11/20/2011

De chinches, parásitos y depredadores




En esta época, donde miles de Indignados salen a las calles y ocupan los espacios públicos por todos los rincones del mundo para mostrar su descontento en contra del sistema capitalista neoliberal, si alguien quiere conocer a un auténtico indignado, a un furioso político de verdad, no necesita asomarse por esos lugares. Comparados con un auténtico iracundo como él, las movilizaciones de aquéllos son un simple juego de infantes.

Un indiscutible energúmeno no requiere de esas formas de expresión para alcanzar sus fines. Actúa palaciegamente. Más cuando forma parte de la minoría oligárquica, los señores de horca y cuchillo, los amos de la vida y la muerte que se consideran los dueños de sus países y del mundo, aunque sea originario de uno subdesarrollado como México y tenga sus pretensiones cosmopolitas. Su poder económico le otorga el poder político para doblegar voluntades y someter potestades. Ya sea por medio del temor que imponen, pues su dedo flamígero puede destruir o estigmatizar carreras políticas, como saben incluso los militantes de la derecha Javier Corral o Santiago Creel, arrojados del templo de las televisoras (ya no se diga de los de la izquierda, perseguidos rabiosamente desde esas madrigueras). O también, a través del convencimiento, ya que los partidos y la elite política dependen cada vez más de sus favores, de su bendición y su financiamiento legal o ilegal. La reciprocidad entre la elite económica y la política se ha convertido en vasos comunicantes, en fuentes de poder y basamento para los cacicazgos, ampliar imperios y acumular fortunas por cualquier medio. Comparados con esas promiscuas relaciones, el lecho de Procusto es conmovedoramente virginal. O incluso, por la fuerza. La conspiración se les da naturalmente, como pueden testificar Luis Echeverría, José López Portillo, Cuauhtémoc Cárdenas o Andrés Manuel López Obrador. Otros también conocen su faz desestabilizadora y golpista, exitosa y fallida, de los dueños de los medios: Salvador Allende (el diario El Mercurio), Hugo Chávez (Globovisión, RCTV, Meridiano TV, Televen), Cristina Fernández (Grupo Clarín: el periódico Clarín, TV El trece, Cablevisión).

El economista Paul Krugman dice (a propósito de “la ira de los multimillonarios” desatada por Barack Obama cuando en 2010 quiso restaurar los impuestos recortados por George W Bush en 2001): “Cuando se trata de defender los intereses de los ricos, las reglas normales del discurso civilizado (y racional) dejan de aplicarse […]. Entre los innegablemente ricos se ha impuesto un sentimiento beligerante de derecho: es su dinero, y tienen derecho a conservarlo. El espectáculo de las personas más afortunadas del mundo, revolcándose en la autocompasión y la superioridad moral sería gracioso, excepto por una cosa: es posible que se salgan con la suya”. Normalmente lo hacen, salvo cuando se ven obligados a negociar acuerdos o se encuentran con un gobierno dispuesto a guardar su autonomía ante los grupos de poder. Sin embargo, a menudo un Ejecutivo o un Legislativo, o ambos, “corren en auxilio de los ricos oprimidos”, porque la omnipotencia de éstos es avasalladora. Les deben sus puestos.

Nuestros multimillonarios no necesitan reprimir su ira para fingir el respeto a las normas “civilizadas y racionales del discurso”. Son esperpentos y, por definición, las desconocen. Además, ni les interesan porque son déspotas zafios, cuyas luces están al nivel de la subcultura que deyectan a través de Televisa o TV Azteca, y disponen de la audacia y los mecanismos para alcanzar sus propósitos, para forzar a sus cómplices para que satisfagan sus intereses. En cambio, son risibles cuando se “revuelcan en la autocompasión” y tratan de demostrar su supuesta “superioridad moral”. Véase las palabras emitidas por Ricardo Salinas Pliego durante el EO: World Collaborative Summit 2011.

Según éste –a quien “se le acusa de ser peleonero, pero lo que pasa es que no se deja”–: “El gobierno es el peor socio del empresario, es un socio chinche que aporta muy poco y demanda mucho. Todos somos socios a través del ISR [impuesto sobre la renta], y lejos de impulsar [el] crecimiento de sus socios hace todo lo posible por pisotearnos y llevarlo abajo”. A su juicio, México estaría mejor si tuviera un mejor management, pero los gobiernos de José López Portillo y Miguel de la Madrid quebraron al país, Carlos Salinas de Gortari hizo algunas privatizaciones mal y Ernesto Zedillo quitó los alfileres de los que pendía la economía. También criticó el nivel de la educación en el país, pues ahora es cuando más se gasta y cuando peores resultados se observan (Angelina Mejía, El Universal, 3 de noviembre de 2011).

