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Mientras pudieron, nos ignoraron… Su táctica durante años
fue la de: “Hagamos como que no existen”. Pero llegó un momento en el
que ya no pudieron seguir haciéndose los longuis.Entonces emprendieron
nuevas maniobras: Los cafres, los machistas primitivos de siempre, los
que aún no están en la “modernidad”, redoblaron insultos: “Feminazis”
“Mal folladas”, “Feas”, “Machorras”, etc. […]
Mientras pudieron, nos ignoraron… Su táctica durante años fue la de:
“Hagamos como que no existen”. Pero llegó un momento en el que ya no
pudieron seguir haciéndose los longuis.Entonces
emprendieron nuevas maniobras: Los cafres, los machistas primitivos de
siempre, los que aún no están en la “modernidad”, redoblaron insultos:
“Feminazis” “Mal folladas”, “Feas”, “Machorras”, etc.
Cuando las cabezas menos brutas de las huestes patriarcales se
percataron de que esas agresiones groseras y cargadas de odio, a la
postre, no nos hacían gran daño, empezaron a elaborar otros planes más
sofisticados. Iniciaron, pues, una serie de maniobras diversificadas,
aunque todas con el mismo objetivo: pudrir al feminismo desde dentro,
inyectándole todo tipo de bacterias, virus, gérmenes nocivos, etc.
El protozoo tóxico más suave (y no específico contra
el feminismo pues sistemáticamente se practica con todos los
movimientos sociales) consiste en “comercializarlo” y banalizarlo. O
sea, vender slogans sin gran contenido que desvirtúen los realmente
subversivos. En la misma línea, pero yendo más lejos, están quienes se
dicen partidarios del feminismo, pero del “bueno”, o sea, “el de antes”.
Resumen: no se oponen a que estudiemos ni a que votemos y, si me
apuráis –en un rasgo de liberalidad que nunca sabremos agradecer
bastante- ni siquiera se encabritan porque “vayamos a los toros con
minifalda”. O sea, Bertín Osborne ya no canta lo mismo que Manolo Escobar… Ni Pablo Casado se
opone a que su niña le dé pataditas a un balón, siempre que se las dé
con un toque femenino y siempre que la nena respete jerarquías y, si el
hermanito exige el balón, ella, en vez de tirárselo a la cabeza, se lo
entregue inmediatamente, reconociéndolo como legítimo usuario de tal
viril juguete…
Vendernos como reclamaciones nuestras lo que siempre han sido privilegios masculinos.
En esencia, esta maniobra es la que la reacción siempre practica:
oponerse a cualquier avance en derechos, pero, cuando ya no pueden
seguir resistiéndose porque la sociedad y las leyes les han pasado por
encima, entonces claman: “¡Quietos, paraos! (en masculino, por supuesto,
aunque nos lo digan a nosotras). Lo que hemos conseguido (porque
inmediatamente y con total descaro se apropian de lo conseguido) era
justo. Pero, exigir más es un desmelene, una locura, un exceso”. O sea,
aquello que dijo Marx: los reaccionarios admiten que hubo historia, pero
aseguran que ya no la hay. Pero, esta táctica, aunque les da algún
resultado, no consigue minar el fondo de nuestra lucha porque nosotras
seguimos blandiendo la lista de demandas, esas que van desde “Y mi calle
pa cuando” hasta “Ni una menos”.
Han de recurrir, pues, a otros patógenos mucho más peligrosos:
adulterar nuestros objetivos, sustituir nuestras demandas por otras.
Estas sibilinas tácticas se diversifican esencialmente en dos variantes:
1. Vendernos como reclamaciones nuestras lo que siempre han sido privilegios masculinos. Es
la que emplean con la prostitución. Quieren hacérnosla tragar A)
apelando a la libertad de las mujeres para prostituirse. Como si no
viésemos el margen de “libertad” que tienen quienes lo hacen… B)
alegando que, ante todo, piensan en el bienestar de las prostitutas (se
cuidan, por supuesto, muy mucho de explicar las demandas concretas que
exigen, claro).
2. Determinar que, en el feminismo, no solo cabemos todas, sino que también caben todos y todes. Es
más: que los fines y las urgencias del movimiento ya no consisten en
pedir nuestra igualdad en todos los terrenos, ni rechazar la doble
jornada, ni protestar contra el ninguneo sistemático al que se nos
somete, ni rebelarnos porque el cuidado de los demás recaiga en nosotras
ni porque los trabajos feminizados sean subtrabajos basados en la
explotación salvaje, ni por la escasez de ayudas y de leyes que nos
protejan en aquello que necesitamos ser especialmente atendidas:
maternidad, enfermedades ligadas a nuestro sexo, etc. etc. No, de eso
nada. Se trata de apelar a nuestro corazón femenino (convenientemente
engordado desde que nacemos) para que aceptemos que el bienestar ajeno
es lo que importa y, por eso, hemos de acoger en nuestro seno materno a
quien lo pida. Así, surgen enfebrecidos clubs de fans de colectivos
maltratados (aunque sus demandas poco tengan que ver con las nuestras). Y
vemos a chicas indiferentes ante los problemas de sus madres
(cuidadoras a diestro y siniestro), de sus amigas (que sufren una
presión constante para que complazcan a los chicos en todo lo que ellos
reclamen) pero profundamente afectadas por los índices de prostitución
de las personas trans (los de las nigerianas prostituidas no tienen
glamour).
Estas tácticas son extremadamente peligrosas.
Temibles, diría yo. Capaces, por ejemplo, de convertir el conato de
estructuras de igualdad que haya en un pueblo en estructuras de
“diversidad” con el aplauso entusiasta de chicas que, para mayor inri,
se consideran feministas pero que no caen en el pequeño detalle de que el feminismo existe para luchar por las mujeres (lo
que no impide, por supuesto, que otros movimientos luchen por lo que
tengan a bien luchar y que el feminismo los apoye). Y, por eso, tenemos
que insistir incansablemente en esto: el 8M es el día de los derechos de las mujeres.
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