El
19 de febrero de 2006 una explosión derrumbó un tramo de socavón en la
explotación carbonífera de Pasta de Conchos, lo que causó la muerte de
65 mineros que se encontraban en el interior. En los días siguientes el
Grupo México, propietario de la mina, y el gobierno de Vicente Fox,
ocultaron y distorsionaron la información sobre lo que ocurría bajo la
superficie terrestre, obstaculizaron intentos de mineros por rescatar a
sus compañeros atrapados y, ante las críticas formuladas por el
dirigente del sindicato del ramo, Napoleón Gómez Urrutia, emprendieron
una persecución judicial en su contra que, hasta ahora, se ha exhibido
como injustificada.
A siete años de la tragedia no se ha realizado una investigación seria para esclarecer y deslindar las responsabilidades en que pudieron incurrir los directivos de la empresa y los funcionarios públicos que solaparon su indolencia; los deudos de las víctimas siguen esperando justicia y las prácticas de riesgo extremado e innecesario siguen siendo comunes en la minería mexicana, impulsadas por la desmedida avaricia de los inversionistas y administradores y por la ineficacia y la falta de voluntad de las autoridades.
Si
en verdad existe en el nuevo gobierno el propósito de tomar distancia
con respecto a las políticas laborales del anterior, la revisión
exhaustiva y justa de lo ocurrido en Pasta de Conchos, así como la
reactivación de las pesquisas judiciales correspondientes, serían
medidas obligadas para empezar a hacer realidad las promesas empeñadas
e iniciar en ese punto la dignificación del trabajo de los mineros.
Más allá de la necesidad de hacer justicia en torno a la tragedia de esa mina coahuilense, se requiere de una política laboral que contribuya a reducir en forma significativa los peligros que afrontan día con día los trabajadores del sector extractivo y establezca condiciones de trabajo que se distingan de la explotación inicua. Porque entre la miseria, el sufrimiento y el peligro en el que se desenvuelven los mineros, y las fortunas que amasan y multiplican los consorcios mineros nacionales y extranjeros, hay un contraste tan desmesurado que convierte en letra muerta la legislación laboral, contribuye a la degradación moral y pone en cuestión la existencia de estado de derecho y de normalidad democrática en el país.
Más allá de la necesidad de hacer justicia en torno a la tragedia de esa mina coahuilense, se requiere de una política laboral que contribuya a reducir en forma significativa los peligros que afrontan día con día los trabajadores del sector extractivo y establezca condiciones de trabajo que se distingan de la explotación inicua. Porque entre la miseria, el sufrimiento y el peligro en el que se desenvuelven los mineros, y las fortunas que amasan y multiplican los consorcios mineros nacionales y extranjeros, hay un contraste tan desmesurado que convierte en letra muerta la legislación laboral, contribuye a la degradación moral y pone en cuestión la existencia de estado de derecho y de normalidad democrática en el país.
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