Alberto Aziz Nassif
De forma cotidiana se puede observar a México como un país de altos contrastantes, pero en estos primeros días del 2014 la contraposición aparece con más fuerza. El contraste entre la terrible vida cotidiana de millones de personas y de muchas comunidades frente a las promesas y privilegios de los políticos. ¿Cuántas veces los políticos nos han prometido el paraíso terrenal en forma de abundancia petrolera, de TLC, de cambio democrático, de país con estado de derecho o ahora de reforma energética? ¿Y cuántas veces nos hemos quedado como en el teatro del absurdo de Samuel Beckett, ‘esperando a Godot’?
Por una parte, podemos ver las imágenes de Michoacán, que bien podrían ser un país del Medio Oriente: una guerra civil. Ya empezaron a aparecer las quejas sobre los batuques legislativos que dejaron los diputados y senadores en las reformas de 2013, sobre todo con los artículos transitorios y las múltiples incoherencias y plazos incumplidos, que se generan para los organismos autónomos como el IFE-INE, IFAI, Ifetel. Las percepciones de inseguridad y miedo que siente una mayoría de de los ciudadanos (68% de acuerdo con INEGI). El malestar con el salario cada vez más precario, que subió de 64.76 a 67.29 pesos, es decir, 2.53 pesos diarios; y las terribles condiciones laborales que se imponen en las contrataciones como la “obligación” de firmar una renuncia en blanco, como ha documentado el abogado Arturo Alcalde. El desorden de las listas del SAT con los deudores y la opacidad con los “perdonados” o privilegiados.
Por otra parte, están los discursos optimistas de la clase política que dicen que habrá un importante crecimiento económico en este año, entre 3.8 y 3.9 del PIB. Los reconocimientos a Peña Nieto como estadista. Otra vez aparece cierta prensa que habla maravillas de México, como el reciente artículo que se publicó El País, “El México nuevo”, de dos investigadores de Harvard, quienes argumentan que todo cambió con Peña Nieto y con el nuevo PRI y que las reformas nos llevarán a niveles de desarrollo insospechados, o sea adiós a Brasil como el líder emergente en América Latina y bienvenido México. Y para colmo, la promoción mediática, personal, ilegal, de los gobernadores.
Uno de los temas importantes de los próximos días y meses será la construcción de las leyes secundarias de las reformas del 2013. Con un escenario político más revuelto, en donde el Pacto por México ha pasado a la historia, las oposiciones de derecha y de izquierda se atrincheran en sus propias luchas internas y tratan de arañar lo que se pueda en las leyes secundarias. Después de haber cambiado la Constitución lo que sigue es hacer la letra chica y para ello se necesita sólo una mayoría simple. De esta forma, el PRI y Peña Nieto quedan en el mejor de los mundos, porque ahora pueden hacer las reglas sin sus socios del PAN y del PRD. Sin embargo, para la oposición se presenta un dilema: participar en la negociación de leyes secundarias y sacar adelante sus intereses y objetivos o simplemente salirse de la negociación y dejar que el PRI haga todo a su gusto. Esa es la consecuencia de una mala estrategia opositora en el Pacto por México, es decir, dejar para después las normas de aplicación sin que nada garantice una normatividad democrática, ya cuando sus votos no son necesarios.
Del plato a la boca se cae la sopa, dice la sabiduría popular. ¿Quién garantiza que la reforma de las telecomunicaciones llegue a buen puerto y se garanticen los derechos de las audiencias, se abra el espectro a la pluralidad, exista competencia real, se fortalezcan los medios públicos y comunitarios? ¿Dónde está la coalición política que va a regular en serio al duopolio televisivo y a las telecomunicaciones? En la misma lógica, ¿cómo se garantiza arreglar el galimatías del cambio de IFE a INE en donde hay ambigüedad, facultades poco claras, traslapes de funciones? ¿Quién garantiza que el temido control de los gobernadores no se transforme en control de los partidos con cuotas de nombramientos a su gusto? ¿Tendrá una izquierda dividida la fuerza para detener la reforma energética o al menos atenuar la salvaje apertura que se hizo al sector? No hay garantía y quizá ya se podría contestar de forma negativa estas preguntas. Hay que darnos cuenta que el país cambió con las reformas, pero que no va en la ruta de un México más democrático y con mayor bienestar, sino que posiblemente vamos hacia el mundo de Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual.
Investigador del CIESAS
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