Héctor Tajonar
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- El PRI no ha cambiado ni tiene la intención de
hacerlo. Lo único que se ha modificado –y depurado– son los métodos
para imponer su nueva hegemonía. La maleabilidad de proyectos y metas,
la cooptación de adversarios e instituciones y la simulación para
engañar al enemigo (que somos todos los demás, es decir, los
ciudadanos), siguen siendo las herramientas principales para fortalecer
el dominio priista; adaptadas, claro, a las nuevas circunstancias
políticas del país. La marca indeleble es el gatopardismo, signo y sino
del tricolor: cambiar para seguir igual o, en este caso, para restaurar
el pasado.
Con el
propósito de acaparar el control político del país, el partido en el
gobierno pretende reinstaurar los fundamentos del poder autoritario:
1.
La centralización del poder en torno al Ejecutivo federal.
2. La
domesticación del Congreso, los gobernadores, los partidos de
oposición, los sindicatos, así como de las autoridades electorales, hoy
autónomas.
3. La complicidad con los poderes de facto, en especial la
televisión, instrumento fundamental para atontar al enemigo y ganar
elecciones.
4. El amansamiento de los demás medios de comunicación.
5.
La opacidad y el disimulo en la rendición de cuentas para permitir la
corrupción.
6. La impunidad selectiva.
7. El estado de derecho de
fachada.
8. La simulación para permitir todo lo anterior, pero sin que
se note.
La centralización, característica del poder
presidencial durante el régimen de partido casi único, fue uno de los
principales propósitos de la reforma educativa para recuperar el
control sobre el magisterio. Para ello se encarceló a la lideresa del
SNTE y se impuso a un sucesor domesticado. Asimismo, se logró
centralizar el proceso de selección y la nómina de los maestros. Sólo
faltaría controlar a la CNTE, lo cual no parece viable en el corto
plazo. También está pendiente el rescate de la responsabilidad del
gobierno federal en la definición de la política educativa, así como el
ejercicio visionario y eficaz de tal desafío.
El
mismo impulso centralizador anima a la reforma electoral al haber
reconcentrado la responsabilidad del sector en el INE en sustitución
del IFE, lo cual no garantiza una mayor limpieza en los procesos
comiciales debido a que, como se ha comprobado reiteradamente, el
organismo autónomo es proclive a ceder ante las presiones de los
partidos y del Ejecutivo. Lo paradójico es que el PAN y el PRD hayan
promovido esa reforma con la idea de “arrebatar las elecciones a los
gobernadores”, cosa que no ocurrió. Además, estuvo a punto de
consumarse la presión de los magistrados del Tribunal Electoral para
asegurar una pensión vitalicia introducida sigilosamente en la ley,
como pago por los favores recibidos. La presencia del director jurídico
de la Presidencia en el Congreso es elocuente.
Obviamente,
la nueva situación de pluralidad en el país aumenta el grado de
dificultad para restituir el férreo control autoritario que existió
hasta 1997. Ya no basta con una orden para imponer la voluntad
presidencial, como era común en el pasado. En la coyuntura actual, las
vías para implantar una hegemonía acondicionada a los nuevos tiempos
requiere de métodos más sutiles, conocidos como cooptación.
Cooptar
es lograr que los adversarios actúen de acuerdo con las disposiciones
del régimen sin recurrir al uso de la fuerza, sino mediante métodos de
convencimiento que los interfectos no puedan rechazar. Lo ofertado debe
ser suficientemente apetecible para inducir a los personajes a actuar
en la dirección deseada. Estímulo-reacción (y posible castigo): el
método conductista de Pavlov y Skinner aplicado a la política. La
oferta debe ser proporcional a lo demandado. La gama de posibilidades
que puede adoptar el trueque es muy amplia, pero es clasificable en dos
grandes rubros: interés político o apetito pecuniario. El interés
político puede ser personal o gremial, a la vez que legítimo o
ilegítimo. La cooptación por salivación crematística se llama
corrupción y, por supuesto, es ilegal; aunque casi siempre queda
impune, puesto que la autoridad es la que otorga la retribución
ilícita. A este proceso de domesticación pavloviana han sido sometidos
con éxito legisladores, líderes de partidos, dirigentes sindicales,
representantes de instituciones autónomas e incluso gobernadores
feudalizados.
La simulación es dar gato por liebre,
embaucar a la ciudadanía. El caso emblemático del reformismo
gatopardiano sucedió en el ámbito de las telecomunicaciones. De una
reforma constitucional surgida de la negociación en el difunto Pacto
por México, elogiada como “histórica”, se pasó a una ley reglamentaria
que, emulando a la Ley Televisa, parece haber sido redactada en las
oficinas del consorcio. Como reacción a las protestas contra esa
contradicción palmaria e injustificable, el gobierno decidió posponer
la discusión de la ley secundaria, acaso con la idea de anotar un
golazo legislativo durante el Mundial de Futbol. Cuidado.
La
permisividad en el ámbito de la corrupción y la impunidad selectiva son
otros sellos de la casa tricolor que han sido emulados con creces por
el PAN y el PRD cuando han sido gobierno, o en los oprobiosos moches.
En ese ámbito sí existe el consenso tripartito: hacer del servicio
público un negocio privado. Dicha aquiescencia recíproca ante la
corrupción impune constituye una de las grandes lacras del país y
convierte al estado de derecho en una mera fachada.
El
principal beneficiario de ese aciago panorama es el partido en el
gobierno porque ello lo libera de la posible crítica proveniente de los
principales partidos opositores, que han perdido toda autoridad para
condenar la corrupción del tricolor, puesto que ellos la han practicado
con igual cinismo. Si a ello agregamos las profundas divisiones y
pugnas internas en los partidos blanquiazul y del sol azteca, las
probabilidades para la permanencia del PRI en el poder se elevan
exponencialmente.
Todo lo anterior indica que la
nueva hegemonía del PRI será longeva y estará caracterizada por un
autoritarismo apaciguado sólo por las voces críticas que aún subsisten
en el Congreso, en algunos medios de comunicación y en ciertos sectores
de la sociedad mexicana. No son buenos augurios para la democracia
mexicana.
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