Mercurio Cadena
La Cuarta Transformación puede analizarse de muchas
formas pero una que evitan sus opositores es la perspectiva hegemónica.
Para ello es útil recuperar a Antonio Gramsci; “el marxista de las
superestructuras”.
Una de las cosas que le preocupaban a Antonio era la forma en
la que las clases dominantes ejercen su dominación sobre las clases
sometidas. La represión física (explicación tradicional) no bastaba,
porque es una forma de poder muy susceptible al derrocamiento. Bastaría
con aglomerar ejércitos de personas oprimidas de igual o mayor dimensión
que los ya existentes; lo cual tendría sus dificultades pero no sería
imposible, dada la enorme dimensión de la opresión.
El elemento de explicación perdido lo encontró en la noción de
“bloque hegemónico”. La opresión, dice Antonio, es resultado no sólo del
control de los medios de producción y represión, sino también del
control del aparato cultural. La clase dominante domina al sistema
educativo en su conjunto (escuelas, religión, medios de comunicación) y
con él dirige a las demás clases, haciéndolas pensar que su condición
oprimida es normal, o hasta deseable. Esto impide no sólo que las
personas se planteen cambiar radicalmente el orden impuesto, sino
también que se sepan sometidas. Tremendo éxito: no hay dominación,
piensan, sino sólo dificultades naturales que le son inherentes a la
vida misma… Dificultades frente a las que no queda más que rezar, (o
ahorrar, dirían los presbíteros del neoliberalismo).
Hegemonía es, etimológicamente, la cualidad de guiar. Quien
retenga esa cualidad posee el poder de someter, pero también de encarnar
posibilidades en el futuro. Los medios materiales serán un importante
complemento.
Ultimadamente, Gramsci emprende este análisis con un fin
práctico: entender la opresión de su clase para invertir la ingeniería
del poder que la nutre y liberarse. El marxismo, quien tenga oídos que
oiga, es escuela de libertad. La ruta, entonces, es clara: la clase
obrera debe crear y consolidar una cultura propia que le permita,
primero, dirigirse a sí misma (organizarse); luego, dirigir a las demás
clases, y luego, tomar los medios físicos y consolidar su capacidad de
cambiar la historia: hay primero que adueñarse del mundo de las ideas para que las nuestras lleguen a ser las ideas del mundo,
decía Antonio, sin recelos mazapaneros. Evitar la repetición de la
opresión vendría mediante la calidad de las nuevas ideas, pero no
mediante la perorata convencida e infantil de que el poder funciona o
puede funcionar de una manera diametralmente distinta.
Esta explicación, elocuente como es, también está agotada. No
podríamos pedirle a un intelectual de la primera mitad del siglo XX que
previera todo lo necesario para nunca perder vigencia. En el caso de
Antonio, su teoría no da cuenta de estos tiempos en los que la
automatización del dinero y el comportamiento han construido una nueva
era de impotencia generalizada (“Bifo” Berardi), en la que las clases
oprimidas no surgen no sólo por la falta de consciencia, sino también
por una nueva voluntad prescrita y global, el autómata, que potencia las
capacidades de los programadores originales al grado de evitar
organizaciones rivales mediante el control directo de los cuerpos (el
cansancio y la angustia generalizada no son casualidades).
Y sin embargo las posibilidades siguen ahí, inscritas en la
realidad misma, por más opresora que sea. La clausura del porvenir no es
sino cobardía o mezquindad. Los nuevos intentos emancipatorios deberán
aprovechar las bases marxistas para aprender cómo hackear sus tiempos,
cultivar consciencia de clase y, paulatinamente, abrir brechas de
libertad. La Cuarta Transformación está intentando justo eso para la
clase popular mexicana. Esperemos que esto le permita encarnar una de
las posibilidades de futuro digno que el neoliberalismo pretendió
clausurar.
Mercurio Cadena. Abogado que codea, especializado en administración proyectos públicos
@hache_g
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