Primera llamada
Las expectativas para el futuro eran promisorias; se hablaba de que en el año 2000 las guerras se acabarían y no habría más hambruna en el mundo. Algunas regiones pasaron de la Edad Media al mundo moderno en tan sólo una generación; en las revoluciones sociales y en las luchas de liberación participaron casi todos los habitantes de esta Tierra y los paradigmas de siglos se pulverizaron.
Paralelamente la ciencia médica logró un antes y un después: los antisépticos (apenas en 1865) y la penicilina, el primer antibiótico, redujeron la mortalidad drásticamente, y la población mundial se quintuplicó: cuando mi padre era niño éramos mil 500 millones; en los 60 nos duplicamos a 3 mil millones; al inicio del siglo XXI somos 6 mil millones, y, aunada al incremento de la esperanza de vida, la población se elevará aún más.
Segunda llamada
Cuando adolescentes, a los hombres de 50 años los llamábamos rucos, y nuestros ídolos eran de nuestra edad o un poco mayores. Se inicia un culto a la juventud, el centro de interés eran los jóvenes; en la moda, en la música, un mercado inmenso de controlar, y precisamente la música y el cine habrían de detonar este movimiento sin precedente, pues aparecía un sector antes inexistente: los adolescentes. Y el consumismo que hoy día nos ahoga y ha trastocado valores importantes.
Aunque el acceso a la educación a escala mundial ha sido desigual, nunca tantos seres humanos habían logrado esos niveles de escolaridad; la educación por milenios estuvo reservada a las élites. Hoy, la mayoría de los habitantes de este planeta ha pasado por un aula.
Tampoco en toda la historia de la humanidad habían vivido tantos mayores de 60 años, otro impacto a las políticas de población, pero tampoco tantos en tan aceptables condiciones físicas y mentales, y para eso de la movilidad social en que los más jóvenes (digamos que de 50) tendrán que esperar, pues estos sesentones y setentonas no tienen mucha prisa por retirarse o jubilarse de esta vida.
Cuando adolescente, el que escribe era fan de artistas que sólo podían serlo por algunos años, como debía ser; era la ley de la vida y del rocanrol (no confíes en alguien mayor de 30); los sesentones y setentones pertenecían al jurásico.
Tercera llamada
Una lista impresionante y maravillosa me ha modificado el sentido de la vida; hace poco, cuando asistí al Chicago Blues Festival, fuimos invitados al Hideout (el Escondite), un bar ubicado en un barrio obrero, donde se presentaban dos extraordinarios músicos; uno celebraba su cumpleaños número 93: David Honeyboy Edwards (1915-2011), quien murió hace unos días, plácidamente en su casa (La Jornada 30/8/11). Esa noche inolvidable tenía entre mis brazos a una linda turca a la que le susurré en el oído: Escucha bien este momento, pues es una de las últimas voces de esa lejana tradición del Delta, y cuando él muera se habrá extinguido una tradición que nunca más volverá a este mundo
.
Esa noche lo acompañaba en la armónica un Billy Branch fino, que apenas acentuaba ciertas frases, discretamente, como muestra de respeto a ese maravilloso y encantador viejo, que al morir todavía tenía pendientes algunas giras. Al final, la linda turca y yo teníamos los ojos cubiertos de un líquido que convirtió las luces del escenario en un firmamento de estrellas.
Los regalos que la vida a veces nos da son inesperados: Jessie Norman, en Bellas Artes, y cuando interpreta Summertime, una vez más toca esos hilos invisibles que entrecortan el aliento, su edad: 70 años. Eric Burdon, con 70 a cuestas, se mueve en el escenario como lo que es: un hombre maduro con bastante cuerda todavía, y ahí estábamos coreando The House of the Rising Sun. Regreso de Chicago de escuchar a Buddy Guy, músico impecable de gran sonrisa y guitarra inconfundible…75 años.
Malos negocios y un mánager ladrón vuelven a los escenarios a una leyenda: Leonard Cohen, ¿edad?, 77 años. Herbie Hancock, en Bellas Artes, pianista matizado y talento que se derrama sobre el teclado: 71 años. La lista es larga y de entre los jóvenes están los Stones cerca de los 70, y aún despiertan al demonio. Habrá que pedirle a Keith Richards donar su cuerpo a una institución que determine de qué está compuesto su ADN, ya que le ha permitido ser un metodista contumaz y sobrevivir a todos los excesos.
Los que iniciamos la adolescencia ahora estamos en la sexalescencia. Recordamos la juventud, pero sin nostalgias. Dicen que en 2030 nacerá el primer niño que vivirá 150 años. ¿Qué hacer? Nada, tan sólo celebrar el sol cada día y disfrutar a nuestros ídolos –los que todavía lo son– más los que se acumulen esta semana, así tengan 20 años o un poquito más.
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