1/18/2020

¿Nuevas masculinidades?


Mercurio Cadena
Nunca en la historia se ha dado la redención masiva de una casta opresora. Los detentadores del poder no ceden de buena gana sus espacios y prebendas, sino que se les arrebatan con organización, fuerza e ideas claras sobre la justicia del acto, y por tanto sobre la legitimidad de sus costos. ¿Por qué esperaríamos que con la opresión patriarcal fuera diferente?
Quienes respondemos a esto con la honesta ausencia de motivos, nos queda una dolorosa pero importante pregunta: ¿qué sigue? Considero que reflexionar sobre al menos tres cosas ayuda a ir delineando algunos pasos siguientes para los hombres:
  1. La violencia feminista es completamente legítima. Uno sólo podría negarle legitimidad a la violencia feminista ignorando a la historia o simpatizando, consciente o inconscientemente, con la causa de la casta opresora. Lo menos que podemos hacer en nuestro pretendido éxodo de la opresión es abandonar la actitud mezquina de defender lo indefendible. Es clarísimo, para quien quiere ver, que sólo con el ejercicio autónomo y estratégico de medidas como el vandalismo y el boicot se han logrado crear costos sociales que deriven en atención pública generalizada, o poder social, para plantear un cambio hegemónico realista. Como ejemplo puede citarse a la famosa desobediencia civil gandhiana que instó a la gente a producir sal no industrial para evadir el impuesto británico. El campamento en Reforma en Ciudad de México es un ejemplo más cercano. La historia del feminismo está repleta de ejemplos de éxito.
2.  Por estructura, no existen hombres feministas ni aliados; sino sólo y cuando mucho, traidores del patriarcado. La consciencia de clase es un punto de partida fundamental para delinear una ruta de acción honesta y eficiente. Como bien dicen los grupos de autoconsciencia feminista que surgieron a finales de los 60 (a los que bien valdría la pena emular para abandonar de una vez la delusión de las nuevas masculinidades, que juegan convenientemente a que el género es algo más que un mecanismo de opresión): admitir el problema es parte de la solución. Y el problema aquí es que todos los hombres crecemos al amparo de un pacto patriarcal, firmado por y para nosotros, que nos beneficia por el simple hecho de ser hombres. Eso nos impone una posición política desde la cual enunciarnos feministas o aliados no es sino mentira o hipocresía; sobre todo cuando la mayoría de nosotros no hemos hecho nada o casi nada para romper con dicho pacto patriarcal. Algunos dirán que esto es lo que está detrás del concepto de aliado, porque traicionar al patriarcado es equivalente a aliarse con el feminismo. Yo defiendo que al concepto de “aliado”, por un lado, le es inherente un bono reputacional que no merecemos; y por el otro, “traidor del patriarcado” refleja mucho mejor no sólo el tipo de acción estratégica que nos demanda nuestra posición, sino también el más que justificado escepticismo con el que nos ven y tratan las feministas. ¿Quién en su sano juicio puede confiar en alguien tras su inmediata (y casi sólo verbalizada) traición al bando contrario, sobre todo cuando se trata de un bando asesino y violador? Nadie. Eso requiere mucho tiempo y obras que devengan en mérito auténtico, histórico, sistemático. ¡Y no sólo obras! Un franco y profundo disciplinamiento de cuerpos. Es lo menos. Mientras tanto, es justo que se nos guarde el recelo reservado a los traidores. Si en serio estamos comprometidos con la causa, será una carga que sabremos llevar con dignidad, el tiempo que sea necesario.
3. Consciencia. La redención masiva del opresor nunca ha sucedido, pero la transformación hegemónica a largo plazo, mediante organización teórica y práctica, sí. Formar parte de grupos de hombres críticos del género, dispuestos a reconfigurarse con mucha honestidad y trabajo, es un buen paso en este camino de traición. Prácticas muy concretas al interior de estos grupos pueden ser un buen inicio. ¿Qué tal si denunciamos a nuestros amigos violadores y rompemos con una de las ventajas más notables del pacto patriarcal? ¿Qué tal si nos rehusamos a trabajar con hombres violentos? ¿Qué tal si no participamos en eventos que no cuenten con, al menos, 50% de participación de mujeres? ¿Qué tal si renunciamos a la pornografía? Rutas, hay; lo importante es ejercer el compromiso, y no sólo cacarearlo.
Mercurio Cadena. Abogado que codea, especializado en administración proyectos públicos 
@hache_g

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