Fuentes: https://arteydenuncia.wordpress.com
No se nombra lo que no se conoce. La maldad con la que se
aniquila la vida de menores y mujeres en particular, no tiene nombre.
Algo debe estar podrido en quien no tiene escrúpulos para infligir
semejante daño a una criatura inocente. No es humano quien detona un
arma a sangre fría, quien viola, […]
No se nombra lo que no se conoce. La maldad con la que se aniquila la
vida de menores y mujeres en particular, no tiene nombre. Algo debe
estar podrido en quien no tiene escrúpulos para infligir semejante daño a
una criatura inocente. No es humano quien detona un arma a sangre fría,
quien viola, quien tortura, quien mutila, quien apuñala, sin que le
tiemble la mano. Y ni hablar de las cifras, que desafortunadamente
resultan ser un indicador que la realidad siempre supera: mayor número
de desapariciones, feminicidios, infanticidios, secuestros, asesinatos.
Sé que tengo que escribir algo, no sé exactamente qué, ni con qué fin.
Quien lea estas líneas solo podrá sentir la rabia, la impotencia y la
tremenda conmoción, que intento expresar.
Los titulares se han llenado con las opiniones de los expertos en
culpar, revictimizar, criticar, desinformar. Sobra decir, que los medios
de comunicación, tienen todo que ver en este declive social. Lo cierto
es que todo falló en el cruel asesinato de la pequeña Fátima, y en el de
Ingrid, y en el de la bebé Karen, y… Pero es que hace años que todo
falla.
Es imposible que esta cadena de feminicidios se cometa a manos de dos
personas solamente. Yo no me lo creo, y esa justicia a medias no
debería calmar nuestras conciencias. Detrás de estos incesantes crímenes
hay una inmensa cantidad de cómplices, muchos de ellos de cuello
blanco, a quienes el peso de la ley jamás ha incomodado. Y qué hay que
hacer, cómo debemos actuar, a quién podemos recurrir, cuánto más
tendremos que soportar.
Reconozco, ahora que soy madre, que el día en que me anunciaron el
sexo de mi bebé, inconscientemente sentí alivio de que no fuese niña.
Tengo claro que nacer y ser mujer no es un castigo. Y sé que si hubiese
parido una niña, la amaría igual, aunque no hubiese podido evitar esa
terrible sensación de temor, por haber traído al mundo un ser más
vulnerable que la otra mitad restante. Porque si somos vulnerables como
mujeres, evidentemente es una cuestión más allá de nuestro deseo. Es
porque el capitalismo y patriarcado se ha cebado con nosotras, por el
simple hecho de ser dadoras de vida. Es su venganza, es la sinrazón. Al
menos eso parece.
Nadie puede llegar a entender el dolor que sienten las madres a
quienes les han arrebatado a sus hijas, ni el daño irreparable que una
pérdida en esas circunstancias ocasiona. Por ellas y por todas nosotras,
debemos frenar esta violencia. Debemos recuperar el espacio público, un
espacio que también es nuestro, llenar las calles, cuidarnos entre
nosotras, y nunca más vivir con miedo.
En estos días leí un post con una idea muy cierta: las mujeres
vivimos pretendiendo que no se nos noten las arrugas, las estrías, las
lonjas, etcétera. La lógica del “que no se nos note” llegó al tal grado,
que tampoco se notaba cuando nos agredían, nos violaban, nos
desaparecían o nos mataban. Pero una situación así, es insostenible en
el tiempo. Teníamos que decir ¡basta! Y lo hicimos, sin embargo, no ha
sido suficiente.
Sí, México es un país feminicida, asquerosamente machista y misógino. Que todo el mundo lo sepa. ¿Y después qué?
Como sugerí en un artículo anterior, nunca deberíamos responder que
nos provoca miedo nuestra condición de género, mucho menos
avergonzarnos, ni despreciarnos por ser mujeres. La voz y la palabra son
armas de construcción masiva. Alcemos entonces nuestras voces, nuestros
gritos cargados de futuro. Digamos ¡BASTA!
A la memoria de todas y cada una de las niñas, adolescentes y mujeres que han sido asesinadas en México.
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