Desde las kuna de Panamá, hasta las
mixtecas de la frontera México-Estados Unidos, las mujeres indígenas y
rurales luchan contra “ellos”–las empresas transnacionales, los
gobiernos con sus planes de “desarrollo” respaldados por policías y
militares.
Laura Carlsen
Managua, Nicaragua.
“Nosotras estamos en territorios estratégicos, estamos viviendo en
territorios que no sólo generan vida, sino que también están siendo
codiciados. Ellos están luchando por estos territorios, pero nosotras
también estamos luchando”. Lolita Chavez Ixcaquic, líder maya k’iche’,
educadora y defensora de derechos humanos en Guatemala, resume así el
desafío principal que enfrentan las mujeres indígenas y rurales en
Mesoamérica hoy. Está hablando a unas 30 mujeres líderes de la región,
reunidas en la Escuela Alquimia Feminista, en Managua, en un encuentro
celebrado del 12 al 19 de mayo.
Desde las kuna de Panamá, hasta las
mixtecas de la frontera México-Estados Unidos, las mujeres indígenas y
rurales luchan contra “ellos”–las empresas transnacionales, los
gobiernos con sus planes de “desarrollo” respaldados por policías y
militares, los invasores, los grupos paramilitares y criminales.
Y simultáneamente luchan contra la
discriminación y la opresión patriarcal en sus propias comunidades,
organizaciones y familias. Reportan que la suya es una labor ardua y
lleno de peligro, pero se nota por la alegría y energía que traen al
encuentro que a la vez es una lucha marcada por la esperanza y el amor,
y por el gusto de trabajar con mujeres que han sufrido experiencias
similares y que comparten sus visiones de una vida mejor.
Aunque vienen de organizaciones que
trabajan sobre temas que abarcan los derechos de las mujeres, la
representación política, y los derechos colectivos de los pueblos
indígenas, la cuestión de defensa de la tierra y territorios siempre
está presente. Por un lado porque las amenazas se agudizan día tras
día. Claudia Ángel, zapoteca de México, explica la manera en que el
proceso actual de despojo impacta en sus comunidades. “Para los pueblos
indígenas es muy fuerte que no tengamos tierras. Porque la tierra es la
base de nuestro sustento, de nuestra vida– no sólo de la alimentación,
sino incluso de la vivienda. Es muy cruel no tener tierra.”
Y, por otro, porque la tierra no es en
“tema” para ellas. Es la vida misma, y el centro de su cosmovisión.
Como dice Jessica Muller, miskita de Nicaragua, “trabajamos por la
reivindicación de los derechos humanos de mujeres y niños y por los
derechos de la madre tierra”.
Enfrentando a los megaproyectos, en defensa de la tierra y territorios
Al compartir sus luchas, se observa una
etapa de “re-colonialización” en sus países con la llegada de las
transnacionales tras los recursos naturales, explica Emérita Sánchez,
de Panamá. Emérita es una reina de verdad, del pueblo Naso Tjer Di, uno
de los pocos pueblos indígenas del continente con una monarquía
tradicional. Para ellos la historia es la guía para el futuro, y para
un presente en que ven la repetición de las prácticas coloniales que
sufrieron sus ancestros.
Emérita cuenta la historia de que
cuando llegaron los españoles a su tierra e intercambiaron el oro de
los indígenas por un espejo:
“El señor (naso) llevaba el espejo a la
casa y dijo ‘mira, me regalaron eso, es nuevo’. Y la mujer lo queda
viendo y dice ‘O, es una mujer–¡otra mujer!’ y era ella misma,” dice,
entre risas. Continúa: “entonces son las cosas que nos cuentan nuestros
abuelos que con eso robaron nuestro oro, y cuando se dieron cuenta que
teníamos mucho oro, empezaron a matarnos, nos terminaron. Y hoy siento
que es lo mismo. Nuestros ríos, nuestros recursos–todo lo que nosotros
tenemos, nos van a matar por eso. Ahora, en otra forma…”
En su pueblo han instalado la
hidroeléctrica del Teribe en los ríos Bonyic y Teribe, bajo el rey
anterior, ahora acusado de ser cómplice de la empresa. Aunque no pueden
quitar la planta, el pueblo recientemente logró renegociar el acuerdo
con la Empresa Pública Medellín para lograr beneficios para sus 12
comunidades. Decidieron no permitir la entrada de ninguna otra
hidroeléctrica en su territorio, debido a la afectación al rio y el
agua. Han pedido el reconocimiento de una Comarca Naso-Teribe por el
gobierno panameño.
Las hidroeléctricas, promovidas bajo el
Proyecto Mesoamérica y financiadas por los bancos internacionales y
gobiernos nacionales, son unas de las amenazas más fuertes.
En El Salvador, las mujeres están
luchando también por el derecho al agua, en este caso contra la
contaminación y la privatización de áreas urbanas. Alejandra de la
Asociación de la Mujer Salvadoreña, narra la lucha en defensa del agua,
y contra la instalación de una fábrica de baterías Record en San
Salvador “porque iba a traer plomo a nuestra agua”, como habían
documentado en otros casos.