Que es un bravucón nadie se lo discute. Pero no es un contendiente de buena lid. Cada vez que puede se pavonea como un pendenciero que abusa de su poder para tratar de aplastar al adversario. Es una especie de recreación de matón de barrio que emplea ambiguamente las palabras para generar una deliberada confusión con su sermón, bajo el supuesto de que no sea la primera víctima de la mezcolanza de su intelecto. Una cosa es un socio o compinche de una empresa privada y otra es un gobierno. Cada uno tiene sus objetivos definidos. Aquél, la maximización de las ganancias. El otro, el interés público. Y con frecuencia son contradictorios. Las reglas que norman su funcionamiento son distintas, incluso cuando se asocien para algo en específico. La Constitución y las leyes secundarias regulan sus acciones y protegen a la sociedad de los abusos del poder económico y político.

Tampoco se le niega que una de las tareas del gobierno, en un sistema capitalista, sea la creación de un clima adecuado para los negocios y el crecimiento económico y que esas enmiendas no se hayan cumplido. Ni siquiera durante dos gobiernos que por extraña razón se le olvidó mencionar: Vicente Fox y Felipe Calderón. El desempeño económico ha sido desastroso. Uno de los peores del mundo. En el lapso de 1940-1982, cuando el Estado era rector del desarrollo, nacionalista, populista, regulaba los mercados y protegía la economía, el crecimiento fue de 6 por ciento en promedio anual. Incluso en esa época se procreó un sector oligárquico que se enriqueció a la sombra estatal. En el periodo de 1983-2012, apenas lo hará 2 por ciento, con los mercados desregulados; la economía abierta; el Estado autista; la nueva oligarquía global; y la mayor cantidad histórica de divisas recibidas en la historia del país, inclusive las petroleras

¿De qué se queja Salinas Pliego? ¿No fueron los grandes empresarios quienes exigieron que el Estado quitara su mano sucia de la economía, los que aplaudieron la destrucción del pacto postrevolucionario y se sumaron al neoliberalismo y con la mano invisible del mercado? ¿No se suponía que el “mercado libre” asignaría eficientemente los recursos, que los empresarios serían los responsables del crecimiento alto y sostenido, y que el Estado sólo sería el policía de sus intereses?
¿Son los empresarios “socios” ejemplares? ¿No fue la vieja oligarquía la que ayudó a López Portillo a quebrar al país con sus conjuras y fuga masiva de capitales? ¿No fue la nueva oligarquía neoliberal la que ayudó a Zedillo a quitar los alfileres con su orgía especulativa, y no fue la estampida de divisas la que arruinó a la banca con sus tropelías? ¿No fue la nueva oligarquía neoliberal la que respaldó el golpismo de Salinas de Gortari y Calderón por considerarlos los managements convenientes para asegurar la sobrevivencia del neoliberalismo y el despotismo?

¿Son confiables y mejores managements los oligarcas como Gastón Azcárraga con sus tropelías; Germán Larrea, Xavier Autrey o Alonso Ancira con su negligencia criminal; Lorenzo Zambrano que se tambalea con sus desmesuras globales; los Servitje que medran al arruinar la salud de la población? ¿Es confiable un “socio” que asalta las instalaciones del Canal 40 y explota ilegalmente su señal, que es acusado por la Securities and Exchange Comision de operaciones turbias, cuando una de sus empresas, Unefon, es denunciada por provocar un quebranto fiscal por 500 millones de pesos, en connivencia con un subsecretario de comunicaciones, Jorge Álvarez, que al igual que Emilio Azcárraga viola la ley electoral y antimonopolios, y cuyos cárteles, como chinches, sangran impunemente a sus usuarios, y cuyas televisoras degradan la calidad de la educación del pueblo –que tanto sorprende a Salinas Pliego– con su infame programación?

