5/07/2011

Las garras peludas de la fobias


María Teresa Priego

La fobia es una forma de memoria inconsciente. Una metáfora de contenidos que ignoramos. Pero ellos —los contenidos fóbicos— no nos ignoran. La fobia es un síntoma. Habla de un daño interior oculto/reprimido/negado. El teatro comienza a llenarse. Estoy en la butaca de la esquina. Lo más cerca posible de la puerta. Me es inimaginable sentarme confiadamente en el medio. Miro atónita a las personas que lo logran. Están tranquilas. Les parecería lo más absurdo de este mundo, que un ser humano vaya deslizándose hasta el pánico, porque el teatro se llena cada vez más. Es incómodo. Sí. Hace calor. Pero, ¿pánico?

Me sudan las manos. Respiro mal. En algún momento —además— van a cerrar las puertas y a apagar la luz. Un cierto horrorcito comienza a ocuparme. Como hacía mucho que no me atacaba el pánico en el claustro, juro que allí me quedo. Va a pasar. Tengo mis mantras. Imágenes mentales salvadoras. Me aferro. La ceremonia se retrasa. Me voy. Camino despacio. Por dentro voy huyendo. Sólo que no sé a ciencia incierta de qué. El único horizonte anhelado desde la angustia de una crisis fóbica, es que la amenaza mortífera desaparezca. Aunque en la realidad no pase nada.

Regresar a una/o misma/o. Reconocerse. “Ya pasó. Gracias a la vida. Acá estoy”. Como si la fobia atacara de afuera. No. Esa es la peor parte. Quien la padece es la misma persona que la engendra. Mi fobia (como la de cada una/o) es profundamente mía. Una defensa. Aunque muchos padezcamos claustrofobia y los síntomas sean similares. Las causas son íntimas. La singularidad en la historia de cada persona. Una amenaza olvidada. Un dolor. Un pánico a la trasgresión. Un deseo reprimido. La memoria inconsciente. Conservada. En formol.

Hay fobias muy reconocibles. Hay otras dificilísimas de nombrar y de aceptar. Evitamos personas, emociones y circunstancias. No nos detenemos a pensar por qué. Hay quien viva la posibilidad del amor, como una situación de emergencia mortífera. O la intimidad emocional. O la relación sexual. Hay personas capaces de “ocuparse” hasta lo insostenible, para evitar una intimidad real con otros. Personas que pueden sostener relaciones larguísimas, siempre y cuando las murallas se sostengan en su sitio. Saturar la relación de terceros/objetos /contra fóbicos. Es más sencillo (por doloroso que sea) aceptar una agorafobia, que una fobia de contacto físico. Una fobia puede ocultar a la otra. De fondo, quizá aquello que se juega. Es el vínculo consciente/inconsciente. Entre una persona y sus otras/os que le son/le han sido/ o podrían serle significativos.

Hay quien sea fóbica/o justamente de que alguien le sea significativo. La fuga emocional. Aunque aparente que está. Hay quien sea fóbico ante la singularidad del otro. Vive en un mundo en el que las personas son objetos intercambiables, de los que no escucha sino frases vaciadas de contenidos. Hay quienes son fóbicos de que los otros sientan (como si las emociones del otro, les arrebataran las suyas) y entonces transcurren helados y ajenos, imitando los gestos de la empatía.

Las fobias —cuando están— nos ocupan. En el sentido de invasión/evasión. Nos determinan. Sin que siquiera reconozcamos que existen. Fobia de leer. Fobia de aprender. Ante el logro. Ante el bienestar. Ante la sangre. Ante un gato. Ante los fenómenos naturales.

Se trata de defenderse de aquello a lo que le atribuimos poderes de destrucción. ¿Por qué se los atribuimos? La fobia llama a la fuga. Un pánico intenso e irracional. ¿Cuáles son sus contenidos?

El misterio se ahonda en el intento de explicación racional. Puesto que la relación causa-efecto sí existe. Pero es inconsciente. Basta decir “No me gusta ir al cine”. En una de esas hasta me la creo. “No soy fóbica, es que no soy cinéfila”. Pero amo el cine. Sólo que me da terror que apaguen la luz. Y nos encierren. Y no es que un hombre determinado viva un pánico fóbico al acercarse a su mujer embarazada (transitando de mujer/ a mujer y madre) es que justo en esos meses, le toca ser voluntario en el cuartel de bomberos. En la Cruz Roja. En el Ejército de Salvación. ¿Por qué alguien se preguntaría cuál es su pánico en la relación sexual, si lo que está padeciendo en la realidad es una migraña? Evitar la sobredosis de la angustia.

Cada una/o se protege de lo que supone/imagina que tiene que protegerse. Alguna vez, eso que en realidad es bueno, deseable, amistoso, necesario, en el último de los casos: inofensivo, representó una amenaza insoportable. Ante la que nos vivimos impotentes e indefensos. La amenaza se desplaza. Hacia las ratas. O los caballos. Como en los dos célebres casos que analizó Freud. Se elige un objeto externo. Una circunstancia afuera. Reproducimos la oscura intensidad emocional. No es útil explicarle a una persona que siente horror ante un elevador que “es alta tecnología”. Su pánico no va a disminuir. Está convencido de que será el primero en quedarse dentro.

La claustrofobia es una memoria. Cada fobia lo es. Dejen la ventana abierta por favor. La silla junto a la puerta. No me inviten al mirador de la torre Latinoamericana. Gracias, de veras. Gracias. ¿Una memoria —negada— ¿de qué?

@Lossietevelos_
Escritora

No hay comentarios.:

Publicar un comentario