“Hicimos marchas, mandamos proclamas, y
se hizo una concientización. Y lo que se logró es que se consensuaran
con la misma gente de allí”. Como resultado de la movilización, se
detuvo el proyecto.
“Pero se van a ir a otro lado,” avisa
Alejandra. “Entonces así está la lucha– para que todos estén
conscientes de que vienen estas empresas a robar a nuestros recursos y
dañar el medio ambiente y matar a nuestra gente, porque ellos son
grandes pero ¿a costo de qué? A costo de nuestra salud y la vida propia
de nosotros.”
Todos los países
representados–particularmente México, Guatemala. El Salvador y
Nicaragua–están frente una embestida de la minería. Ana Sandoval, una
joven que lucha contra el proyecto de minería Progreso VII en La Puya,
Guatemala, dice que la lucha empezó sin tener ninguna información sobre
el proyecto, hasta llegar a un consenso contra la mina, que “nunca
contó con el consentimiento de la comunidad”. Hasta la fecha, organizan
rondas 24 horas al día para no permitir la entrada del equipo de la
empresa.
El movimiento de La Puya tiene un firme
compromiso con la no-violencia. En este contexto, el liderazgo de las
mujeres es una garantía. Ana dice que aunque los turnos son
principalmente de hombres, “en el momento que hay algo, somos las
mujeres las que estamos al frente. Los hombres al principio decían
‘cómo es que las mujeres van a estar ahí , nosotros también. Pero ellos
han logrado ver que una mujer puede resistir más que un hombre, porque
el hombre por naturaleza es más violento y la resistencia de nosotros
es pacífica, cero violencia”. Estas mujeres se exponen a grandes
riesgos en defensa de su comunidad.
Últimamente, la resistencia de La Puya
enfrenta una de las tácticas comunes entre los gobiernos de la región:
la criminalización. Con varios participantes detenidos, han tenido que
gastar mucho tiempo y recursos en la defensa legal.
Megaproyectos eólicos y de cultivo de
piña y palma africana, son otras de las principales amenazas a sus
comunidades y culturas. Graciela Arias, kuna de Panamá, advierte
también sobre el riesgo del negocio “verde por plata”, que implican los
proyectos de captura de carbón en su tierra.
“En mi pueblo está llegando un señor y
le dice a la gente que va a trabajar y es como decir que para él todo
lo que está verde es plata y nosotros no sabemos qué es esto”. Dice que
ahora las autoridades están hablándole para indagar en el proyecto y
dejar claro que no puede entrar sin el consentimiento de las
comunidades.
Ser mujer, indígena, campesina y luchadora
Las múltiples identidades de las mujeres indígenas y rurales plantean la necesidad de abarcar muchas frentes de lucha.
“Estamos luchando por nuestros derechos
específicos como mujeres dentro del movimiento, por los derechos
colectivos. Se ha agudizado en nuestro país el mapeo de mineras,
empresas eólicas, hidroeléctricas. Estamos saturadas de empresas
transnacionales dentro de los ámbitos de la mujer y de los pueblos
indígenas. Estamos muchas veces muy saturadas, porque tenemos que
luchar en dos sentidos,” destaca Claudia.
Ellas han tenido que encarar múltiples
obstáculos para participar en la lucha. Rosalina señala: “si una mujer
esté casada, no le gusta a los hombres que ande ahí (en la lucha). En
las comunidades hay mucho machismo, pero cada vez hay más participación
de las mujeres. Me falta mucho para desenvolverme más en la defensa de
los derechos, para que las cosas cambien un poquito.”
La violencia contra la mujer surge como
un problema mayor. Varias mujeres enfocan su acción y la de sus
organizaciones en el tema, trabajando en los niveles domésticos,
comunitarios y sociales y también en ellas mismas. Muchas traen heridas
profundas. Lilián López, maya k´uiché de Guatemala, señala que esto
tiene que ser parte de su formación como líderes, pues “no podemos
pensar en liderazgos fuertes si no nos sanamos a nosotras primero.”
El tema de la Escuela, organizada por
JASS (Asociadas por los Justo) fue “construyendo el poder colectivo de
las mujeres, formación en liderazgo estratégico para mujeres indígenas
y rurales en defensa de sus derechos”. Después de una semana de
compartir ideas e intercambiar experiencias y reflexiones, las mujeres
compararon sus dibujos sobre cómo ser líder hechos antes del curso, con
unos que hicieron terminado el curso. En los primeros, se ven figuras
grandes con unas figuritas pequeñas alrededor. El los segundos, hechos
a base del proceso de rescatar y analizar sus propios valores y
prácticas, se ven círculos de mujeres, del mismo tamaño, unidos en
colectivo, en muchos casos con animalitos y ríos y mares alrededor.
Ada Inés Osorio, miskita hondureña,
observa: “yo creía que ser líder era eso (indica el dibujo de la figura
grande), solamente hablar de temas, de derechos y eso, pero sin incluir
lo que son recursos naturales, y ahora he aprendido que no es así, ser
líder es mucho más que eso, incluyéndole todo, y para todos y todas.”
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