Tomás Mojarro
Y lo que filósofos y poetas y similares han especulado alrededor de la Gran Interrogante. Fue alguno de ellos quien formuló esta síntesis admirable de lo que viene siendo la muerte: Entramos, y un llanto. Un llanto, y salimos. Y no más. O como Epicuro hace siglos: Si nosotros somos, la muerte no es. Si la muerte es, nosotros ya no somos. En fin. La muerte, mi muerte propia y particular. La mía.
Porque día que pasa, día que la percibo más cerca de mí. La siento llegar a lo subrepticio, como se perpetra un asesinato. Pero no, feo embuste: ni llega de fuera ni su encomienda es asesinarme. Este encargo lo habrá de cumplimentar alguno de mis órganos, de mis glándulas, y a fin de cuentas el corazón. Pero una protesta me surge del hondón más profundo del ser, que expreso con el poeta:
“Y no quiero morir. No quisiera morir: - amo la vida porque está colmada de poesía y de crímenes, y de odio y rabia y lágrimas...”
. Amo la vida y no quisiera perderla por culpa de una glándula caprichosa. Amo el humano existir porque conozco de amores y desamor, de tiempo y destiempos, encuentros y desencuentros, de la presencia de la amantísima apenas ayer, y hoy de su ausencia definitiva. Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir...
Es por ello que ante la muerte quisiera la astucia de Sísifo, que la burló un par de veces. Tengo apilados aquí, sobre mi mesa, estos gordos tratados de tanatología que me dicen cómo he de morir, cómo he de prepararme, cómo puedo sentir apenas la muerte, cuestión de ponerme flojito. Pero no, yo no quiero morir todavía aunque en el estreno de mi quinta juventud, que hoy vivo a todo vivir, sé que a la vuelta de la esquina ella va a estar aguardándome, y que enlazados los brazos habremos de alejarnos rumbo a nuestra Utopía particular. Mi muerte…
Porque como iba diciendo y lo repito, - tanta vida y jamás ¡Tantos años, - y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!
No quiero morirme porque tanto me falta por escribir, por hablar a mis valedores…
¡Mentira, mentira vil! No es por ideales tan nobles que quiero seguir viviendo. Por morboso; por rencoroso y por vengativo es que no quiero dejar de existir. Es por eso que pido a quien corresponda me permita prolongar mi existencia unos años más, y hasta eso, no demasiados. Cinco, tal vez. Con eso habrá quedado satisfecha mi morbosa curiosidad. Porque si logro vivir hasta el 2018...
Para entonces ya estaré enterado de lo que diga la Historia respecto al que durante todo un sexenio mortal de necesidad habré de soportar en silencio, o casi. Si el hombre conoció un olvido piadoso, si de milagro logró trascender, y cómo, y por qué, cuando se trata de un soberbio candidato para el desván de la Historia. Quiero estar vivo para gozar del desprecio de la conciencia social cuando el hombre haya dejado de ser, devuelva la banda presidencial y torne a la nada de donde enemigos de México lo sacaron.
Que yo, rencoroso, viva para enterarme de cómo lo habrán de tratar esos mismos vocingleros que hoy, desde todos los medios, lo endiosan como a estadista de fuste y salvador del país y que a coro le festejan, ranas de charco, la reforma educativa, la de la ley laboral, la energética. Ahora mismo, a la hora de cubrir facturas, ya el reformador se pone a mano con Washington. Cuántas más le falten por cubrir y cuánto nos irá a costar en puyazos de impuestos. ¿Las masas sociales, en tanto? Algunas de ellas a cobrarle a punta de reniegos, cortoplacismo y altisonancias en el tal twitter. Es México. (“Nuestro” país.)
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