Pedro Miguel
Entre
Tepalcatepec y Nueva Italia, Michoacán, hay un arco de más de cien
kilómetros, con Apatzingán en el centro. Si ese arco se proyecta a
Uruapan, entre los tres puntos queda un triángulo de unos tres o cuatro
mil kilómetros cuadrados. Pero si el ángulo superior se ubica hacia el
norte, en la Meseta Tarasca, por los rumbos de Paracho y Cherán, el
área triangular, con el Cerro Tancítaro en el centro, suma unos siete
mil kilómetros cuadrados. De ese tamaño es el territorio michoacano que
se encuentra fuera del control del Estado, a menos que
controlpueda entenderse como el sobrevuelo de un helicóptero de la Policía Federal que
observa la situaciónmientras los grupos de autodefensa procedentes de Tepalcatepec, La Ruana, Buenavista Tomatlán y La Huacana cierran su pinza sobre Apatzingán, considerada plaza fuerte de Los caballeros templarios, y éstos y sus simpatizantes incendian camiones, destruyen negocios y edificios públicos y bloquean carreteras.
Fue precisamente en Apatzingán donde el 3 de enero de 2007 Felipe
Calderón, enfundado en una camisola militar que tanto en lo literal
como en lo figurado le quedaba enorme y acompañado del entonces
gobernador Lázaro Cárdenas Batel y resguardado por enjambres de
policías federales, soldados y marinos, refrendó los lineamientos
sociopáticos de su estrategia de seguridad (la guerra contra la
delincuencia costaría muchas vidas, dijo) y prometió a los michoacanos
un futuro de paz.
En materia de seguridad, a Peña se le ha ido en blanco el primer año
de gobierno. Ayer el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio
Chong, andaba por Morelia ofreciendo cosas parecidas a las que prometía
Calderón, aunque los priístas no son tan torpes como los panistas y se
abstienen, al menos, de anunciar la retahíla de muertos que viene. En
el ínterin han pasado siete años, se han perdido unas cien mil vidas,
el gobierno se ha gastado toneladas de dinero en una guerra más
orientada contra el pueblo que contra la delincuencia y la paz y la
seguridad no aparecen por ninguna parte. Al contrario: resulta
inocultable que grandes porciones del territorio nacional se encuentran
bajo el control de poderes fácticos, ya sean delictivos o ciudadanos, y
medio país (14 entidades federativas) es considerado un sitio inseguro
por el Departamento de Estado.
De
Salinas y Zedillo a la fecha la inseguridad ha empeorado en forma
sostenida y algunos se preguntan qué han estado haciendo todos estos
años los equipos de gobierno que se han sucedido. La respuesta es
simple: han estado destruyendo al Estado en todos los ámbitos, salvo en
el de sus habilidades represivas. Han ido a Washington a declinar
atribuciones y facultades exclusivas, han desmantelado el sector
público de la economía, han emprendido campañas contra los sistemas de
salud y educación, han transferido cientos de miles de millones de
dólares del erario a bolsillos privados y han socavado el respaldo
social y la autoridad mediante repetidos saqueos a la propiedad de
todos.
La oligarquía y su funcionariato han creído que el ejercicio de
gobierno puede reducirse a robar en beneficio propio y de los socios
trasnacionales y a mantener una propaganda multimillonaria, un reparto
electorero de dádivas y un ejercicio de la fuerza contra activistas,
disidentes y simples ciudadanos (de Atenco, de Oaxaca, de Ciudad
Juárez, de Monterrey, de Morelia o del Distrito Federal), a quienes se
detiene, tortura y acusa de cualquier cosa sólo por el gusto de ejercer
un poder perverso.
Pero no. La reducción del Estado a sus componentes más primarios
–oficinas de fabricación de mentiras y entrega/recepción de sobornos,
logotipos de cuerpos legislativos sumisos y corporaciones armadas–
genera, obligadamente, ingobernabilidad, y todo indica que ya estamos
en esa fase. Ahora nada simboliza mejor a ese Estado corroído desde
adentro que un helicóptero solitario de la Policía Federal que ronronea
sobre los enfrentamientos michoacanos para
observar la situaciónsin que a nadie le importe su presencia, en tanto los jerifaltes institucionales piensan en alguna suerte de arreglo coyuntural –igual pueden pactar con el cártel o con las autodefensas, o bien contratar a alguna empresa de seguridad– para aparentar que no pasa nada y que la crisis ha sido resuelta. Con suerte y hasta les creen.
Twitter: @Navegaciones
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