El asesinato del
general iraní Qasem Suleimani en Irak y el ataque suicida del niño José
Ángel en una escuela de Torreón constituyen dos lados de la misma
moneda. Ambos son síntomas del predominio de una cultura política de
muerte, violencia y destrucción originada en Estados Unidos y que cada
día se afianza más en México y el mundo entero.
¿Cuáles son las condiciones de la posibilidad de que un niño de
apenas 11 años de edad decidiera disparar en nueve ocasiones contra sus
maestros, sus compañeros y a sí mismo?
Lo llamativo del tiroteo de Torreón no es que existan niños víctimas
de la desintegración familiar o la depresión, sino que este niño en
particular haya planeado con tanta frialdad y anticipación el ataque a
sus maestros y compañeros. Para José Ángel no fue suficiente el triste y
trágico acto de quitarse la vida, sino que sintió la necesidad de
hacerlo dentro del principal escenario público de su vida, la escuela, y
además llevar a sus compañeros consigo en el camino.
¿Fue un acto de
venganzapor algún bullying en su contra? ¿O simplemente quiso que su fin tuviera tintes de un perverso
heroísmoo
martirioal caer muerto en un imaginario campo de
batalla?
Probablemente nunca sabremos a ciencia cierta los verdaderos motivos
de este acto de barbarie. Pero lo que sí queda claro es que el esquema
cultural que permitió que un niño tan pequeño tomara esta decisión no
proviene de las raíces colectivas, solidarias y revolucionarias del
pueblo mexicano, sino de la lógica de la muerte y la intolerancia propia
de los sectores más individualistas, intolerantes, consumistas e
imperialistas de Estados Unidos.
Es la misma lógica que llevó al joven Patrick Crusius a manejar mil
kilómetros desde su residencia en Dallas, Texas, hasta el Walmart de El
Paso para
matar hispanosen agosto pasado. Es el mismo esquema que permitió a Felipe Calderón
declarar la guerraal pueblo mexicano con el fin de compensar por su falta de legitimidad a raíz del fraude electoral de 2006. Y es la misma
locuraque impulsó a Donald Trump a mandar asesinar en Irak hace 10 días a uno de los líderes políticos más poderosos de Irán.
José Ángel es víctima y síntoma de una nueva cultura política
anticivilizatoria producida simultáneamente por el baño de sangre de
Calderón y el racismo imperial de Trump.
En este contexto, los mexicanos debemos ser particularmente
orgullosos de haber enviado un mensaje tan claro de humanismo al elegir a
Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República en 2018.
En lugar de dejarnos consumir por la desesperación y apostarle a la vía
de la muerte y la venganza, elegimos un hombre tercamente decidido a
construir la paz desde abajo. La solución al inaceptable nivel de
violencia hoy en México no puede ser un retorno a las fallidas
estrategias del pasado, como insinúan los LeBarón y sus aliados de
Washington, sino una inversión de cada vez más recursos, inteligencia y
tiempo en la vía de la paz trazada por el nuevo gobierno.
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