Miguel Concha
Pareciera
que los congresos locales se han puesto de acuerdo para arremeter
contra derechos elementales de los mexicanos. Sólo falta que el
Congreso de la Unión caiga en la tentación de hacer lo mismo. Se desató
una epidemia de legislaciones que restringen derechos relacionados con
el espacio público y permiten el uso innecesario e irracional de la
fuerza pública.
Los gobiernos que han incurrido en esta práctica están sordos frente
a las demandas de la sociedad. En contradicción con un Estado
democrático, establecen por adelantado legislaciones que criminalizan a
las personas que se manifiestan. Vemos cómo las vías de la escucha, el
diálogo y la negociación se diluyen en medio de un discurso dirigido a
reprimir a toda persona o grupo que se organiza para exigir sus
derechos. Un Estado con estas características no puede concebirse como
democrático y garantista de los derechos humanos. Se revela en cambio
como intransigente, intimidatorio y violento contra la ciudadanía.
Constituye una paradoja que gobiernos supuestamente comprometidos
con la dignidad de las personas privilegien el uso de la fuerza frente
a soluciones estructurales que exigen los ciudadanos. En el contexto de
las protestas sociales, y a propósito de la actuación de los cuerpos
policiacos, el Estado está obligado en todo momento a respetar,
proteger y garantizar los derechos humanos. Se confunden quienes en sus
leyes argumentan la necesidad de proteger antes que nada a las
instituciones políticas o económicas, con base en concepciones
indefinidas y laxas, como
conflicto,
paz públicao
actitudes violentas. Los gobiernos por el contrario deben velar en primer lugar por salvaguardar, frente a los cuerpos de seguridad, el derecho a la seguridad e integridad de las personas, pues estos últimos muchas veces, para causar un daño directo a los manifestantes, usan de manera innecesaria de la fuerza. También en la última década se han registrado actos de brutalidad policial y de uso irracional de la fuerza por los cuerpos de seguridad, que dirigen su acción hacia la población para provocar o causar miedo y afectaciones.
Desde los sucesos en San Salvador Atenco hasta los últimos ocurridos
en San Bartolo Ameyalco se da cuenta de ello. Ante las demandas de la
sociedad, los gobiernos deberían implementar mecanismos no violentos de
resolución de conflictos. Sin embargo, al privilegiar el uso de la
fuerza, dan un mensaje que obstaculiza de facto la
posibilidad de hallar soluciones ajenas a la confrontación. Más aún, se
confirma que les incomoda el disenso, y dejan entrever que no están
capacitados para emplear otras formas, que no sea el uso de la fuerza
pública contra la población. Desde hace años se ha discutido su
reglamentación. En repetidas ocasiones las organizaciones sociales han
denunciado la falta de una legislación apegada a los derechos humanos.
Ahora, y frente a la cascada de leyes al respecto, vemos que los marcos
propuestos abren ampliamente espacios para cometer violaciones contra
los derechos de las personas, pues lejos de romper con el patrón
sistemático del uso excesivo e irracional de la fuerza, esas
legislaciones, como en el caso de las aprobadas en Puebla, Chiapas y
Quintana Roo, lo continuarían. Tanto es así que respecto a esta última
organizaciones civiles de derechos humanos solicitaron el pasado 15 de
mayo a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que interponga una
acción de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, por ser una ley que restringe derechos. Todas estas leyes, sin
embargo, son una muestra paradigmática de legislación contraria a los
derechos humanos. No sólo porque en su momento se pretendió legalizar
el uso de armas de fuego, como en el caso de Puebla, sino porque tienen
un objetivo claro: detener y disolver los actos de protesta social.
Estas
leyes sin duda pretenden herir y quitar vida a la democracia en el
país. La Organización de Naciones Unidas adoptó en 1990 los Principios
Básicos sobre el Empleo de la Fuerza y de Armas de Fuego por los
Funcionarios Encargados de hacer Cumplir la Ley, en los que se
establecen criterios mínimos para emitir reglamentaciones al respecto.
Instrumento internacional que deberían observar a detalle las
legislaturas locales. En estos principios se establece de entrada que
sólo en situación extrema y como último recurso pueden usarse armas
letales. Reiteran además la exigencia de un uso racional, necesario y
proporcional de la fuerza, que se obtiene observando algunos de los
siguientes elementos: la implementación de la fuerza debe darse en el
marco de la legalidad. Es decir, se requiere de un marco apegado al
respeto de los derechos de las personas, y por ello es urgente que el
instrumento normativo contenga los procesos y las debidas limitaciones
en relación con la actuación de los cuerpos de seguridad. Asimismo,
debe establecerse la necesidad y la proporcionalidad con base en un
análisis contextual de la situación que se presente.
Por ejemplo, no puede existir una generalización en las manifestaciones invocando
actitudes violentas. Si alguna autoridad detectara algún hecho violento, tendría que actuar conforme y sólo respecto a ése, absteniéndose de impedir la manifestación en su conjunto. Y en todo momento las autoridades deben ceñirse a los principios de necesidad, legalidad, tiempo y razón de un operativo policial. Por tanto debe ser proporcional con los hechos que se presenten, preservando siempre la vida y la integridad física de las personas. El problema con las legislaciones de Chiapas y Puebla es que estructuralmente presentan deficiencias conceptuales sobre los supuestos en los que actúan los cuerpos de seguridad. Es reprobable que no existan criterios cerrados y restrictivos; por el contrario: son amplios, indeterminados y con la posibilidad de ser usados discrecionalmente. Pero, aunque los marcos regulatorios sean adecuados, si no existe un proceso de capacitación de los cuerpos de seguridad, que les proporcione herramientas con enfoque de no violencia y les permita transitar a una concepción diferente de la seguridad, donde lo que se proteja sean las personas, cualquier esfuerzo que se haga es en vano.
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