Todos y cada uno de nosotros/nosotras somos seres espirituales por definición. Todas y cada una de nosotras poseemos alguna espiritualidad, y esta es como las líneas definitorias de nuestras huellas dactilares: únicas, imprecisas, y nos particularizan e identifican.
Daylins Rufin Pardo *
“Voy con las riendas sueltas y refrenando el vuelo/porque lo importante no es llegar solo ni pronto/sino con todos y a tiempo” (León Felipe)
Nuestra espiritualidad, aquello que nos anima e impulsa, aquello que constituye el aliento que nos mantiene vivo y es el soplo que nos da la vida haciéndonos renacer una y otra vez y va a definir nuestro destino utópico y orientar nuestro horizonte moral y ético
Uno de los conceptos de espiritualidad más completos a los que he tenido acceso, lo he escuchado a través del teólogo René Castellanos, el maestro. Dice el maestro, citando a su vez a Frei Betto que “…espiritualidad es la vida en el Espíritu, en medio del conflicto histórico, en comunión con el Padre y en comunión con el pueblo”. A lo cual el maestro añade “… y también en comunión con la naturaleza (lo creado, la totalidad de lo que existe) y conmigo mismo, lo cual implica conocerme, aceptarme, cultivarme y entregarme”… (Jornada Teológica del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, 4/10/2011).
O sea, que la vida en el espíritu es la vida presente, común, de la que participamos todas las personas que “respiramos” un mismo aire, que compartimos un mismo aliento, que somos susceptibles de recibir, percibir y ser afectados por un mismo soplo vital, que compartimos y somos movidos por los embates del mismo “ aire de los tiempos…”
Vivir en comunión
Pero esta vida en el Espíritu, no se vive azarosamente, sino que se vive en comunión…. Y he aquí otra palabra que tiene como referente hermenéutico el universo cristiano. La comunión es el ejercicio, la praxis de la solidaridad, del amor incondicional compartido, del amor eficaz del que nos habló camilo Torres. La comunión es, a su vez, el regalo y la entrega de ese amor por el otro que no soy yo.
En la comunión caben muchas cosas, ¡tantas! que no podríamos alcanzar a nombrarlas y el solo esfuerzo no sería saludable para aprehenderla en su pleno sentido… pero sí sabemos aquello que no tiene cabida en la comunión, y nombrarlo desde lo que no es, ni debe ser, sí puede ser un camino más propicio para comprenderla.
No es comunión el egoísmo, ese que hace que nos pongamos siempre de primeros, que desconozcamos, minimicemos o visibilicemos las necesidades o dones de la otra persona, de los demás (porque no siempre nos relacionamos desde lo que falta y no necesariamente la carencia es nuestro único lugar epistemológico, sino que también nos comprendemos desde la abundancia, y nos relacionamos desde lo mucho que podemos ofrecer dentro de una situación dada , aunque esta nos movilice o se enmarque desde lo carente o alguna otra necesidad.
Como no es comunión, así tampoco el falso egocentrismo, que a veces puede mostrarse ¡al colocarnos de últimos! Porque no es comunión ninguna actitud o praxis que nos descoloque inequitativamente a unas personas con respecto a otras ya sea a razón de nuestra raza, credo, sexo, orientación sexual, ideológica o cualquiera de esas otras clasificaciones humanas que a veces tanto nos deshumanizan.
No es comunión el igualitarismo, como no es comunión la inequidad. Porque así como un mismo soplo, aire nos es común a todos como gente, como criaturas… así mismo el Amor no es selectivo, y la posibilidad de ser alcanzados por este hecho mano en el hombro, mano extendida, abrazo oportuno, impulso a todos nos merece y pertenece como imperativo ético común.
Ahora, según este concepto de Betto-Castellanos, las líneas orientativas de esta comunión son el Padre que es Dios, pero también lo pasado, la herencia, lo que permanece en cada quien como principio sustantivo y el pueblo que no es solo el conglomerado de gente que vive y respira el mismo aire enrarecido de estos tiempos, sino también el presente tangible que conformamos y la visión y utopía del futuro.
