I
Nunca es directa. Merodea. Aborda el tema hablando acerca de lo rápido que corre el tiempo y de que si no fuese porque las calles y las tiendas están llenas de esferas y santacloses de fieltro jamás se habría dado cuenta de que estamos a pocas semanas de celebrar la Navidad. Me deja el compromiso de decirle: Acuérdate de que te esperamos a cenar el 24
.
Por elegancia mi prima declina la invitación argumentando que tiene planeado quedarse en Huehuetoca para pintar sus cuartos, componer su ropa o cumplir una manda. Por su forma de mirarme adivino su temor a que yo celebre su proyecto y le diga: Haces bien en aprovechar ese día para tus asuntos
. Nunca le he dicho ni le diré tal cosa, aunque sepa que su presencia va a causarme algunos problemas, sobre todo con mis hijos. Tranquilizo a Magda, le doy argumentos para que acepte venir sin necesidad de renunciar a su posición independiente: Deja eso para después. Acuérdate de que nunca se sabe y tal vez ya no tengamos otra oportunidad de pasar la Nochebuena todos juntos
.
Me da la razón pero luego asegura que a ella nada le gustaría más en el mundo que acompañarnos, lástima que no pueda. Nadie de la familia vive por sus rumbos y a la una de la mañana ni loca se atrevería a emprender el viaje de regreso a Huehuetoca. Le respondo lo que espera: Por eso no te preocupes. Duermes aquí, te quedas al recalentado del 25 y luego te vas
. Magda hace un gesto de resignación. Suspira, toma una de sus galletitas, la muerde y la saborea con el entusiasmo de un niño recompensado con una golosina por sus logros.
II
Desde ahora tendré que pedirles a Pablo y a mis hijos que por favor no vayan a ponerle caras a mi prima. Yo misma voy a prometerme que seré tolerante con ella. La quiero mucho pero me irritan sus manías, por ejemplo la de presentarse con la redecilla que es parte de su uniforme en la panadería. El elástico agrega una línea a su frente y le eriza las cejas. Ella se da cuenta pero no le importa porque simple y sencillamente no le interesa verse bien.
He tratado de luchar contra la dejadez de Magda diciéndole que a su edad podría sacarle partido a su físico y a lo mejor hasta conseguirse un hombre con el que pueda conversar, ir al cine o, si se le antoja, acostarse con él. Magda pone cara de mártir en la hoguera y afirma que eso es imposible porque jamás encontrará a un tipo como Sergio.
Fue su novio hace mil años pero ella no lo ha olvidado.
Cualquier pretexto es bueno para que lo mencione. Temo que a mi prima le dé un infarto cuando habla de la cabellera de Sergio, de sus ojos verdes iguales a los de Pedro Armendáriz, de su espalda atlética y de su voz de bajo que la ponía a temblar.
Tanta fidelidad a ese recuerdo me parece un desperdicio, en especial porque Sergio está casado. Conocí a su esposa –la llama Chatis– ayer que fui al centro comercial para aprovechar los descuentos del buen-fin
. Estaba viendo una pantalla de plasma cuando me tropecé con él. Me costó trabajo reconocerlo. Sergio ha engordado mucho, tras los lentes sus ojos verdes ya no tienen nada de cinematográfico y de la cabellera quedan algunos mechones.
Para ocultar su calvicie, eligió el peor y más socorrido de los recursos: peinarse al estilo queso de Oaxaca.
Cuando Magda aparezca por aquí llegará el momento en que mencione a su antiguo novio. No pienso contarle mi encuentro con él. Si se lo describiera tal como lo vi ella no me creería. Así que ¿para qué hablar de eso? Además yo no tengo derecho de quitarle a mi prima un recuerdo que la ayuda a justificar su soledad.
III
Magda me jura que no la siente, no le pesa y para ella no hay nada mejor que llegar a su casa y hundirse en el silencio que la compensa del ruido en la panadería. Hay horas, según me cuenta, en que su jefe no la escucha si no le grita cuando le pide algo que le hace falta: bolsas, monedas, etiquetas.
Le fascinan porque son doradas. Desde que empezó a despachar tomó la costumbre de llevarse de vez en cuando una o dos a su casa. La colección es grande porque abarca los catorce años que Magda tiene en la panadería. Las etiquetas tapizan el refrigerador y el gabinete. En los días de sol brillan más y le alegran la cocina.
Aunque no lo parezca, el trabajo de Magda es difícil y cansado. A eso se debe que sufra dolor de hombros y que tenga los pies deshechos a tal punto que muy raras veces puede ponerse zapatos de tacón, por ejemplo cuando asiste a la cena de Navidad.
IV
Mi prima tiene la costumbre de llegar demasiado temprano. Se anuncia con dos timbrazos cortos. Me sobresaltan y me irritan, pero no tanto como ver la caja de cartón en donde trae lo necesario para quedarse aquí dos noches. Excepto ella, cualquiera entiende que sería mucho más práctico y menos deprimente cargarlo todo en una maletita. A Magda no le parece buena idea. Una caja –dice– no llama la atención; en cambio una maleta puede despertar la codicia de cualquier ladroncillo.
Una de sus obsesiones es que están en todas partes y la persiguen. La comprendo. En los años recientes la han asaltado varias veces en la calle. El último de sus agresores después de revisar su bolsa se la arrojó a la cara y le dijo: De saber que sólo traía diez pesos ni la hubiera seguido, pinche muerta de hambre
. Ofendida, corrió en busca de un policía.
Nunca lo encontró pero su aspecto desencajado y su nerviosismo atrajeron la atención de las personas que pasaban por la calle. Algunos se acercaron a preguntarle qué le ocurría. Ella mencionó el robo y repitió los insultos del ladrón. Entre los curiosos uno gritó: Si un día, Dios no lo quiera, tengo que salir a robar, voy a mentarle la madre a mi víctima si llego a ver que sólo carga diez pesos
. La carcajada fue general. Magda no la excluye del relato que nos hace de su aventura cada vez que viene a cenar.
V
Acabo de ver el calendario. Este año el 24 caerá en sábado y el 25 en domingo. Magda tendrá un buen fin de semana.
Después regresará a su casa. La imagino respirando el aire frío y el silencio acumulado en los cuartos durante su breve ausencia. Espero que ese día salga el sol y que las etiquetas pegadas en el refrigerador brillen y alegren la cocina.
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