Sin duda son confiables para el cogobierno de los partidos Revolucionario Institucional (PRI)-Acción Nacional (PAN) y los parásitos Verde Ecologista de México (franquicia de Salinas Pliego) y Nueva Alianza, pese a que más de uno de esos oligarcas deberían de estar en la cárcel por su violación reiterada de la ley. ¿Cómo explicar entonces que Televisa y TV Azteca pisotean el estado de derecho y no pasa nada? ¿Cómo explicar que Calderón, que los ha apoyado con todo lo que ha podido (concesiones, subsidios, tolerancia a sus monopolios) como pago a sus servicios prestados durante su asalto al poder, acepte las críticas veladas de Salinas Pliego; que resignadamente tolere la traición de Azcárraga; y que el PRI admita el management que éste último le fabrica?

Si no son confiables sí son necesarios para esos partidos, ya que el riesgo de caer de su gracia representa su desgracia. Desde el gobierno el PRI y el PAN crearon los monstruos de Televisa y TV Azteca, y ahora temen que los devoren. Se invirtieron los papeles: ahora avasallan el poder político. Ellos son los grandes electores.

¿No son confiables quienes les entregaron la Comisión Federal de Telecomunicaciones y les garantizaron su presencia en el Instituto Federal Electoral; los que diseñaron la licitación 21 a la medida de Televisa para entregarle la fibra óptica de la Comisión Federal de Electricidad y que esa empresa ya comparte con TV Azteca; los que buscan imponer la Ley de Medios como quieren ambos monopolios para que terminen de concentrar y centralizar las telecomunicaciones, contra la famosa “libre competencia” y los riesgos políticos que implica; eso es un régimen despótico o democrático?

Nadie le discute a Salinas Pliego que el gobierno es una voraz chinche fiscal. Pero no con la oligarquía que deduce al mínimo el pago de impuestos. La Auditoría Superior de la Federación indica que 50 grandes contribuyentes sólo pagaron 74 pesos en promedio por el impuesto a la renta en 2005. Recién se señaló que por la consolidación fiscal de 422 empresas, 70 de los cuales cotizan en la Bolsa de Valores, se evaporaron decenas de miles de millones de impuestos. ¿Dice algo que en 2000 el impuesto a las empresas y las corporaciones equivalía a 2.54 por ciento del producto interno bruto y en 2009 a sólo 4 por ciento, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal)? En Bolivia fue de 6 por ciento en 2009 y en Chile de 5.8 por ciento.

Ante los problemas fiscales del Estado, debido en parte a las grandes empresas, la oligarquía exigirá que se le deje de “mimar” y que se le eleve la tasa fiscal como pide a gritos Warren Buffett? Como sus pares franceses aceptarán que se les aplique un impuesto especial de 4 por ciento a sus ingresos, adicional al gravamen a la renta de 41 que ya pagan ingresos superiores a 70.8 mil euros anuales (alrededor de 1.3 millones de pesos). En México la tasa máxima es de 30 por ciento, que se nulifica con las deducciones y la evasión. El sadismo hematófago es para los causantes cautivos y las mayorías con los impuestos indirectos. Ellos son las indiscutibles víctimas del terrorismo.
Más que una chinche, la elite política es una fauna depredadora con la corrupción, el saqueo del erario con los ingresos que se paga, con el tráfico de influencias. Y el pillaje es compartido con la oligarquía. El sector energético es paradigmático. Vivimos en la era de la rapiña neoliberal.

Dice Salinas Pliego que Salinas de Gortari hizo mal algunas privatizaciones. ¿La del Instituto Mexicano de la Televisión fue pulcra? ¿En qué sentido fue mal hecha? Lo que es innegable es que la reprivatización de las empresas públicas


Los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial son pésimos “socios” para las mayorías. Según la Cepal, el ingreso por habitante se desplomó 80 por ciento en las últimas tres décadas que coincide con el ciclo neoliberal, la peor caída en el mundo. En el siglo XIX equivalía a 60 por ciento; en la década de 1970, a 70 por ciento; en 1981, 36 por ciento; y en 2010, 19 por ciento (Carlos Fernández, La Jornada, 7 de noviembre de 2011).

¿Todos perdimos?

¿Cómo se explica que la fortuna de Carlos Slim pasara de 1.6 mil millones de dólares a 74 mil millones de dólares entre 1991 y 2010, o la de Salinas Pliego de 1.2 mil millones de dólares a 8.2 mil millones de dólares entre 1994 y 2010, por citar a uno de los ilustres de la revista Forbes?

La furia de Televisa y TV Azteca radica en que quieren arrancarle el monopolio de la telefonía a Slim sin compartir su coto televisivo, pese a que las telecomunicaciones son de la nación. Un gobierno democrático tendrá que desmantelar esas exenciones y su poder económico y político, y recuperar dichos servicios para México.
*Economista

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