Mario Patrón
La violencia de género y los
feminicidios han sido una presencia cada vez más indignante y recurrente
en la realidad de nuestro país. Ante la continua alza de la violencia
de género en formas cada vez más drásticas y crueles, y ante la
inefectividad de las respuestas institucionales, el hartazgo de las
mujeres ha generado diversas formas de expresión que se han venido
multiplicando con el paso de los meses. Las condiciones de desigualdad
de género en el país son preocupantes y han sido motivo de atención
desde hace tiempo por mujeres que se reivindican como feministas,
quienes se han encargado de empujar este tema en la agenda pública como
un asunto de urgente tratamiento. El paro convocado para el 9 de marzo
es ejemplo de ello.
En este contexto de enorme efervescencia y movilización, hay una
pregunta que es muy pertinente formular: ¿a los hombres qué nos toca
hacer?
La violencia contra la mujer plantea una interpelación frontal a los
hombres, formados en un sistema cultural heteropatriarcal que es urgente
examinar y resignificar. Sin embargo, es fundamental entender que,
independientemente de la raigambre cultural de la violencia de género,
hay violencias extremas que son injustificables y ante las cuales la
única respuesta debe ser el estado de derecho e incluso el uso máximo
del derecho penal para evitar conceder lugar a los incentivos derivados
de la impunidad.
Un sistema de justicia efectivo es clave en el combate a la violencia
de género, pero también existen muchas otras violencias que, para ser
erradicadas, requieren del trabajo constante de deconstrucción de
nuestras masculinidades.
Rita Laura Segato, junto con otras teóricas del feminismo, nos hablan
de la importancia de reconocer los micromachismos, entendidos como el
conjunto de conductas aprendidas en entornos cotidianos que reproducen
la violencia y que, al ser desarrolladas cotidianamente, se encuentran
normalizadas. Para llevar a cabo ese proceso de reconocimiento, se
requiere crear tiempo y espacios donde puedan visibilizarse y dialogarse
estas actitudes violentas mediante las cuales, de manera casi
inadvertida, reproducimos un sistema cultural que está arraigado y
genera desigualdad de género. Trabajar sobre los micromachismos y
reconocerlos es un primer paso importante y urgente en la agenda
masculina contra la violencia de género; pero es importante también
decir que las masculinidades tradicionales dominantes, al ser promovidas
por una idiosincrasia hegemónica, requieren de un trabajo no sólo de
deconstrucción de las violencias, sino de construcción de otras
masculinidades; lo cual es una tarea tanto personal como colectiva.
En este sentido, en la tarea de modificar el andamiaje cultural, y
urgidas por las múltiples manifestaciones que se han llevado a cabo en
los pasados meses, las instituciones han promovido distintas agendas
tendientes a recortar la brecha de desigualdad entre los géneros y
reivindicar el papel de la mujer en diversos espacios mediante políticas
y normativas concretas. Sin embargo, la elaboración de leyes y cambios
institucionales no son suficientes en la construcción de paz y equidad
entre géneros, dado que se trata de un problema cuya raíz también es
cultural. Es por ello que el entorno educativo se torna vital para
llevar a cabo la tarea de construir estas masculinidades alternativas.
Oriol Ríos, en uno de sus textos, plantea la urgencia de que este
tema sea parte de la agenda educativa, pues demuestra mediante su
trabajo de investigación que en muchas ocasiones las propias escuelas
institucionalizan las masculinidades tradicionales y normalizan
actitudes o estereotipos que distinguen a lo masculino de lo femenino.
En este sentido, desde la educación, niños y jóvenes van construyendo su
masculinidad en función de la negación de lo femenino, y no como una
afirmación del sujeto en su totalidad.
La existencia de estos estereotipos se nos advertía ya desde finales
del siglo pasado en la Convención Belem do Pará, cuyo artículo 6 habla
del derecho de toda mujer a una vida libre de violencia y
discriminación, y en cuyo desarrollo requiere del derecho
a ser valorada y educada libre de patrones estereotipados de comportamiento y prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad o subordinación.
Asimismo, Ríos advierte la influencia de una educación liberadora y
dialógica en la construcción de nuevas masculinidades alternativas, que
contribuyen a generar entramados sociales sustentados en la apertura,
tolerancia y respeto. Los niños que han sido educados en este tipo de
modelos de formación van adquiriendo actitudes que no van directamente
asociadas con los estereotipos de género, sino que parten del
reconocimiento de la dignidad de la persona a quien tienen a su lado,
independientemente de su género, de manera que se formen como sujetos
capaces de reconocer y normalizar la diversidad en vez de normalizar los
estereotipos.
Alda Facio, jurista, refiere que la omisión es también una forma de violencia que contribuye a la ginopia,
es decir, a la invisibilización de la mujer y lo femenino; por ello,
las instituciones educativas pueden y deben ser espacios privilegiados
para la resignificación de lo masculino y, más aún, para la construcción
de nuevas masculinidades alternativas.
El 9 de marzo deberá ser un día no sólo para la visibilización del
papel de las mujeres en las actividades cotidianas y su relevancia,
sino, sobre todo, un día para que los hombres reflexionemos la tarea
urgente de replantear nuestra propia relación con las y los demás desde
nuestras violencias normalizadas, desde nuestra masculinidad
tradicional.
Estamos viviendo tiempos inéditos ante expresiones feministas cada
vez más altivas; incluso, han surgido movimientos feministas que se
pueden catalogar de punitivos y hasta abolicionistas. Bien lo dice Rita
Laura Segato:
El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos naturales.
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