Javier Jiménez Espriú
Con gran desfachatez, con un cinismo que contiene mofa, prepotencia, soberbia, desprecio por el pueblo,
meimportamadrismo, los senadores y diputados fans de Peña –de Enrique, no del Gullit–, decidieron hacer coincidir
el debatede las iniciativas de leyes secundarias con las fechas de los encuentros de la selección mexicana en el Mundial de Brasil. ¡Qué burda manipulación, qué manera de restregarnos en las narices que nos consideran imbéciles; qué falta de respeto a un pueblo que,
haiga sido como haiga sido–aunque en contra de su voluntad–, paga sus dietas, sus viajes, sus lujos, sus despropósitos, sus corruptelas y sus negocios,
que nunca presentan conflicto de intereses!
En un alarde de ese cinismo sin límites, el senador Penchyna, en un echar limón en la herida de sus
representados, se rasga las vestiduras señalando que no debe influir en un asunto de la mayor trascendencia el desarrollo de la competencia deportiva por importante que parezca, aunque el boato con que en Palacio Nacional el Presidente
instruyóa los jugadores a traerse la Copa, diera la impresión de que es lo más importante que pudiera pasar en este
país de triunfadores, que creen que piensa con y para los pies.
Pues es justamente por la enorme trascendencia de la reforma
energética –en eso es en lo único que estoy de acuerdo con Penchyna–
por la que debieran dedicársele, Mundial o no de por medio, los mayores
y más claros espacios de discusión nacional, de profundo conocimiento
público de lo que está en juego y que, efectivamente, es mucho más
importante y trascendente que el negocio del futbol de las televisoras.
Habría que dar los tiempos para esclarecer las graves consecuencias
que contienen las miles de páginas de las iniciativas que me temo no
leerá la inmensa mayoría de los parlamentarios, esa mayoría que vota
por lo que no conoce pero así
le instruyen, y que afectará el futuro de los mexicanos de hoy y de mañana.
Porque debe quedar claro que, entre muchas cosas que tratan de aprobar, hay una infinidad de
golesque pretenden anotar contra la nación,
en fuera de lugar, en el maremágnum de la fiebre futbolera.
Porque aunque lo nieguen, la reforma privatiza el petróleo y la
energía eléctrica, entrega concesiones para la explotación de los
hidrocarburos, disfrazadas de
contratos–aunque su prohibición quedó explícitamente definida en el vapuleado artículo 27 de la Constitución–, provoca la entrega de una parte sustancial de la renta petrolera, debilita a Pemex y a la CFE para su inanición,
garantizael incremento permanente de la gasolina y el diésel –art. 16 transitorio de la Ley de Hidrocarburos–, propone entregar la comercialización de los hidrocarburos de la nación a un particular –art. 28 de la misma ley–, desaparece al Instituto Mexicano del Petróleo –art. 18 transitorio de la Ley de Petróleos Mexicanos.
Propone un gobierno corporativo para Pemex y CFE
con las mejores prácticas internacionales, y para ello define un consejo de administración con 10 miembros, todos designados por el presidente de la República, dándole, aunado a las atribuciones de órganos del Ejecutivo para asignar y licitar contratos con gran discrecionalidad, una
patente de corsoabsolutamente inconsistente con la democracia y la transparencia que requieren los asuntos públicos, especialmente los relativos al cuidado del patrimonio nacional.
Supedita la propiedad privada de la tierra a los intereses de los
concesionarios, pudiendo llegar hasta la expropiación y… entre otras
muchas cosas lamentables.
El secretario de Energía ha proclamado
la urgenciade esta reforma, porque de no hacerla, dice, dada la declinación de nuestra producción, pronto dependeríamos de los hidrocarburos del extranjero. Aparentemente, en las altas esferas del gobierno se decidió que antes de que eso sucediera, era más conveniente comprarlos a las empresas del exterior, pero los que sacaran de nuestro subsuelo. ¡Buen autogol!
En cuanto a las promesas de bajar el precio del gas y la
electricidad –la luz, le dicen–, crear 500 mil empleos en cinco años
con buenos salarios, aumentar en 1.5 puntos el PIB, etcétera, son
promesas que vienen de quienes prometieron que creceríamos al 5 por
ciento, no, perdón, al 3.9; perdón, al 2.7, y que ante su
incumplimiento, encuentran siempre excusas que están fuera del área de
su competencia, o como bien decía mi Maestro Barros Sierra, dentro del
área de su incompetencia.
En suma, se entregarán además a manos privadas, fundamentalmente
extranjeras, según los vientos que corren: la refinación, la
infraestructura de ductos y de almacenamiento, el transporte, la
comercialización, etcétera; es decir, la seguridad energética nacional.
Que al fin ya le quitamos lo estratégico a nuestros recursos
energéticos y seremos
orgullosamente parte de la Región de Norteamérica.
Misión cumplida, jefe, podrán decir ufanos.
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