Néstor Martínez Cristo
En México existen unos 20 millones de personas que forman parte de una generación potencialmente disruptiva.
Muestran un pesimismo social y político profundo; desconfían de las
instituciones sociales y de los medios de comunicación tradicionales;
manifiestan insatisfacción con asuntos personales tan fundamentales como
sus empleos y su situación financiera.
Se perciben como víctimas de la desigualdad causada por la economía
capitalista y detestan la actividad política, a los políticos, así como
al oportunismo y a la corrupción que conllevan. Se asumen como agentes
de un cambio verdadero.
Todas ellas y ellos nacieron entre los años 1981 y 1996. Los más
jóvenes están por cumplir su primer cuarto de siglo de vida y los más
viejos no llegan aún a los 40 años de edad.
Son la generación Millennial. Y en muy pocos años será ésta
la que tenga la capacidad de definir, por medio del voto, el rumbo de la
nación. Quienes la conforman asumirán las riendas de México, ya sea en
el gobierno, en la empresa, en organizaciones sociales o, incluso, en
cuerpos directivos de medios de comunicación.
El Deloitte Global Millennial Survey 2019 es un documento donde se reportan los resultados de 13 mil entrevistas practicadas a millennials de 42 países, entre ellos México.
Los millennials viven entre el desencanto, el hartazgo y la
esperanza. De acuerdo con el reporte, aspiran a influir y a ayudar a sus
entornos antes que a construir una familia o generar un negocio propio.
Prefieren los productos de empresas socialmente responsables, con las
que pueden compartir valores y rechazan a los consorcios que mantienen
posiciones políticas o prácticas de negocios que consideran tramposos,
dañinos para la salud o que afecten al medio ambiente.
No es casualidad que en prácticamente todos los países donde se llevaron a cabo las encuestas, la generación de los millennials
coincide en la importancia de promover un cambio social que incluya la
preservación del entorno y la sanación de las sociedades actuales, a las
que califican de enfermas. Viven el mundo global.
Están extremadamente atentos a la equidad y a la igualdad. Ejercen su
sexualidad con libertad. Creen en la paridad de género y, por supuesto,
este es uno de los temas más sensibles y explosivos de su lucha. En
México, al igual que en muchas otras latitudes del planeta, esto ya
resulta más que evidente.
En este contexto, las protestas de las mujeres que estamos viviendo
en estos días en México parecen ser una muestra de la determinación de
la mitad de una sociedad que está por erradicar el patriarcado. Desde
que el movimiento internacional #MeToo fue adoptado hace unos años, las
mujeres mexicanas –mayoritariamente millenials– no han cejado en sus manifestaciones de enojo por la irrefrenable violencia de género y la impunidad que la tolera.
Las y los millennials cuentan con una capacidad de
organización y de convocatoria impresionante, basada en gran medida en
el manejo de las redes sociales, una herramienta que asumen como
definitoria en el cambio que anhelan y que proclaman. Para comunicarse
no requieren de los medios tradicionales y para informarse casi no ven
televisión y leen muy poco en papel.
En México todavía resulta difícil predecir con exactitud el futuro que depara a los millennials,
así como el grado de poder y de influencia económica, política y social
que lograrán acumular. Lo cierto es que, como generación, estarán aquí y
buscarán transformar lo existente.
Estamos, pues, ante una generación peculiar, que se mueve en el
terreno de la utopía. Nos encontramos en la antesala de lo que puede ser
un verdadero rompimiento generacional. Son ellas y son ellos. Alrededor
de 20 millones en este país. Representan una fuerza poderosa que, en
efecto, podría terminar en ser reconocida por la historia como la
generación disruptiva.
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