Editorial La Jornada
El
presidente nacional de Acción Nacional, Gustavo Madero, destituyó
anteayer al coordinador de los senadores de ese partido, Ernesto
Cordero, con el telón de fondo de las descalificaciones cruzadas entre
ambos políticos, la toma de partido de diversos jerarcas blanquiazules
por uno o por otro y hasta la intervención remota, vía Twitter, de
Felipe Calderón, que no puede verse como incidental, toda vez que el
pleito actual es percibido como una confrontación entre Madero y los
calderonistas, encabezados éstos por Cordero. La sustancia de la
disputa en curso, se afirma, es la aquiescencia del presidente del
partido a las propuestas gubernamentales y su adhesión entusiasta al
Pacto por México, actitud que no es compartida por la mayoría de los
senadores blanquiazules.
Otro elemento de juicio necesario es la historia de divisiones y
defecciones en las filas del PAN. Ese instituto político ha
experimentado en forma cíclica divisiones internas –en ocasiones,
acompañadas de la salida de cuadros– por un motivo recurrente: la
cercanía o la colaboración con el gobierno federal, como se anota en un
recuento publicado ayer en estas páginas.
Con todo, la descomposición actual del panismo tiene un tercer
elemento insoslayable: la severa derrota experimentada por ese partido
en las elecciones del año pasado, la cual es, a su vez, resultado de
los extravíos en los que incurrieron durante 12 años dos presidencias
panistas consecutivas.
Si bien es cierto que cualquier fuerza política experimenta un
desgaste en el ejercicio del poder, en el caso del panismo gobernante
ese desgaste fue particularmente catastrófico en razón de la
incapacidad de los dos presidentes blanquiazules de elaborar
una visión de país integral, coherente y acorde con los anhelos del
electorado. Vicente Fox llegó a Los Pinos revestido de vasta
legitimidad, por haber sido el primer mandatario no priísta en muchas
décadas. Por desgracia, el guanajuatense desaprovechó la oportunidad
histórica de desmontar el régimen político y, por el contrario, se
allanó en él. Como agravante, en su administración la frivolidad, la
corrupción y las prácticas antidemocráticas proliferaron en niveles sin
precedente.
Felipe
Calderón, por su parte, inició su administración tocado por la
ilegitimidad de una elección turbia y plagada de irregularidades, cuyo
resultado real fue escamoteado a la ciudadanía. Aun así, o por eso
mismo, Calderón embarcó al país en un conflicto armado sin sentido que
ha costado decenas de miles de vidas y cuyo fin no parece próximo;
sacrificó la soberanía nacional, mantuvo o incrementó la corrupción
heredada del foxismo y México vivió seis años de mediocridad económica
que se tradujeron en millones de desempleados adicionales y de nuevos
pobres.
En suma, entre 2000 y 2012 dos presidencias panistas sumieron al
país en la decepción, la miseria y la violencia, y el electorado
expresó su desaprobación a esas administraciones en forma contundente.
Pero el desastre nacional fue también partidista. Tras recibir el poder
político y no saber qué hacer con él, el panismo quedó sumido en una
crisis que supera por mucho los pleitos internos anteriores porque
tiene que ver con la pérdida de una identidad política y de un perfil
definido. En efecto, si desde el gobierno Acción Nacional no contribuyó
a la democracia, no cortó con las impunidades y complicidades
inveteradas, no propició el desarrollo económico, no fue capaz de
preservar la paz pública, el estado de derecho y la soberanía y no
combatió la corrupción, ya de regreso en la oposición su programa ha
perdido verosimilitud, incluso a ojos de muchos militantes blanquiazules.
En tal circunstancia, el grupo encabezado por Madero optó por una
colaboración subordinada con la nueva administración priísta, en tanto
que la facción de Calderón y Cordero preconiza una oposición sin rumbo
claro ni propósito definido. En tales circunstancias, da la impresión
de que en el fondo de la crisis actual lo que hay es una mera disputa
por posiciones de poder.
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