Vivir conectados con nuestras raíces, con la memoria crítica de lo que hemos sido, vivir conscientes de lo que hoy somos y con-formamos desde nuestros errores y aciertos, ayes, alegrías y silencios.
Espíritu- Naturaleza
Pero vivir conectados por el Espíritu, implica reconocer que no vivimos, sino que con- vivimos dentro de un hábitat donde la naturaleza (lo que vive y existe, lo creado…) debe ser contemplada como sujeto cuando de conciencia crítica del pasado, precepción aguzada del presente y proyección profética del futuro se trata.
No es posible vivir una espiritualidad integral, desde una visión de vida fragmentada. La justicia, como el amor, no puede ser selectiva ni desconocer ningún dolor ni necesidad en detrimento de otro. La Pachamama, la Madre Tierra (nuestra casa común) en esta era ya no está “pariendo un corazón”, más bien padece de apendicitis… pero igual “hay que salir corriendo pues se cae el porvenir en cualquier selva del mundo, en cualquier calle” (Fragmento, canción “La era está pariendo un Corazón” del compositor y poeta Silvio Rodríguez ,1968).
Reconocernos nosotros/as mismas
Asimismo, vivir conectados por el Espíritu implica hace una suerte de profesión de humildad antropológica, donde no ya no solamente nos reconozcamos en posición equilibrada y con respecto a lo que vive, sino donde podamos re-conocernos nosotros mismos como personas aceptándonos armónicamente también en esa relación con nosotros mismos como seres humanos, cultivando esa relación con nosotros mismos, con la persona, el ser que realmente, profundamente y enigmáticamente somos… (y) entregando ese, el mejor ser humano que podemos ser, a los demás, a la gente, a la vida.
Y para vivir conectados con el Espíritu en esta relación sana con nosotros mismos, se hacen imprescindibles – según yo lo veo y lo vivo- dos movidas, dos acciones:
-una reconciliación con la memoria familiar (lo que nos ha constituido, programado a cada quien, las costumbres, los ritos, las historias de vida, las clausuradas, las abiertas y también reconciliarnos con lo vivido que no llegó o no pudo ser historia… cada quien tiene, sabe y sangra las suyas)
- y en segundo lugar, precisamos una reconciliación con el cuerpo que somos. Ese cuerpo que -como nos recuerda Marcella Althaus-Reid- “no miente, pero nos dice verdades que a veces pueden sonar extrañas…”(Traducción de la autora, en The queer God, Routledge, 2003).
En palabras del monje trapense Thomas Merton: “para llegar a ser yo mismo tengo que dejar de ser lo que siempre pensé que quería ser, para encontrarme a mí mismo tengo que salir de mí, y para vivir, tengo que morir”.
Espiritualidad del buen vivir
De entre las muchas formas y proyecciones de las espiritualidades, cualquiera sea el credo, la cultura, la tradición que se profese, podemos y debemos optar por:
-una espiritualidad humana y global del buen vivir. Una que abogue en primer lugar, por la subversión de la lógica del vivir bien que abre tantas brechas de pobreza, desigualdad, violencia, desarmonía y muerte en nuestro mundo.
-que erija la solidaridad, el cuidado y la acogida como valores articuladores de las relaciones humanas y con la tierra, nuestra casa común.
-un tipo de espiritualidad sin credos, pero no descreída, ni in-creíble.
-que nos permita dar y darnos, recibir y recibirnos… de buena fe, sin malas vibras… en el fluir incesante de esas buenas energías de las que está formada la existencia total, la vida plena…
*Pastora Bautista. ‘Caminos’, publicación del Centro Memorial Martin Luther King, marzo 2012, Cuba. Artículo editado por Palabra de Mujer, resumen.
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