5/04/2011

Vaya estado de derecho




Julián LeBarón y Adrián LeBarón

Si pudiéramos preguntar a los 40 mil muertos de la guerra contra el narcotráfico qué son los derechos, quizás llorarían o a lo mejor reirían. Especialmente si desde donde estén pudieran ver su cuerpo desmembrado y su cabeza en un cerco…

¿Qué pensarán de los derechos los amontonados en fosas clandestinas antes de dejar de respirar? ¿Qué piensan sus familias cuando desaparecen y su afecto y temor quedan en un limbo inconcluso e indefinido, esperando en la incertidumbre que en la siguiente fosa los siguientes huesos sean los que finalmente les den tranquilidad? Ese es el caso de nuestro cuñado Alfredo, de nuestro tío Raúl y de miles de personas más, a quienes por ser víctimas se les estigmatizó con la crueldad doblemente ofensiva de suponer que son criminales, sin pruebas, ni juicio, ni razón.

Los temores y ambiciones de unos cuantos, junto a la complicidad ciudadana, han hecho a su medida lo que llaman el estado de derecho. El estado de derecho de Juan Francisco Sicilia y sus amigos; el estado de derecho de nuestro amado hermano y amigo Benjamín LeBarón y Luis Widmar; el estado de derecho de las viudas y huérfanos; el estado de derecho que le ofrecieron las instituciones de Chihuahua a Marisela Escobedo; el estado de derecho de Rubí Marisol; el estado de derecho de los jóvenes de Salvárcar; el estado de derecho de Paola Gallo, de Fernando Martí, de Hugo Alberto Wallace, de Etzel Maldonado y decenas de miles de asesinados más. El estado de derecho que ha sobrepasado toda la verdad, al grado de ser insensible a la infamia, al genocidio, al holocausto y la vergüenza.

¿Cómo se piensa en derechos cuando un inocente bebé es asesinado dolosamente con tiro de gracia por la mala fortuna de estar con un familiar o en el lugar y momento equivocados? Tal como ha pasado en Creel, en Ciudad Juárez y otros lugares, la guerra contra el narcotráfico parece una bandera para justificar el asesinato, el secuestro, el robo y el pillaje. Cuando lo que va en aumento es el sentimiento entre la ciudadanía de vivir en un estado de sitio y desolación, y se declara que vamos ganando.

¿Qué piensa sobre los derechos un adicto que nunca ha robado, ni matado, ni secuestrado? ¿Qué piensa cuando en vez de ser comparado con un alcohólico o un fumador es comparado con un asesino, un secuestrador o alguna cosa desechable?

¿Le podremos llamar estado de derecho a estar hasta 48 horas en una fila de retén militar carretero con pocas personas revisando?

La idea de derechos se ha reducido a un débil y efímero privilegio, subordinado a los caprichos de la violencia organizada de los cárteles y la mal llamada autoridad. Una autoridad concentrada en personas que parecen incapaces de admitir errores, que se pelea como niños chiquitos por el poder económico y político con todas sus transas y despilfarros, que justifica a capa y espada sus sueldos y posiciones. Una autoridad que actúa en un mar de impunidad, con 60 por ciento de la población en la pobreza, el monopolio de Estado en manos de una dictadura económica que pone el precio que quiere a los gasolinazos, los caminos, las tarifas, los impuestos y un larguísisimo etcétera de paternalismos y fraudes. Ésa es la violencia organizada que entrega los mercados a las corporaciones extranjeras y llama tratado de libre comercio al poder autoritario de regular a su antojo los intereses de una ridícula minoría, nacional y extranjera, y que ha creado de facto una inmensa economía informal y un mercado negro con sus aledañas consecuencias de criminalidad, violencia desmedida y melancolía inexhausta.

¡Ya es tiempo de que esto cambie!

Javier Sicilia ha hecho un llamado a la nación. Desde la impotencia y dolor que vivimos las víctimas nos sentimos convocados por el clamor que se sintetiza en sus valientes palabras. Sicilia está convocando a los mexicanos a superar el miedo y manifestar su desacuerdo con las incongruencias desastrosas de las políticas de Estado. Es tiempo de retomar el rumbo de nuestro destino. El llamado es para los no violentos que quieren participar activamente en la construcción de un México que le demuestre al mundo, pero más a nosotros mismos, que somos capaces de vivir civilizadamente.

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