, el salón de belleza, al goulash. Margo vuelve esencial lo que creíamos trivial, saca a la luz lo que es la intimidad, vuelve público y sagrado lo que considerábamos secreto de familia, vacía por la ventana lo que antes se guardaba en el baúl de los recuerdos. La vida es un museo, la vida es un escaparate, la vida es un decirse, la vida es una puerta que se abre a los demás, la vida es quererse a sí mismo, y por allí se empieza. Margo mezcla la autobiografía, la novela, el ensayo, la crítica, el aforismo y la poesía, como lo hace en Apariciones, en Saña y en la Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador. Los temas de Las mil y una calorías la obsesionan: el erotismo, el amor, el cuerpo de la mujer, su desnudez y su carnalidad. El cuerpo, el sexo, el cabello y la sangre son sus obsesiones. ¡Ah, y el corazón! Margo se convierte en la escritora más erudita, la más universal, porque en una página discurre de filosofía griega y en la que sigue de erotismo y en la tercera de Cristo y en la cuarta de masturbación en un contrapunto que surge con la fuerza de los chorros en la fuente, un géiser de ideas y de propuestas. Poeta, Margo Glantz se atreve a todo, será porque es alta o será porque tiene la absoluta certeza de que la quieren. Una noche en la Cineteca Nacional vi a casi todo el cine levantarse y gritar Margo para ofrecerle su asiento. Su buen humor estimula a sus alumnos, porque les dice que ante todo, su gran tema es el erotismo. Con ellos dialoga y su relación es riquísima. De su debate en el aula salen sus libros, de su encuentro con los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, de Harvard, de Princeton, de Yale, de Stanford, de la Sorbona surgen las ideas: No sabes, Elena, la cantidad de horas clase que he dado en mi vida
.
Octavos zapatos
Van de un lado a otro cumpliendo la más difícil de las tareas porque son zapatos mandaderos. La Malinche rescata y engendra, lleva la realidad salvaje de nuestro gran país a la voracidad del viejo mundo. Llevar un universo a otro es una tarea compleja y terrible, pero la lucidez de Margo es universal. Un universo es el de los españoles, los que atravesaron el mar; otro universo es el de los vencidos, los que no conocen la rueda. La Malinche da pasitos de códice, las plantas de sus pies apenas si se hunden en la tierra, va de uno a otro, del cristiano al indio. La Malinche es nuestra madrecita, pero Octavio Paz la llama la chingada
. Margo le abre los brazos. Su afición por revalorar a las mujeres es muy intensa, y así como abraza a La Malinche lo sabe todo del corazón deshecho entre sus manos de Sor Juana Inés de la Cruz.
Novenos zapatos
Los zapatos monjiles de Sor Juana apenas si se escuchan en el corredor del claustro. Las sandalias indecentes de La Malinche son apenas unos cueritos que se amarran al tobillo y que saben a sal. Saber calzar tanto unos como otros es el secreto de la fuente de la eterna juventud de Margo Glantz. El sentido del humor, la risa, el no tomar en serio sino sus juanetes, el adorar su anatomía, son los mojones en la ancha autopista de su vida. De la erótica perversión de enredarse el cabello es un libro que hace una comparación entre Calderón de la Barca y King Kong, y es otra de las formas de seducir a sus alumnos. Su carácter lúdico, su reducción al absurdo de cualquier avatar, su propia e impresionante erudición, su capacidad de reír y hacer reír aligera sus clases y las vuelven seductoras, incluso para el más serio de los académicos que la recibe en la Academia de la Lengua.
Décimos zapatos
Esos los usaron los caminantes que venían de Europa, como ella, Margo, que a veces parece una inglesa nacida en México, original, accesible, maravillosamente bien vestida y, sobre todo, calzada. En alguna que otra reunión de los escritores la he visto levantarse y decirle al de junto: Te encargo mucho de que, mientras voy al baño, Monsiváis no hable mal de mí
.
A imitación de los viajeros con buenos zapatos como J R Poinsett, el de la flor de Nochebuena y Frances Calderón de la Barca, Margo abre bien los ojos al caminar y reseña las pisadas de los extranjeros que descubrieron México.
Onceavos zapatos
Muy lejos de las pantuflas de piel forradas de borrego, de las chanclas de hule o de esas alpargatas o mocasines que casi no duran, Margo taconea su júbilo de notas musicales por las aulas de las universidades del mundo que la invitan 12 meses al año. Si es que tiene pantuflas, las avienta bajo la cama y se pone zapatillas que casi ladran, se dirige a King’s Cross y llama a un taxi porque va a oír tocar a Mozart en la Royal Academy Hall y a beber Sherry en el Claridge.
Zapatos para el domingo 31 de enero de 2010
Entran a Bellas Artes 200 ballenas azules, las que quedan en los mares de nuestro planeta y pasan por el Golfo de Cortés, porque allí copulan como le gusta a Margo, en el deleite del descubrimiento del otro. Suben a la sala Manuel M. Ponce, porque vienen a saludarla sin temor a los arponazos. Riegan sobre la escalera su semen que mucha falta le hace a Bellas Artes. Montados encima de su dorso, vienen Conrad, Pitol, Melville, Bellatin, Barthes, Glenn Gould, Brahms, Jorge Luis Borges, Johann Sebastian Bach, Salvador Elizondo, Myriam Moscona y Coral Bracho, Paul Celan, Thomas Mann, Georges Perec, William Faulkner, Joseph Roth, Álvaro Mutis y otros balleneros que alguna vez vieron a Jonás llorar dentro del vientre de la ballena. A Margo, las aguas la rodean hasta el alma y una olita equivocada le zafa los zapatos. Todos nosotros, chancludos y guarachudos, los recuperamos y la calzamos de nuevo. Con su sentido del humor y su ironía mil veces ensalzada, Margo nos da un elegante paraguazo. Ella nos ha revelado los enigmas de la alta cultura y los de la cultura de Coyoacán, los de Turner y Spencer y los de los grafitis que pintan en los muros de su casa, nos hace viajar y entrar a museos y en muchas ocasiones nos salva del naufragio al meternos en lo cotidiano y lo aparentemente trivial, como el color de un vestido o la pluma en un sombrero que a ella la transmutan en la amada señora sacramentada, en la señora que se ha ido a pintar las uñas de ese color intenso que tanto le gusta, en la que lleva anillos, collares y brazaletes, en la que se peina en salones de belleza encopetados, en la que se atreve a habitar el cuerpo de Sor Juana y el de La Malinche, en la que se cambia de zapatos todos los días, y tiene muchos para salir a pisar la noche antes de que la noche nos pise a nosotros, que en cierta forma somos sus zapateritos, sus sastrecillos, sus acompañantes, sus masajistas, sus pedicuristas, puesto que aquí estamos sentados a sus pies desde que le pusieron los primeros Merceditas, que así se llamaban los botincitos para niñas.
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